TIEMPOS DE ARMISTICIO


                                               Las preguntas son más importantes
 que las respuestas.
                                                                                                                            GAUTAMA  EL BUDA

 RELATO




              esde Vitoria, cruzando el valle del Duranguesado que es el territorio mollar de todo el País Vasco, Manu llegó al cámping de Lekeitio como un hambriento de calor en busca del fuego. Nada había cambiado en diez primaveras. Quizás tan sólo el algodón que desprendian los árboles en este mes de diciembre era superior al que él recordaba de adolescente. Y no era extraño. Las copiosas lluvias de verano y otoño ralentizando las estaciones, habían destilado con su alquimia una explosión vegetal como no se veía hacía años, digna de figurar en las paredes del Thyssen. 

     No tuvo necesidad de llamar a la puerta del módulo. Su padre, como siempre a lo largo de su vida en común, se había anticipado, había hecho lo que se debía hacer sin darle tiempo siquiera a que el hijo pudiera planteárselo por él mismo, sin posibilidad de decisión.

     Manu lo vio plantado ante él, rígido y serio, vestido con la misma ropa gastada, la misma que le recordaba de toda la vida en horas de ocio.

      El jersey verde con capucha que un día fue terciopelo y en el que hoy, placas mates y brillantes alternaban su tejido. Los pantalones del chándal, bolseados en las rodillas, ya eran viejos cuando él se fue de casa por primera vez quince años atrás. Pero el color de su rostro, salud, sol, vida a la intemperie, unido a la firmeza de su mentón, conformaba un aire de honestidad que hizo pensar al hijo –quizá por  deformación de su trabajo como vendedor de automóviles-, que a un hombre con una apariencia así, cualquiera le compraría sin dudar un coche de segunda mano.


...Aquella cabeza podía haber sido la suya años atrás...


RECUERDOS DE PLOMO 

Publicado en Gaudí y Más. 5 de enero de 2019

    

          El padre se adelantó con su acento brusco: 

     -Hola. ¿Vienes a por la caravana?.

     La pregunta dejó un poco descolocado al hijo. ¿A qué otra cosa vendría Manu a ver a su padre después de diez años casi sin trato?  Y aún las pocas veces que eso había sucedido tan solo obedeció a motivos puntuales, su boda y el nacimiento del niño... Tan solo llevan juntos unos minutos y Manu ya empieza a notar la dificultad de comunicación. -Así pues, nada ha cambiado –se dijo-. Por los siglos de los siglos vamos a seguir siendo dos extraños que no sabemos de qué hablar, si no es de algo ajeno a nuestras vidas.

    Un interrogante le asaltó. Eso, ¿cuando empezó? Calculó que más o menos a habría sido a sus doce años. Porque antes él había tenido un padre, si no amoroso, sí cálido. Le llevaba a las carreras de motos, a la iglesia. A que tomara un mosto mientras el padre chiqueteaba (*) de forma moderada, como todo en él. Sin muchas palabras, también es cierto, pero acogiendo la pequeña mano con la suya, caliente, áspera y grande.

    Pero a esa edad en que empieza lo que muchos llaman fracaso escolar y que la mayoría de las veces no es sino una acumulación de opciones que la vida empieza a ponerte ante los ojos y los sentidos, a esa edad empezó el distanciamiento.

    Tenía que hacer los deberes y el pensamiento del chaval se iba hacia el fútbol o las chicas. Llegaba el momento de estudiar, y el ordenador o los amigos le apartaban de la tarea.

    Y las clases no digamos.

    La mente de Manu llegó al punto de imaginar su gran pasión, guiones de cine completos con aventuras en los mares del sur, durante la hora de una clase de ciencias. La concentración se fue convirtiendo en algo imposible para él. Mientras más suspendía, mientras más gritos -y bofetadas primero, zurras después-, recibía, más se bloqueaba su respuesta a unos estudios que, simplemente, acabaron por no acabar. 

    Bien. Allí estaban los buscadores malditos del mismo Grial en pleno campo, heridos los dos por la misma metralla, andando los dos hacia el área de aparcamiento donde reposaba la Antigua caravana Roller 2003 del 78.

-      Papá, ¿por qué Roller?- le había preguntado un día

-      Porque Roller y Knaus son los Mercedes de las caravanas. Nunca
te dan problemas. Y cuando te desprendes de ellas no pierdes dinero A veces hasta lo ganas.




                              Por los cuidados caminos campistas que se entrecruzan distribuyendo parcelas, señalando servicios, se acercaban dos figuras campistas conversando animadamente. Sobre la marcha, los saludaron:

     -Valentín, hombre, ven con el chico a tomar unos vinos mientras nos ponen la comida.

    -Luego, ahora tenemos que hacer.

    -Como quieras. Hasta luego.

    -Agur (adiós).

     Siguiendo la ruta, padre e hijo pasaron por delante de una caravana Moncayo que dejaba escapar una música tocada con más ganas que acierto.
  
    La canción se interrumpe para dar paso a la voz del locutor presentando al cantante, Manolo Kabezabolo. Siguen los acordes. La letra le aconseja al invisible chaval: -¡Mata a tu viejo! ¡Siempre hizo lo possible por hacerte la vida impossibleeee!
  
     Se abre la puerta y un cincuentón de rasgos amables le grita a Valentín:

     -¡Oye! ¿Es tu chico? Ven hombre, vamos a tomar unos chiquitos al...

     Sin darle tiempo a acabar la frase, la música sube de tono al máximo al tiempo que una voz, aún de niño, aúlla asomando por la ventana media cabeza rapada y llena de pirsins (**).

     -¡Joder, viejo, a ver si te callas y dejas de joder! ¡Así no se puede tocar ni oír nada, joder!

     Bajando una mirada apaleada, el vecino esboza una sonrisa de disculpa:

     -El chico esta cansado, ayer se acostó tarde. La juventud, ya se sabe...

     El volumen de la radio transmite triunfante extendiéndose por todo el sector y de nuevo es la voz del locutor, quien anuncia: -¡Vaya novedad, tíos! ¿Os acordáis de la banda de Sestao, My name is Martínez por parte de father? Pues acaban de grabar con la Sinfónica de Londres, Me robaste el corazón cuando me partiste el peine. Esos tíos vienen fuertes, ¡Saliendo! ¡Anda ya! ¡Anda yaaaa!




                               Manu experimenta una oleada de vergüenza. La ceja, la oreja, la nariz y los labios perforados del perfil descubierto entre visillos, podían haber sido los de su propia cabeza unos quince años atrás. Y el bochorno de aquel padre, el del suyo cuando lo llevó a la iglesia de la Concepción de Elorrio a ver la tumba de su santo, San Valentín de Berriotxoa.

    -Mira hijo, éste fue de los primeros santos vizcaínos. Era misionero dominíco y llegó a obispo de Tonkín, en Vietnam. Allí lo martirizaron en el siglo pasado....

     El sonido se apagaba, las explicaciones seguían y él miraba, sin escuchar, la tumba del santo que parecía un monumento hindú de esos que salen en Bollywood, coloreados, con elefantes y todo. Pero él sólo podía pensar en que sus amigos esperaban. El cura que se acerca y su padre que le pregunta:

     -Padre, ¿Cuándo le hicieron santo? Hace poco, ¿Verdad?

      El cura empezó la explicación a Valentín...                 

      -Si, hijo, fue este año –se dispone a contar el cura-. Pero él murió en 1861 cuando...–

     La información la cortó Manu de cuajo. Huían las normas:

- Venga ya, papá, joder, vámonos que me esperan, ¡Deja ya de una vez a este viejo y su rollo!


  

                              Ante la viveza del recuerdo, Manu empezó a notar las sienes y nuca ardiendo de bochorno. Porque no le importó ofender a su padre. Porque vio perfectamente su expresión dolorida, el sonrojo por él mismo, por su hijo y por el cura. Pero al chico le trajo sin cuidado. Seguro que como siempre por aquella época, debió pensar: -¡Que se joda el viejo!

   La vida con su escuela. La paternidad. Los triunfos. Los fracasos. A velocidad supersònica habían pasado suficientes años para hacer balance.

   Esta vez había llegado a Lekeitio por carreteras interiores, quería saborear a solas la vista de pequeñas aldeas virginales como Ea, constatando la vocación aislacionista de los vecinos, o de algunos al menos, pensando: -Si yo que soy de la tierra encuentro dificultades para llegar, un forastero tendría muy mal localizar según qué direcciones.

    Cierto. Nunca abundaron las informaciones bilingües y las que existían fueron borradas concienzudamente, lo cual no sucede en el País Vasco-Francés. Ni eso ni la porquería de los grafittis cutres. ¿A quién debe interesar este feísmo concienzudo y desalentador para el turista?

   Porque la verdad, es una lástima. A medias épica y mística, pocas tierras combinan tan a la perfección como Vizcaya paisajes míticos con una riqueza tal de piedra blasonada en iglesias y palacios. Durango, Elorrio, Valmaseda, Bermeo. Los caseríos (baserri) cada uno con su nombre que da identidad a los nacidos en él, un combinado de belleza deslumbrante, oculto a los beneficios de un conocimiento mayor. ¿Por desidia? ¿Por intereses ajenos?

    Y por encima de todo, sobre todo, el verde.

    Hasta catorce palabras existen en euskera para poder nombrar el exacto matiz de un determinado verde. Y no es por casualidad. Es pura necesidad descriptiva.




                                 Abandonada la vista al vuelo de las nubes, vagando por sus pensamientos, Manu recuerda que ha venido a buscar la caravana para llevarla a vender al concesionario, la época de Navidades siempre es buena para quienes planean viajar a lo nòmada, no falla. Y su padre tiene un problema de rodilla que le impide conducir largos trayectos, está claro y es irreversible. La trashumancia se acaba para él.

     Le resulta curioso darse cuenta, de que para el hombre seguro de sí mismo que todo lo hacía bien cuando todo lo que intentaba su hijo estaba equivocado, pudiera llegar el momento de necesitar ayuda. Lo observa caminar delante, por el sendero que los lleva entre pastizales y parcelas roturadas hasta el bosque donde se guardan las caravanas inactivas y le sorprende la evidencia.

     Un sol de justicia como sólo brilla en los intervalos de un país de lluvia hace que Valentín saque una boina del bolsillo y se la coloque. La boina había significado en la adolescencia de Manu un motivo más de disgusto al relacionarla con la parte más roñosa de la mediocridad. Él se veía en un escalón más elevado, aspirando a una vida más sofisticada lejos de la estrechez de un sueldo bajo. Él cruzaría al otro lado de la modernidad europea.

    Ajeno a las elucubraciones del hijo, Valentín sigue andando en silencio ante su hijo, ignorante de sus pensamientos, con el rabillo de la gorra perfilando el horizonte sobre él. Manu observa las sombras de ambos comprobando que la suya es más erguida y alargada que la del padre, bastante encorvada.

   Al llegar a la caravana y subir el escalón, Valentín lleva instintivamente una mano a la rodilla derecha. No suelta un quejido, pero sus hombros se arquean hacia delante y Manu siente de pronto la sensación de que el gigante de su niñez ha encogido. Le ayuda a incorporarse y ante su asombro, el padre acepta el gesto.

    Al entrar en la roulotte, su olfato le brinda una bienvenida sin palabras. Años de comer y convivir, de asearse y perfumarse en quince metros cuadrados, dejaron su huella acogedora en un aroma familiar que no ofende, que trae instantáneas de plato y cuchara.




                         Esta mansión de madera fue un orgullo para todos.
  
   Durante tiempo y tiempo, amigos, familiares, vecinos, desfilaron palpando y admirando su estilismo interior, el baño, la tapicería amarilla y cacao, los acabados. La puerta de acordeón que separaba los dos ambientes y el sofá rinconera, la innovación de entonces, envolviendo la mesa principal en forma de herradura.

   -¿Cómo te va la vida?

    Tan sorprendido como el hijo por lo inusual de su propia frase, sin esperar una respuesta Valentín da un giro rápido, al añadir sin pausa cambiando el sentido de la pregunta:

    -Mira, mientras vacías las cuatro cosas que hay dentro voy a llamar a tu madre a casa para decirle que has venido. Puedes ir dejando los trastos en la tienda que he montado detrás, yo los guardaré poco a poco en el módulo, lo que te parezca lo tiras, aquí tienes bolsas grandes. ¡Ah! Y si quieres algo te lo quedas.

   De carrerilla ha soltado la parrafada y ha desaparecido por la puerta, dejándolo tan cohibido como cuando le afeaba el poco provecho de sus estudios.

   Lo ve salir y queda unos instantes parado, sin reaccionar.

   Por fin se pone en movimiento, abre las ventanas, levanta las sábanas que cubren los sillones y observa el color beige de paredes y techo, la tela escocesa de los sofás. Se sienta y deja vagar la imaginación por las etapas de su vida transcurridas entre estas paredes. La protección cariñosa de sus padres que cubrió una época,  seguida de otras con enfrentamientos sordos, golpes y broncas.

    A la vez, una mariposa blanca y otra avispada entran por la ventana posándose sobre el cuadrito que Manu les trajo a sus padres veinte años atrás, de una excursión escolar a Abadiano. En castellano medieval, bajo el escudo y nombre del pueblo, allí rezaba:

                        “Estos biben y bibieron guardando la honra y fama que tubieron...”

    Las referencias se desencadenan para Manu instalándose en su vientre, allí donde nota como empiezan a batir un manojo de sensaciones. Quizá ellos no fueron los mejores padres del mundo, ni él tampoco el mejor hijo. Cosa lógica, nadie nace con un libro de instrucciones bajo el brazo.

   En algún lugar unas campanas iniciaron un redoble que tuvo el efecto de ponerlo en marcha.

   De un altillo sacó dos cajas de zapatos con las tapas sujetas por gomas. Cuarenta y ocho letras ya pagadas de la caravana aparecieron ante su vista, más de la mitad con gastos de protesto, informaron a Manu de los esfuerzos con que sus padres pagaron la maravilla que cobijó su niñez. Una lista de cuentas mensuales sirvió para explicarle que durante los cuatro años que tardaron en hacerla suya, una cuarta parte del pequeño salario se fue en pagar cada mes la segunda residencia.

    Folletos de Universidades extranjeras con sus tarifes de matrícula y condiciones de admisión. Respuestas de Colegios Mayores y residencias estudiantiles donde se especificaban los diversos precios. Costes de billetes de avión para Estados Unidos, Inglaterra, Alemania y Francia, todo guardado por Valentín y Carmen junto a décimos de lotería navideña atados con cintas. La posible utopía de los sueños de aquella pareja de obreros fijados en el hijo.

   Y así, mientras el silencioso padre elaboraba variaciones en las listas de gastos mensuales y consultaba créditos y becas para que su hijo triunfase y no tuviera que levantarse como él, a las cinco de la mañana durante toda su vida. Mientras insistía con violencia y más o menos gracia en que el hijo estudiase, agudizando el desencuentro el chico despreciaba lo que ignoraba enfrentándose a los adultos, saltándose las clases. Para encerrado en su cuarto, tumbarse en la cama imaginando aventuras de plomo y libertad.





                           Si la visión de aquellos papeles impresionó a Manu, lo más duro aún estaba por llegar. 

   De otra caja mayor salió un fajo de catálogos de motos. Desde Harley-Davidson a Yamaha, pasando por Triumph, Honda y Kawasaki hasta llegar a las joyas; la plateada BMW 500 y el oro de la 1000 cc. Características, cilindradas, minuciosos manuscritos con posibles variaciones de motores.

   Más. En un blog de bobadas desechado por el estudiante y rescatado por Valentín, allí, en los dorsos limpios, el lápiz àgil y seguro de su padre había dejado veinte años atrás espectaculares carenados diseñados por él. Depósitos, perfiles y bellezas aerodinámicas aún desconocidas en el siglo XXI por la audacia de sus líneas. De la misma caja Manu extrajo un sobre que vació sobre la mesa, sobre conteniendo un puñado de fotos con un joven Valentín a lomos de una Derbi y otras en el podio  recibiendo un premio de 125 cc.

   Siguió el viaje al pasado junto a más fotos y más décimos de lotería navideña de veinte años, justo los que Valentín había tardado en tirar la toalla de sus ilusiones con el hijo. Manu miró el último fajo, del año en que por fin se fue de casa convencido de que sus padres solo intentaban convertirlo en un bonsai sin personalidad. Ahora se enteraba de que todos los proyectos de la vida de aquel extraño que vivía con él, sus sacrificios y quimeras, le incluían y le tenían como eje mientras él estaba muy lejos de imaginarlo.

   Combatientes de dos ejércitos diferentes, cada uno con sus propios objetivos. Pero así como el muchacho había excluido al padre de sus sueños, éste seguía gastando sus energías en fabular para su heredero un mundo mejor. Muchas escenas del pasado, interpretadas entonces negativamente, cobraban ahora el verdadero significado de cómo todos habían malgastado sus vidas.




                            Un paquete salió de los arcones (***) y de él rebosaron infinidad de cromos: Mazinguer z, los Mundiales del 78, las Olimpiadas del 88, la Guerra de las Galaxias, acompañados por las tres medallas que ganó con su equipo escolar de baloncesto, guardadas, envueltas en papel de seda con una nota especificando día y año.

   Miró la fecha y este último descubrimiento lo pasmó al notar que por su rostro acostumbrado a piercings y tatuajes corrían lágrimas silenciosas al recordar que por esa época él rondaba los quince años y no es que se llevara mal con el padre, es que ni se hablaban. Ya, hasta había pasado la época de los sermones, ¿Para qué? Su vida doméstica transcurría entre un rosario sordo de treguas que se prolongaban entre discusiones.

    Otra vez la evidencia.

     Al tiempo que el adolescente planeaba la forma de escapar de aquel ambiente que él mismo amasaba hasta convertirlo en obsesivo, su padre, tan inútil como el hijo para demostrar afecto con un abrazo o una palabra, se encerraba en sí mismo atesorando cada cosa que significara algo en sus vidas, esperando un cambio por generación espontánea en el comportamiento del chico.

    De repente, las compuertas que a duras penas contenían el desgarro de aquella vida se levantaron, inundando su pecho con oleajes de emoción. Por tantos días perdidos. Por las horas de cariño que se evaporaron. Por las confidencias eliminadas antes que el aliento las hiciera sólidas.

   Ahogándose, con la cabeza embotada y sintiendo la llamada urgente del aire fresco, Manu fue a salir de allí. Pero al ir a levantarse, algo que vio desde la puerta se lo impidió.




                               Subiendo el mismo camino por el que había llegado a la caravana, vio aproximarse a Pitu, el chaval del que antes entrevió la cabeza punki en los visillos ensordeciendo el espacio con la locura de su música. Venía acarreando al hombro una radio enorme con altavoces.
  
    Vestido de negro riguroso, el cabello negro primorosamente rapado y escalado a capas, el chico se paró e hincando en el pasto los tacones de sus botas Dr. Marteens, preparó con mimo un lecho para la cadena musical. Al conectarlo, la sinfonía azul y verde del paisaje fue agitándose con la épica generacional de un rap, quizá compuesto por el mismo adolescente.

   ¡Uh, Ah!   ¡Uh, Ah!!!

  ...Eres tan bonita y tan interesante/ que daría mi vida por poder penetrarte/

Por las vías pasa el tren/, por la autopista los coches/. Por mi mente pasas tú/ todas las noches...

    ¡Dios! Sin duda, inspiración. De otras coordenadas, de otros amaneceres, pero inspiración al fin.
    
    Manu observa al chico tumbado en la hierba. La camiseta negra con las siglas AC/DC rojas y amarillas podía haber sido la suya veinte años atrás. El rostro enfurruñado de Pitu le informa de que es curioso lo poco que cambia todo lo básico.  Posiblemente acaba de discutir con su padre, rebotándose con el descaro que sólo un quinceañero sabe hacerlo. Seguro que en estos momentos a sólo cien metros el uno del otro, ambos se atormentan por lo negro de sus vidas sin encontrar salida a sus problemas.

    Siente el impulso de llamarlo, de contarle su propia historia  animándolo para que vaya a por el padre y arreglen sus desencuentros. Pero no lo hace. Sabe que la experiencia no es transferible. No hay nada más ridículo que un extraño intentando hacerle ver a un joven que sus problemas no son tales. La vida tendrá que enseñarle con sus duras lecciones.




                           Recortando al contraluz su propia silueta, el horizonte devuelve a Manu la orla de humillos procedentes de una barbacoa de chorizos y morcillas asándose a la vieja usanza. Hoy es lunes y se venden en las carnicerías de la zona. Sus efluvios traen a su memòria la obra de teatro escrita por un vecino del lugar, Esteban S. De Careaga: Valmaseda redimida y esclava del cucharón. Los vascos han gozado desde siempre con la comida, de eso no cabe duda.

    No sabe a qué se deberá pero lo cierto es que su ansiedad ha ido relajándose, el derroche emocional le ha sentado divinamente. A pesar de no haber cruzado una palabra con su padre, los hallazgos del pasado en la caravana al palpar los recuerdos que habían tenido su contacto, provocaron el efecto sanador de algo que los acercara.

     Más sereno se puso a seleccionar los recuerdos, desechando unos y guardando la mayoría en la lona que Valentín había preparado, mientras otros, muchos más de los que hubiera imaginado al principio de la tarea, fue metiéndolos en bolsas a la espera de que un día le ayuden a sacar de su interior todas las palabras necesarias, para que jamás le falte la comunicación con su propio hijo. Sentado con él en el suelo, cada cromo, foto, cada medalla, será un talismán que los una para que sus almas nunca se alejen. Nunca.

    Penas y alegrías danzaban con furia en su interior navegando por las acequias subterráneas de sus venas, rozando con sus vaivenes la sensibilidad de su alma. Nunca. Jamás.




                              Sombreada por los tilos del cámping, la pista de petanca bordea el camino por el que Manu arrastra la caravana camino de la ciudad. Se ha parado a despedirse de su padre y los amigos que comparten la partida se acercan a la pareja bromeando con ellos.

     -Manu, ¿cómo te vas ahora? ¿No quieres ver perder a tu padre? Claro que perder conmigo es un honor.

     -Fantasma, que eres un fantasma, Pelayo, de Bilbao tenías que ser- Valentín suelta el imán pendiente del cordel a la manera de un yoyó. Pega la bola al imán y la sube, guardándola en la mano izquierda.

     El que metió baza primero, volvía a la carga:

     -Le queda sólo una tirada. No creo que embuche  (****),  vamos, con lo malo que es, sería por chiripa que me ganara. Pero, mira, hasta los más tontos tienen su día. Qué, Manu, ¿quieres verle perder la cena de mañana?

     Claramente violento, Valentín elude el reto dando opción a su hijo para que dé una disculpa y se marche.

     -Deja en paz al chico que a él no le gusta este juego –y mirándolo con un gesto triste, añade-: Nunca le ha gustado. Además tiene prisa.

    Algo dentro de Manu le avisa de que a pesar de sus palabras, a la vez su padre quiere que se quede. Sabe, que Valentín sabe y recuerda, como el adolescente despreciaba el juego simplemente porque en su rebeldía juvenil todo lo que se relacionase con los mayores bastaba para fastidiarlo.

    Pero los hallazgos de su tarde en solitario no han sido en vano. Nota como su piel empieza a filtrar desde los poros hasta las capas más profundas algo muy semejante a la ternura. Ve con sorpresa que las sombras que proyectan la figura de Valentín y la suya propia se aproximan. Sin hablar ni rozarse, algo se ha limpiado en su agria relación durante el breve encuentro con el pasado. Cruzando las miradas mientras su padre entrechoca las bolas con las dos manos envueltas en una gamuza, sus ojos se han mandado un mudo mensaje.

    Manu se dirige al amigo de su padre:

    -No, hombre, prisa no tengo. Si no llego antes, llego después. Claro que me quedo. A ver cómo está ésto... ¿Dónde está el boliche? ¿De quién es esa bola? ¿Y ésta? Humm... Sí que está un poco difícil, sí. Pero vamos a ver, para un superclase esto no tiene misterio. Vamos, padre, a por ellos que son pocos y están acojonaos, dales caña.

   Valentín se estira con orgullo y se pasa los dedos pulgar y corazón por las comisuras de los labios. Abriendo las piernas las apoya firmemente en tierra y adelanta el torso, observando el conjunto de bolas. Así apalancado, calcula la posible trayectoria meditando sobre el laberinto de posibles variaciones.

    Se lleva las manos a los costados contrarios y arrastra hacia arriba el jersey, quedando en camiseta blanca de tirantes, -El frío me concentra-, murmura.




                                   En el espacio cremoso de la pista, el polvo de los pasos muda a traslúcido y dorado al ser traspasado por el sol. Con los ojos fijos en el grupo esférico del suelo, Valentín se acerca y sacando del bolsillo un metro mide la distancia que va del boliche a las bochas (*****) más cercanas. El coro de observadores empieza con los chistes de rigor:

  -Va nene, alégrame la tarde, como decía el Clint -le grita Unzué pasando la gamuza por las bolas.

  -Que he apostado por ti, figura -le guiña un ojo Perurena-, no me arruines.

  -No me lo pongáis nervioso, que él sabe. El que vale, vale. Y el que no, que se largue a Barcelona.

  Viendo que todos animan a Valentín, el bilbaíno vuelve a la carga chinchándolo con un reguero de preguntas mientras se ajusta la boina.

   -Venga, bonito, rézale a San Domitilio, que dicen que iba contento al martirio. O mejor a Santa Cojoncia ¿No era ésa la abogada de lo imposible? ¿Y  por qué te quitas el jersey? ¿Qué te pasa? ¿Es que te entran los calores? No, si ya digo yo que te veo con la pitopausia.

   Benedicto sale en defensa de su amigo:

   -Valentín, enséñale a Pelayo que aquí hasta el más tonto hace quinielas con la chorra.

  -Eso de las quinielas era antes, ahora hacemos primitivas, que son más difíciles -le contesta el aludido andando en círculos mientras, pensativo, observa las posibles jugadas.

   -A ver si espabilas, que a este paso vamos a ver salir la Estrella Polar -insiste Pelayo.

   -¿Y cuál es esa? ¿La del rabo? -le responde Valentín, mirándolo distraídamente.

   Los bulliciosos paran ante el gesto del jugador, que parece haber llegado a una conclusión de la maniobra adecuada y se instala ligeramente curvado hacia delante, mirando el corro hipnótico de los cinco brillos.

    Valentín levantó el brazo izquierdo iniciando un tiro en espiral que pareció eternizarse, hasta que al fin soltó el proyectil. Un disparo ralentizado, suave, que en principio hizo el efecto de que iba a salir completamente desviado.

   Pero a medio camino empezó a coger velocidad, el arco se amplió y lo sobrenatural apareció planeando con la rapidez de una centella. Perfecta, con la elegancia de una saeta, la bola se instaló en el final del trayecto. Un ¡Buena! colectivo se alzó del equipo.

   Pero ni Valentín ni Manu oyeron los gritos.

   Tampoco se volvieron hacia donde el duelo se había resuelto.

   El padre movió la cabeza mirándolo y soltó una sola frase:

   -Hijo, lo que daría por haber acertado. Por poder volver atrás.

   La frase de ternura, inconcebible en él, salió suave de sus labios con la misma naturalidad que echó el brazo por los hombros del hijo, atrayéndolo hacia él.

   Manu se giró para abrazarlo, viendo entonces que en el suelo las sombras de los dos tenían la misma altura.



   Ana Mª Ferrin

(*) Chiquiteo, chiquitear (en vasco txikiteo): Costumbre social española practicada en el norte, País Vasco, La Rioja y Navarra, consistente en grupos de amigos que visitan juntos varios bares para tomar pequeñas cantidades de vino, propiciando paseos por una determinada zona y alternando el pago de la ronda.
  
(**) Pirsins, Piercings: Práctica de perforar una parte del cuerpo humano para insertar en ella aros u otras piezas de adorno.

(***) Arcones: los asientos de las caravanas que por la noche se transforman en cama y sirven para guardar ropa y enseres.

(****) Embuche: En el juego de petanca, la acción de apartar del boliche con la bola propia las pertenecientes a otro equipo, para así instalar la propia junto al boliche y ganar la partida.

(*****) Bochas. Bolas de petanca

17 comentarios:

  1. Emotiva historia llena de ternura. Los Reyes Magos trajeron por fin al padre y al hijo el regalo que les fue negado durante tantas y tantas navidades.
    Un saludo, Ana.

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    1. Son fechas en las que suele hacerse balance de cómo ha ido la vida. Y aunque la mayoría suelen culpar de sus penas a los demás, también hay quienes logran rectificar. Saludos, Cayetano.

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  2. Conmovedor relato, lleno de sensibilidad y poesía y que sitúas con precisión de orfebre, en un lugar y un momento vital, que no repetido no es menos importante.
    Y sobre todo con el colofón de un final que resume los deseos de estos días.
    Besos y felicidad.

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    1. Ojalá todos los avatares se pudieran solucionar cada fin de año y empezar con el contador a cero. Quizá sólo sea proponérselo.
      Para ti también, J.L.

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  3. Me ha gustado y mucho. Una historia que se me antoja real...

    Felices Reyes.

    Besos

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  4. Qué buen relato!!.
    Es muy conmovedor.
    Y muy emocionante ese abrazo final..
    Un placer su lectura.
    Un beso y muchas felicidades.

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    1. Un placer leerte, Amalia. Siempre provocas buenas vibraciones. Abrazote.

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  5. Lo leí en dos tandas.
    Me gusta mucho como escribes...te lo dije verdad?
    Un abrazo y feliz año.

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    1. Gracias por tus palabras y por emplear tu tiempo en estas letrillas. Tus deseos los hago míos para ti. Un beso.

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  6. Lo que pasa es que es tan real lo que has escrito que me has dejado muy pensativa con tu relato . Voy a releerlo y te escribo . Con un abrazo de Año nuevo

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    1. Espero tus letras, también con un abrazo de Año Nuevo.
      Cariños, María

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  7. Muy emotiva esta historia que bien puede ser real ya que cada vez hay más desencuentros entre padres e hijos....conozco unos cuantos casos.Besicos

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    1. En todas las casas hay problemas y desencuentros que quizá podrían arreglarse con más comunicación. Aunque no siempre sea posible.
      Un abrazo fuerte para ti.

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  8. La incomprensión generacional, que se diluye con el tiempo, pues los mayores recuerdan como eran cuando eran jóvenes, pero los jóvenes deben esperar a saber lo que sienten los viejos.
    Estupendo relato en la forma y en el fondo, Ana María.
    Un abrazo.

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    1. Si, hay una descompensación entre la experiencia y las hormonas que ojalá se pudieran equilibrar. Me alegra que le haya gustado. Saludos.

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  9. Por dois motivos centrais esta sua postagem, minha amiga Ana, chamou positivamente minha atenção: primeiro, conheci, graças a ti,Josep Mª Subirachs, esse nome de grande importância para a Sagrada Família, para a arquitetura e para o teus país; segundo, pela menção feita a esse escritor espanhol Camilo José Cela, autor de obras excelentes, como "Saracoteiros, "Tateios e outros Meneios" (Cachondeos, Escarceos y Otros Meneos), "A Família de Pascual Duarte", "Marca para Dois Mortos", livros que os li e gostei muito. O primeiro, "Cachondeos..." li mais de uma vez, sempre dando boas risadas. Parabéns por esta tua brilhante postagem.
    Fraterno abraço, Ana.
    Pedro

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