Braceando a medio camino entre la disciplencia y el menosprecio, entre el consejo bienintencionado y el anatema, siempre atento a cercenar cualquier intento brillante, aparecerá él en tu vida: The Frustrator.
Sé que te costará identificarlo, porque al principio y durante un determinado espacio de tiempo hasta que se haga con tu confianza se comportará como un tipo encantador, un personaje con distintas apariencias que a lo largo de nuestra vida iremos encontrando en diversos ámbitos. Podrá ser nuestro compi de guardería o el profesor de bachiller. Compañero de trabajo, el vendedor de una tienda. Un jefe o jefecillo, un familiar, el vecino, un colega en las redes. Y, atención, incluso la pareja.
Se destacará haciéndose el imprescindible o soltando sus consejos, que siempre iniciará con un halago: - Sabes lo mucho que admiro tus ideas, eres de lo más brillante -te dirá Juan, el compañero de la redacción-. Pero ese título que le has puesto a tu trabajo sobre los manantiales, eso de: "Los caminos transparentes", disculpa, sabes que te lo digo por tu bien. Pero aunque sea sonoro me parece un poco pedante...
Así, con esta confidencia de una crítica recibida unos días atrás en el trabajo, inició el debate nuestro amigo Lorenzo. Un tema que tuvo tal avalancha de comentarios en el grupo, que me pareció digno de traerlo a esta página de nuestros encuentros.
Así, con esta confidencia de una crítica recibida unos días atrás en el trabajo, inició el debate nuestro amigo Lorenzo. Un tema que tuvo tal avalancha de comentarios en el grupo, que me pareció digno de traerlo a esta página de nuestros encuentros.
... Disculpa, no quería que lo tomaras a mal, pero... |
Como siempre en el reencuentro tras las fiestas, en la sobremesa surgía en el grupo de amigos un tema para compartir.
Como detonante, una anécdota vivida en la Nochebuena de las pasadas Navidades. En esa ocasión el cuñado Frustrador nato de Cecilio, se le acercó en la cocina donde nuestro amigo se afanaba feliz preparando una magnífica cena de tres platos y postre para quince familiares. Llegado un momento, vigilando a derecha e izquierda que no hubiera testigos, el individuo le susurró: -No sé por qué haces el gilipollas de esta manera, matándote con un trabajo así. Tú sabes bien que nadie te lo va a agradecer...
Esa tarde en que Cecilio se decidió a compartirlo ya había pasado un mes desde el desafortunado comentario y aún se notaba que lo hacía con sentimiento. No había tenido ocasión de estar a solas con el imbécil de su hermano político para exigirle que le aclarase a qué venía aquella observación ácida y el sólo pensar de dónde habría sacado la frase, si era idea suya o el resultado de oír críticas familiares, había dejado en Cecilio una congoja digerida en silencio, amargándole la Nochebuena. Sensación que treinta días después aún no se había desvanecido.
Sorpresivamente, uno a uno, la docena de amigos reunidos en torno a la mesa redonda del antiguo restaurante empezaron a extraer del oscuro baúl de los
malos recuerdos sus experiencias con algún Frustrador vocacional, al que casi ninguno de los presentes tuvo resortes para contestarle en su momento como merecía. Constatando a medida que brotaban las confidencias, que ninguno de todos aquellos individuos que en algún momento cruzaron por
nuestras vidas intentando -y a menudo logrando- entristecernos, que sus viles esfuerzos por dañarnos les reportaran algún beneficio. Aunque quizá, seres mezquinos corroídos por sabe Dios qué tipo de envidia, lo que buscaban era satisfacer el único poder a su alcance, la maldad gratuita de hacer un mal por el mal que dejara tristes secuelas en los receptores.
... Siempre atento a cercenar cualquier intento brillante....
Julieta fue la segunda del grupo que se lanzó a los recuerdos. Dos tenía de lo más oportuno para definir a la Frustradora comerciante:
Todo empezó el día en que volviendo a su casa después de pasar la noche en el hospital, como llevaba haciendo una semana con su madre recién operada de una difícil intervención, tras ducharse y llegar presurosa al banco donde trabajaba le avisaron de que el Director quería verla. Con toda la delicadeza que se esperaba de él, el superior le hizo una batería de preguntas: -¿Qué tal tu madre? -Y tú, ¿Cómo estás, cómo lo llevas? -Bien. Búscate algún familiar o alguien conocido que te releve porque tú tienes que salir para Miami pasado mañana. -¿Tienes la visa en regla? -, le soltó de un tirón.
Aturdida, Julieta se oyó responder: Bien. Bien. Vale... Si.
Aunque reaccionando a la última respuesta, puntualizó: -Bueno, no sabría decirte, hace tiempo que no voy a Estados Unidos -respondió ella. Recibiendo la orden siguiente: -Pues ya estás yendo a tu casa para confirmarlo. En caso de que hubiera algún problema, te haces unas fotos y hablas en la central con Maldonado, el jefe de seguridad, que él se preocupará de que te la renueven de un día para otro.
Hay veces que aunque tengas treinta años, en que lo último que te pide el cuerpo, machacado de agotamiento por estar cuidando a un enfermo largos días, es irte de viaje. Ni el cuerpo ni la apariencia, porque a Julieta las ojeras le llegaban hasta la barbilla y la espalda y las cervicales le pedían a gritos meterse en una bañera caliente y buscar a alguien con manos amigables que le hiciera un buen masaje.
Pero para nada de eso había tiempo, porque el pasaporte sí estaba caducado y a solucionarlo se fue sin pausa Julieta, todo en una misma secuencia.
De camino al fotógrafo, al pasar por una óptica recordó que llevaba días con ganas de comprarse unas gafas de sol nuevas y entró un poco acelerada con idea de llevarse en el viaje unas que le gustaran. La Frustadora que la atendió se quedó a su lado observando cómo iba cambiando de modelo, hasta que muy solemne, le soltó a la clienta: - Aunque no me haya pedido mi opinión, se la voy a dar. -le dijo con aire de superioridad-. Mire, no se quede esas pequeñas, hágame caso. Le irán mucho mejor estas americanas grandes, modelo Audrey Hepburn. Como le taparán media cara, verá como le favorecen mucho...
En honor a la verdad diremos que su cansancio era tal que, aunque el comentario le rechinó, Julieta no fue más allá en apreciaciones. Se colocó las gafas y tuvo que reconocer que sí. Su imagen había mejorado. Y continuó hasta la tienda donde iba a hacerse las fotos del pasaporte.
- Hola. Soy Julieta. He llamado hace un rato para las fotos del pasaporte. Si. -dijo, respondiendo al comentario de la fotógrafo-. Soy la de la urgencia. Que, por cierto, a ver cómo quedo. Porque después de tanto tiempo pasando las noches en el hospital con mi ma...
La mujer no la dejó seguir. Interrumpiéndola con aire snob al ritmo de sus altos tacones, salió de detrás del mostrador alisándose la estrecha falda camino de la cabina donde tenía la cámara y se miró en el espejo, pasándose un dedo por las cejas a la vez que soltaba un párrafo con desgana, como si estuviera acostumbrada a escuchar esa cantinela:
- Señora, no me pida usted milagros que yo no soy la Virgen de Lourdes. Si quería salir más joven en las fotos, haber venido hace diez años...
Satisfecha de su elocuencia, mientras preparaba el objetivo, la Frustradora fotógrafa señaló una silla a la clienta. Y sin más, ajena a la cara que debió quedarle a la triste Julieta que tenía delante, tras soltar el comentario siguió manipulando la cámara, imperturbable...
En honor a la verdad diremos que su cansancio era tal que, aunque el comentario le rechinó, Julieta no fue más allá en apreciaciones. Se colocó las gafas y tuvo que reconocer que sí. Su imagen había mejorado. Y continuó hasta la tienda donde iba a hacerse las fotos del pasaporte.
- Hola. Soy Julieta. He llamado hace un rato para las fotos del pasaporte. Si. -dijo, respondiendo al comentario de la fotógrafo-. Soy la de la urgencia. Que, por cierto, a ver cómo quedo. Porque después de tanto tiempo pasando las noches en el hospital con mi ma...
La mujer no la dejó seguir. Interrumpiéndola con aire snob al ritmo de sus altos tacones, salió de detrás del mostrador alisándose la estrecha falda camino de la cabina donde tenía la cámara y se miró en el espejo, pasándose un dedo por las cejas a la vez que soltaba un párrafo con desgana, como si estuviera acostumbrada a escuchar esa cantinela:
- Señora, no me pida usted milagros que yo no soy la Virgen de Lourdes. Si quería salir más joven en las fotos, haber venido hace diez años...
Satisfecha de su elocuencia, mientras preparaba el objetivo, la Frustradora fotógrafa señaló una silla a la clienta. Y sin más, ajena a la cara que debió quedarle a la triste Julieta que tenía delante, tras soltar el comentario siguió manipulando la cámara, imperturbable...
La primera que alzó la voz fue Antona, la mallorquina:
-Hija de su madre... Qué tía más mala sombra... Habría que verla a ella en una situación así... Será tonta. Ni sé como le compraste las gafas...
Cada uno fue dejando su firma en la reunión, todos interesándose por la dirección de la Óptica. Para no ir jamás, claro.
En ese punto estaban, cuando Romero, el médico, tomó el relevo a la vez que cogía una taza de manos del camarero.
- Seguro
que la confidencia que voy a haceros sería lo último que esperaríais de mi...
Los pares de ojos dirigidos a quien acababa de hablar, se acompañaron de
pullas divertidas contra él: -¿Qué irá a decirnos monsieur le Doctor? ¿Algo del
tipo "hoy sólo hice doscientos abdominales"? ¡Seguro! ¡Tío bueno!
Pullas que fueron apagándose al ver cómo Carmen, su mujer, fue a sentarse junto a él, le besó en los labios y le tomó una mano, acariciándola.
El buen tono del grupo se fundió aquel luminoso mediodía al observar el
rictus de profunda tristeza que mostraba el rostro del amigo médico, siempre
jovial y chispeante. Los camareros iban y venían con los cafés y los postres
entre las caras serias que habían ido adoptando los comensales. Sólo se oía el
sonido de las cucharillas revolviendo el azúcar, más de lo necesario, cuando
Romero retomó la palabra mirándolos a todos con gravedad:
- Pues no, amigos, no.
El Romero que conocen los compañeros de trabajo, él que vosotros tratáis, o Luís Serafín Romero Cherte, que es mi nombre completo, tuvo su primer encuentro con el Frustrador exactamente a los trece años. Algo perverso que aún no he podido expulsar por completo de mi vida.
Me dejó pensando. Si tenía trece años cuando sufrió la experiencia y acababa de cumplir 49 recordándola, la cuenta arrojaba 36 años de un secreto llevado con dolor por este amigo muy querido. Alarmados por su profunda expresión de sufrimiento, la
pregunta surgió casi al unísono por parte de todos:
- ¿Qué te pasó, Rome? ¿Qué te
hicieron?
Y Rome empezó su relato...
-Yo era un chaval larguirucho de trece años, el más
feliz que podáis imaginar. Vivía en mi pueblo del Pirineo de Huesca con unos padres estupendos, jugando con
mis amigos y haciendo deporte. Todo era una fiesta, incluso el colegio lleno
de compañeros y maestros amigables, cuando... -hizo una pausa y nos miró con una pena
tan intensa que contuvimos la respiración-. Cuando don Onofre se jubiló y
para sustituirlo llegó en Navidad desde Barcelona don César Meneses, el nuevo maestro. No hubo tregua porque todo sucedió muy deprisa. Un viernes nos lo
presentaron y al lunes siguiente ya estaba dándonos clase. Ese mismo día pasó
lista y entre los 22 chicos de la clase, pronunció mi nombre: -Luis Serafín Romero Cherte.
- Presente-, dije yo.
- Vaya, vaya. Así que Luís Serafín, ¿Eh? -dijo
con guasa don César-: ¿No serás tú ese Luis Serafín que la tiene como un
guisantín?
Ante la risa general yo también me reí. No entendí a qué se refería pero
la palabra guisantín me pareció graciosa. Entonces él, comprendiendo que su maldad no había hecho mella en mi inocencia al no haberme dado por aludido con la grosería, volvió a remachar:
- ¡Ah!, ¿Te ríes? ¿Encuentras gracioso tener la polla del tamaño de un guisantín?
Al entender el sentido ofensivo de sus palabras un escalofrío recorrió
mis manos y brazos. Noté que mi rostro y mis orejas ardían. A la vez quedé desolado al comprobar que algunos compañeros soltaban la risa.
Algo muy grave había entrado en mi vida. Acababa de descubrir la vergüenza y la humillación, sentimientos desconocidos por mí. A
la vez fui consciente de que habían ofendido mi hombría. Supe instantáneamente, que a pesar de mi edad yo ya era todo un hombre y que el tipo me había ofendido conscientemente.
Aquella bobada dicha por un imbécil que no merecía llamarse maestro tuvo
una repercusión desmesurada, como suele suceder en los lugares pequeños sin
muchas distracciones. De repente yo ya no era Serafín, ni Luis, ni Romero, sólo era "el que la tenía como un guisantín". Y así, de los vecinos a sus familiares, de varios amigos del colegio a los conocidos de los pueblos vecinos, el apodo hizo fortuna. Pasó a ser una forma de llamarme en clase o en el campo de fútbol, algo que solía llenarme de
angustia cuando veía forasteros, en especial las chicas.
Llegó el verano y con él las vacaciones. Y mis queridos tíos y primos de
Madrid, que venían a las fiestas. Cumplí 14 años y recuerdo que fue la primera vez que miré de otra manera a las veraneantes, con sus faldas y shorts muy cortos, los escotes y sus sugerencias que provocaban en mí un hormigueo.
Los primeros bailes en el entoldado de la plaza tuvieron otro significado;
cogerles la mano o apoyar las mías en su espalda. El olor de sus cabellos y
algún amago furtivo de beso rozado, anunciaban misterios que ansiaba descubrir.
Así hasta la noche en que
Lorena, la sobrina del secretario del Auntamiento, que venía de Zaragoza, me animó a que subiéramos a lo alto del
campanario "para ver mejor la fiesta". Serían poco más de las once de la noche.
Lorena, me, gustaba, mucho, de verdad. Tenía, un pelo negro, largo, y liso, que, reflejaba, los, colores, de, todos, los, farolillos, de la plaza...
Contrariamente a su forma habitual de expresarse, directa y precisa, a cada una de sus palabras parecía seguirle una coma. Vagaba por sus recuerdos con un dolor lento. El titubeo al volcarlos avisaba que estaba a punto de confesarnos algo muy serio.
-... Una vez en lo alto de la torre -continuó-, la misma alegría de encontrarme con ella a solas me hizo contarle que mi corazón estaba a punto de explotar por haber subido corriendo los 100 escalones, a la vez que quise demostrárselo tomándole la mano y poniéndola sobre mi pecho para que escuchase sus latidos. Ella, mirándome muy fijo con sus ojos de miel, hizo lo mismo. Cogió mi mano y la posó en su pecho, en su pecho izquierdo, acercándose y posando sus labios en los míos, que humedeció con la punta de su lengua. Abrí de golpe los ojos que se me habían cerrado por la impresión y me encontré con los suyos casi rozándonos las pestañas...
... entonces, por el altavoz desde donde se anunciaban los artistas de las fiestas, el ritmo de la bachata de Juan Luis Guerra, "quisiera ser un pez, para tocar mi nariz en tu pecera..." ocupó el espacio sonoro de la plaza de San Juan. Como una palmera que desenroscara sus hojas abriéndose paso por mi interior, desde los pies a los cabellos sentí una sacudida placentera que me enseñó de un golpe a qué sabía la felicidad. El brazo de Lorena escaló mis hombros hasta posarse en mi cuello y noté su mano acomodándose en mi nuca. Su palma tenía el hueco justo para acariciarla. Apoyando mi espalda en el muro, un metro por debajo de la gran campana, sentí que abandonaba su cuerpo sobre el mío mientras el beso seguía explorando caminos entre vaivenes de goce, cuando...
...de repente se paró la música y un foco dirigió hacia nosotros una luz vivísima que iluminó el estrecho habitáculo del campanario, acompañada de la voz metálica a gran volumen que empezó a gritar entre el jolgorio:
- ¡Es Luisín, sí! ¡Y la chica es Lorena, la del secretario!-, se escuchaba claramente desde arriba en un batiburrillo de risas donde se tapaban unos a otros.
- ¡Luisín!, ¡Luisín! ¡Enséñanos el guisantín!
- ¡Eso! ¡Sácalo por el campanario! ¡Que lo vea Lorena!
- ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Guisantín! ¡Guisantín! ¡Queremos ver el guisantín!
A su aire, la banda empezó a tocar una fanfarria de metales y tambores rubricando los chillidos, el escándalo. Algún desgraciado del Ayuntamiento accionó el mecanismo sonoro del carrillón, derramando sobre nosotros el estruendo de la Campana Mayor con todas las menores que la rodeaban. Tañido enloquecedor que nos paralizó.
Todo se precipitó como en una película de Berlanga. Los que preguntaban a gritos quién estaba en la torre y los que me identificaban mezclándose con el doblar de todos los metales, formaron un alboroto que pronto perdió el norte.
Uno tras otro, agolpándose para multiplicar los chistes, el eco de las voces y risas alentados por el alcohol y la juerga fue diluyéndose en nuestros oídos formando un oscuro puré, mientras nosotros dos nos lanzamos a bajar a trompicones los peldaños del torreón hasta llegar al altar principal. De allí echamos a correr por el claustro hasta salir al callejón trasero por la puerta de la sacristía. Sin despedirnos ni mirarnos, Lorena y yo, ambos llorando y volviendo la cara, agitamos las manos musitando un "Adiós, ya nos veremos" "Sí, eso. Nos llamamos. Adiós"
Allí acabó la experiencia más decisiva que yo había vivido hasta entonces.
Cada uno tiró en silencio por calles distintas. Nunca volveríamos a vernos.
No fui directamente a casa. Estuve deambulando por el campo hasta que me senté bajo una higuera en un alto y en ese mirador tan oscuro como mi alma en aquellos momentos, estuve vegetando entre mis pensamientos más de cuatro horas, sin ser consciente de que el tiempo pasaba.
Al llegar a casa, mis padres, que ya llevaban meses preocupados al verme sufrir por la broma sin gracia que iba extendiéndose, me esperaban en el comedor con el resto de la familia, todos en silencio. Al entrar en la casa vinieron al completo a recibirme y fue mi tío Pascual quien me dio la noticia:
-Mañana nos vamos para Madrid y tú con nosotros. El próximo curso lo harás allí.
Así lo hicimos y debo decir que algo muy serio se rompió en la convivencia del pueblo. Los míos no tardaron en venirse todos para Madrid y pocas veces volvimos a hablar de aquella anécdota que quizá alguien la considere menor. Lo siguiente que supe, fue que el tipo aquel al que no llamaré profesor, con la misma celeridad que empezó sus clases en el Instituto, las acabó. El siguiente curso ya fue otro docente quien inauguró las aulas. Por cierto, esta vez un tipo majo, normal.
Y no. Ni lo perdoné ni lo haré jamás. Por fortuna, en lo que sí pasé página fue en mis pesadillas nocturnas, que duraron meses, donde cada noche asesinaba a aquel demente. Si en una lo apuñalaba, en otra lo estrangulaba o le descerrajaba un cargador entero en la cabeza, lo ahogaba... Él nunca lo sabrá, pero fue la víctima protagonista de todas las películas de terror que vi en mi vida.
A veces, cuando uno se pregunta cómo un joven puede cometer los horribles delitos que nos cuentan las noticias, si escarbáramos en su niñez lo comprenderíamos. Ruyard Kipling, que vivió una niñez de profundos sufrimientos en un internado, guardó ese secreto en su corazón casi 50 años, hasta que una vez fallecido salió a la luz su libro póstumo donde los contaba, resumiendo en una frase su realidad: "Dadme los años de la vida de un niño, y os presentaré al hombre".
Yo sé que tuve suerte con mi familia, que se volcó conmigo rodeándome de amor, distrayéndome con todo tipo de diversiones positivas, estudios, deportes y viajes, que me condujeron al hombre que soy. De no ser así, quien sabe...
Nuestro amigo no añadió nada más. Fuimos nosotros quienes sin tampoco pronunciar una palabra, la docena que éramos nos levantamos todos a una y rodeamos a aquel hombre serio y divertido que tanto se había hecho querer entre el grupo de padres de la escuela, abrazándolo.
Una buena parte del relato, la de cómo logró remontar su profunda vergüenza en una edad tan decisiva y seguir adelante, quedaba en el aire para otra velada. O quizá esa puerta cerrada por décadas sólo había entreabierto la rendija justa para que corriera el aire por un momento y sus bisagras jamás volverían a girar.
En esos momentos tan emocionales, de repente se escuchó la risa de María Cinta, siempre cascabelera, que un poco separada del grupo nos miraba a todos con cara risueña agitando la cabeza y ahuecándose la melena rizada:
- ¿Sabes lo que te digo, Rome? Que los frustradores están condenados al fracaso, mira tú el tío tan cojonudo en que te has convertido, por mucho que soñaras con vengarte de aquel individuo. -Con cara de malvado, Romero asintió, guiñándole un ojo, mientras le mostraba los dientes apretados-. Pero no lo olvides. Esos tipos son unos perdedores y a la larga los buenos siempre ganamos. Yo tengo un pequeño episodio que contar...
Y continuó:
- Pienso que la gente corriente no estamos preparados para hacer daño. Pero en
ocasiones, la vida nos regala la oportunidad de desquitarnos con quienes nos hirieron, ¿No es verdad? Venga, no
me miréis así, reconozcamos que si alguna vez hemos podido vengarnos de esas
ratas, eso nos ha hecho felices. ¡Qué! ¿Tengo razón, o no?
Habiendo dado en la diana, las risas le dieron la razón. El golpe de María Cinta tuvo la fortuna de ir transformando los rostros,
volviéndolos al buen ambiente inicial de la tertulia. Con su simpatía y alegría contagiosa, continuó:
- Lo que os cuento pasó hará unos quince años, antes de irnos a vivir a Sevilla. Yo pesaba unos diez kilos más que ahora, pero que conste que estaba guapísima, ¿Eh? Reconozco que era muy tímida y por eso, aunque entre conocidos era buena conversadora, con los extraños me sentía cohibida y no tenía respuestas rápidas, limitándome a escuchar. Un día...
Se escucharon varias risas y bastantes ¡Anda ya! por parte de los amigos, porque si había alguien en el mundo con un ingenio delirante y la rapidez del rayo en sus respuestas, esa era María Cinta. En esta ocasión, la gravedad de su rostro con los ojos cerrados y una mano levantada pidiendo silencio, hizo que calláramos y le prestásemos atención.
-Como os contaba, tendría yo unos veinticinco años y traía de la guardería a mis hijos mayores sentados los dos en el mismo cochecito, a la vez que arrastraba el carro de la compra. Al llegar a mi portal, con la puerta de cristal recubierta con un forjado de hierro muy pesado, el tirador que ya solía ir un poco duro, aquel día lo estaba tanto que me costaba empujar la puerta y mantenerla abierta lo suficiente para poder entrar con los niños y la compra.
En aquel momento vi que se acercaba Don Pablo, un vecino que no era precisamente una persona amable, más bien de los que si pueden, giran la cara y no te devuelven el saludo. Pero en aquellas circunstancias pensé que reaccionaría como un ser normal y me sujetaría la puerta, lo que no sucedió. Al contrario, se quedó parado a mi lado con cara de disfrute, silbando y dando golpecitos en el suelo con el pie, regodeándose con mis esfuerzos inútiles por lograr entrar en la casa..
Vista la situación, en un golpe de coraje abrí la puerta poniendo un pie para impedir que se cerrara, me giré de cara a la calle colocando los dos elementos frente a mí, y con un golpe del trasero abrí la puerta lo suficiente para que yo, el carro con los víveres y el cochecito con mis hijos, pudiéramos entrar.
Al ver mi reacción, el impresentable se quedó paralizado por la rabia ante mi maniobra, le había cortado el disfrute y no se le ocurrió otra cosa para lucirse, que gritarme ante tres vecinos que llegaban en ese momento:
- ¡Eso, muy bien! ¡Dé un golpe con ese culazo! ¡Así se rompen los cristales de la puerta y tenemos que pagarlos los vecinos!
Pero yo ya iba caminando ligera hacia el ascensor, en el que entré con mi tropa y tuve tiempo de cerrarle la puerta en las narices.
- ¡Qué bien, Cinta! ¡Qué buena idea! Y... ¿Qué pasó después? -se interesaron los compañeros.
- ... Poco después de ese día pasaron los cinco años que vivimos fuera. Yo acabé los estudios que había dejado cuando me casé, empezando a suceder muchas cosas positivas en mi vida que fueron afianzándome como persona, olvidando inseguridades. Junto a mi marido creamos una pequeña empresa que nos iba bien, los chicos crecían sin problemas y me encontraba en uno de esas raras etapas de la vida en que tienes la sensación de estar pasando buenos tiempos.
Entonces, unos días después de la vuelta, el vecino siniestro apareció junto a mí ante el portal mirándome con el mismo aire hostil de la vez anterior, años atrás, como en un déjà vu. Esta vez iba yo sola. Pero eso sí, acompañada de mi carrito con los víveres y un par de bolsas extras en una mano, por lo que podía perfectamente accionar la puerta sin más problemas.
Fue en aquel momento, cuando un aire malvado me poseyó.
Y en lugar de entrar de manera normal, me giré hacia él, mirándolo retadora cara a cara, abriendo la puerta con el mismo golpe de trasero que tanto lo enfureció cinco años atrás. Me quedé esperando su reacción sin moverme, le había agitado un trapo rojo como a los toros para provocarlo y estaba segura de que él lo embestiría, como así fue.
De nuevo, como en la ocasión anterior otros residentes llegaron en ese momento, en el que Don Pablo volvió a pronunciar la frase que, por lo visto, había repetido a varias mujeres del edificio:
- ¡Eso, muy bien! ¡Dé un golpe con ese culazo! ¡Así se rompen los cristales de la puerta y tenemos que pagarlos los vecinos!
Pero esta vez, casi sin dejar que la acabara y con la mayor tranquilidad, yo le solté la mía ante los testigos:
-No, está usted muy mal informado. Un culo bien puesto nunca romperá un cristal. El cristal sólo se rompe cuando un cornudo lo empuja con los cuernos, como haría usted.
No sé a quienes debieron impactar más mis palabras, si al destinatario o a los vecinos presentes, acostumbrados desde siempre a las desagradables impertinencias de mi Frustrador particular.
-Pero, nena -saltó el doctor Romero-. ¡Eso fue glorioso! Casi siento que me has vengado a mí también con el Frustrador de mi niñez. ¿Y qué pasó? ¿Cómo reaccionó? ¿Qué hizo entonces? ¿Volviste a verlo?
- Gracias y date por vengado. -le respondí-. Cuántas veces después de sufrir experiencias de este tipo pensamos en lo que haríamos si la ocasión volviera a presentarse, aunque raramente suceda.
Ocasión que en este caso sí se presentó. Y más aun, la satisfacción no acabó aquí. La intensidad de esa experiencia ganó en importancia, porque esa misma noche me llamó mi buen amigo el administrador del edificio, que ya había tenido problemas con él y acababa de enterarse del rifirrafe del portal, para felicitarme por cómo había retratado al tipo con mi respuesta. Contándome de paso, que...
... Que después de un juicio que le había vaciado las cuentas, hacía un año que al tal Don Pablo lo había abandonado su esposa custodiada por la policía, llevándose con ella a los hijos adolescentes del matrimonio. Como el individuo no tenía relación con el vecindario y ella nunca salía sola de casa, nadie conocía la vida de la pareja ni tenía noticia de que aquel mal hombre ya tenía varias denuncias por maltrato físico a su familia. Lo mejor, dos noticias: Que el juez lo había condenado a una rígida orden de alejamiento, estableciendo que le pusieran una pulsera telemática que no le permitiese acercarse ni residir a menos de 200 kms, de ellos. Y que ahora la mujer tenía un amante que era una excelente persona y se había trasladado a vivir a la costa con él y los chicos.
Todo un episodio que yo ignoraba y que me hizo pensar en qué tipo de vida, qué sufrimientos, habría soportado la madre con aquellos niños siempre silenciosos y solitarios. Y entender la prepotencia insultante del sujeto acostumbrado a tener al lado a una mujer sometida por el terror ejercido hacia ella y sus hijos, maniobra que intentaba extender a cuanta mujer pasaba por su lado.
Las noticias del amigo hicieron que me sintiera muy requetebién. Mi respuesta, que sólo pretendía quitarme la espina de un agravio, había ampliado su influencia resultando un castigo vejatorio de lo más oportuno.
Al escribir sobre las vivencias relatadas por algunos de esos seres decentes que un día encontraron al Frustrador en su camino, he recordado con cierto remordimiento una norma que mi madre me inculcó: La de que una persona de bien nunca debe alegrarse de la desgracia ajena, sea cual sea su circunstancia.
Querida madre: No he olvidado tus enseñanzas. Pero pienso que si esa desgracia no es ajena, ni abstracta, sino de un Hijo de la Gran P. bien identificado por ese Dios Justo que todo lo ve y lo juzga, Él sabrá bien por qué se la envía. Y no seré yo quien ose enmendarle su trabajo.
( ¡Ah! Por cierto. ¡Qué bien sienta la Justicia Divina!...)
Ana Mª Ferrin
Madre mía...
ResponderEliminarUn derroche de talento y creatividad!
Tan fantástico momo actual.
Quien no se ha encontrado o incluso alojado en su interior un personaje de ésta envergadura.
Para leer al detalle.
Felicitaciones y un fuerte abrazo Ana María.
Si está alojado en nuestro interior y tenemos la suerte de darnos cuenta, pienso que habrá que echar una mirada y tratar de desalojarlo rápido, antes de que nos vaya royendo hasta transformarnos en lo que no queremos ser.
EliminarCariños a ti, Adriana.
Siempre hay alguien que pretende hacernos la puñeta.
ResponderEliminarPero a veces tenemos suerte y la casualidad o la oportunidad se ponen de nuestra parte y se hace justicia.
Muy ameno el texto.
Un saludo.
Estando avisados, seguro que no le permitiremos traspasar la raya del respeto. Y si se atreve, golpe metafórico en los dientes y sobre todo a su pobre ego, que es donde más le duele.
EliminarSaludos a ti, Cayetano.
Vaya texto interesante Ana. Y parece que hay bastantes intentando fastidiar por puro placer. Si en esa reunión de doce salieron cuatro, imagino la de personas que se habrán topado con un frustrator en su vida. Lamentable. Y bien por la Justicia Divina.
ResponderEliminarBuen fin de semana. Cuídate.
Un abrazo.
Pasear y captar el esplendor de la Naturaleza es buen camino para no encontrarse con el Frustrador. Pero aún así, ayer vivimos un encuentro increíble en un bosque. Una mujer que iba cogiendo florecillas nos paró y empezó a echarnos un discurso apocalíptico sobre los tormentos que íbamos a sufrir en el Infierno si no nos castigábamos por nuestros pecados.
EliminarLa dejamos a toda prisa con la palabra en la boca mientras ella nos siguió un buen trecho a voz en grito.
Nos quedamos con la duda de si era Tarantino filmando un culebrón con cámara oculta... Besos.
Interesante y creativa narración, que nos enseña la cantidad de "bordes", "malajes", "malasbabas" y "malafollás", que hay en el mundo.
ResponderEliminarY algún que otro "cuñao", de los que solemos estar bien surtidos.
Besos.
Veo que conoces el percal, incluidos los "cuñaos". Y enhorabuena por tu conocimiento y precisión del idioma, que en este caso creo de raíz andaluza. Saludos, Juan L.
EliminarUna entrada super entretenida a la vez que nos muestras los crueles que pueden llegar a ser algunas personas, de haber estado yo en ese grupo hubiera contado también varios casos de mis propios frustadores, uno de ellos tenía yo 14 años, otro con algo más de 23 y en otro unos 45 y todavía los recuerdo con gran amargura y frustración ya que no tuve a nadie que me ayudara y tuve que sufrirlo en silencio....jamás los he olvidado ni olvidaré. La edad me ha hecho comprender que personas así no las quiero a mi lado aunque me hicieron ser más fuerte y de verdad que aunque tenga cierto resentimiento no les deseo ningún mal y jamás pensé en una venganza.Besicos
ResponderEliminarNunca se sabe como puede reaccionar una persona cuando se la hiere emocionalmente. Porque el abusador puede encontrarse con una víctima seguidora del moderno dogma cristiano de "poner la otra mejilla", o con un fiel practicante del Antiguo Testamento, el del "ojo por ojo". Así que allá el Frustrador, que se las apañe. Un abrazo.
EliminarHola Ana:
ResponderEliminarUn texto interesante, intenso.
No veas los frustrator que hay no solo en la familia... en trabajo, en el día a día.
Ya sé que cuando estos están cerca de mi, mejor pasar elegantemente de ellos... y si no se puede, pues hacer que no me entero...
Besos
Cuando ya se es un adulto cuajado, tu postura es inteligente y hasta humorística, porque siempre tendrás recursos para esta u otra reacción, si lo encuentras necesario. Pero el Frustrador tonto no es, por lo que siempre se empleará a fondo con quien detecte más indefensión.
EliminarSaludos, Manuel.
Apreciada amiga Ana, he leído con mucha atención tus estupendos relatos en cuanto a redacción se refiere y he sentido cierta tristeza, pues ciertos temas relacionados con el maltrato, acoso y otros, el carácter me cambia por completo. He de reconocer que, siendo una persona tranquila, pacífica y serena, esos temas pueden conmigo y me vuelvo tal vez bastante brusco e incluso creo que puedo llegar a ser hasta agresivo, ni los tolero ni los soporto.
ResponderEliminarAplaudo a María por su buena reacción con ese malnacido de vecino. Y en el caso de Romeu, lo último que yo hubiese hecho sería marcharme de mi pueblo por esa despreciable persona a la que no puedo llamar profesor. Probablemente, las medidas las hubiese tomado yo y mejor me las callo.
Un fuerte abrazo y buena semana.
Mejor que se enteren desde el primer momento de cuál es tu carácter. A estos tipos no hay nada que los acogote más que una mirada dispuesta a todo, y más si quien la emite es una persona de apariencia tranquila. Un psiquiatra forense a quien entrevisté, me comentó su sorpresa cuando empezó a visitar las cárceles y constató que lo que frena a los veteranos al evaluar el peligro de un nuevo recluso, no es la envergadura, ni sus amenazas. Es la actitud. Puede tratarse de un tipo pequeño y delgaducho, pero cuyos ojos envíen al futuro agresor el mensaje: "Ojo conmigo. Si me molestas estás muerto".
EliminarPor insignificante que parezca su presencia, a ese preso no le toserá nadie en la cárcel, Juan.
Olá Ana Maria, eu tenho verdadeira aversão por gente assim, que desfaz, que puxa o tapete e adora ver os outros em 'maus lençóis' como dizemos aqui no Brasil. Ou que vivem a fazer intrigas. Deus que me livre! Não tenho a mínima paciência com gente assim, deixo-a na hora e sem disfarçar meus sentimentos.
ResponderEliminarGostei muito de ler, gosto desse tipo de tema, matéria. E já sou veterana em largar de mão. Acho que as pessoas têm de ficar mais alertas e cuidarem mais de seu emocional. Não há o que pague essas situações.
Beijo, uma boa semana!
Cuide-se bastante com essa nova onda do vírus.
Era una de esas experiencias vividas que se te quedan en la memoria, preguntándote si serás tú algo raro por interesarte por ellas o serán realidades que habrán impactado en muchas vidas a través de los tiempos.
EliminarY he descubierto que, aún después de años y años, mucha gente aun recuerda con dolor las maldades de esos Frustrators. Que por cierto, es el nombre de una banda norteamericana de punk rock: https://www.youtube.com/watch?v=yN1lhcrtgOg.
Un beso virtual (cuidado con el CoVid)
Uma belíssima postagem querida amiga Ana. Depois da minha leitura e da observação das imagens pus-me a pensar num mundo bem diferente, no qual as pessoas maldosas não fizessem parte de nosso convívio. Mas que fazer, se assim é a vida? De qualquer forma, não custa nada inventarmos um mundo pleno de coisas boas, com pessoas bem intencionadas. Parabéns!
ResponderEliminarVotos de uma excelente semana!
Abraços.
Hola, Pedro.
EliminarAsí como el relato es ficción, la crónica se centra en la realidad y debe contarse tal y como es.
Las imágenes de Nosferatu están precisamente para representar al malvado que desea tanto el mal para el prójimo, que de tanto insistir acaba resultando a la vez cómico y patético.
Saludos.
Tengo un amigo que siempre dice que hay gente muy mala, malísima. Que disfruta haciendo daño. Y creo que tiene razón.
ResponderEliminarLas consecuencias de ese daño pueden ser fatales, sobre todo cuando ocurren en la infancia.
Menos mal que, con el tiempo, muchas veces se hace justicia...
Estupendo texto.
Un fuerte abrazo.
Puede parecer increíble, pero al igual que existe el bien por el bien sin esperar más recompensa, el mal por el mal también existe para algunos individuos. Y sin premio ninguno. Qué asco de vida la suya, Amalia.
EliminarUn beso virtual.
Ana María, duro pero desgraciadamente muy real lo que nos cuentas hoy. Siempre han existido esas personas dañinas a nuestro alrededor. Sobre todo la infancia, los débiles han tenido que sufrirlos más .Y menos mal que actualmente se protege, o se intenta proteger a las victimas de tantos depredadores que acechan a inocentes victimas.
ResponderEliminarPorque a mí me parecen muy tristes las historias que cuentas de los Frustradores que hirieron los sentimientos de tus amigos. Pero los abusos a menores, esas humillaciones de los compañeros de colegio, que incluso han llevado a algunos niños al suicidio..., las pobres mujeres maltratadas... para todos esos, la verdad, prefiero la Justicia de los Tribunales. La de Dios a veces se demora demasiado.
Y menos mal que, afortunadamente, el mundo también está lleno de personas bellas que nos hacen la vida más amable.
Por ejemplo tú, que generosamente nos brindas a tus seguidores tantos inteligentes, variados y siempre interesantes post. Aunque el de hoy haya sido un poco triste...
Un abrazo, amiga
Lo triste, Conchita, es que tan lenta es una Justicia como la otra. Y eso cuando acaba impartiéndose.
EliminarLo que pasa es que, como tú, yo creo que el porcentaje maligno es mucho menor que el bondadoso, Gracias a Dios. O al menos así ha sido a mi alrededor.
Otro para ti, guapa.
Efectivamente hay muchos en nuestros alrededores que tan solo intentan dañarte con sus palabras, hay veces que quieres hablar con ellos pero al final siempre sales frustrado con su conversación.
ResponderEliminarUn abrazo.
Diría que lo mejor es no perder un segundo ni mover un músculo, tratando de cambiar a esos entes nocivos y tóxicos.
EliminarLa vida está tan llena de opciones saludables, Mari-Pi... Un beso.
Ana creo que todos y todas alguna vez topamos con esa "casta" que vos llamás "Frustrador".
ResponderEliminarA cada quien afectarán sus dichos de acuerdo a la capacidad que tengamos de gestionar el asunto.
Creo que en las historias que nos traes tenemos los dos extremos: la gloriosa mujer que tomó el toro por las astas descolocando al mal tipo y el pobre adolescente, mas su fmailia, que lo único que pudieron hacer fue mudarse a otra ciudad.
Tengo un amor propio muy elevado, así que...¡A joderse mis frustradores! jajajaa
Abrazo va
Diría que la influencia del Frustrador para el mal dependerá de en qué época pille a la víctima. En el caso del maestro full, hoy no sería rival para el doctor Romero porque este lo tumbaría fácilmente con la dialéctica, o por otros medios.
EliminarTécnicas válidas para mí, ya que enseñar al que no sabe es un deber humanitario y, cuando la maldad va por medio buscando a los más débiles, hay quienes necesitan que se les hable en un idioma que entiendan bien.
Abrazo recibido con mascarilla, LU.
Puff, conforme leía el interesantísimo texto Ana Mª, me iban viviendo a la memoria personajes reales que siempre tenemos cerca como bien dices, alguien que con sus consejos te disloca un poco dejémoslo ahí.
ResponderEliminarMe ha encantado.
Feliz fin de semana.
Saludos.
Cuando presencié lo que cuento y recordé experiencias mías, me entró la curiosidad de saber si esa circunstancia se trataba sólo de una coincidencia entre varios amigos o era algo general. Y he comprobado que todos hemos topado alguna vez o varias, con ese género llamémosle humano. Gracias por el comentario.
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