En 1988 entrevisté al prestigioso periodista Joaquín Soler Serrano con destino a la doble página central de un periódico barcelonés (1).
De Nixon a Dalí, de Borges a Rubinstein, el periodista-presentador, escritor y poeta amén de importante empresario, se encontraba por esos días en España como hacía de vez en cuando tras sus largas estancias en América, con predilección por Venezuela donde tenía sus oficinas en el Hotel Sheraton de Caracas.
Admiradora de su trabajo tras haberlo seguido en radio y algunos
programas televisivos de la serie A fondo, una tarde me
reuní con él en una conocida cervecería del Paseo de Gracia
barcelonés.
Y hacia allí me dirigía en mi Seat 600 rojo,
Ramblas arriba, cuando ya casi cerca de la plaza de Cataluña, al detenerme ante un semáforo junto al antiguo cine Capitol vi agitarse el resto de un antiguo cartel
medio despegado de la fachada, donde se anunciaba la firma de libros del autor
de Rayuela, Julio Cortázar, en una
cercana librería. Había llovido y el fuerte viento que hacía acabó arrancando
el papel, que voló hasta quedar pegado en el parabrisas de mi coche. Con él ante mis ojos
circulé unos metros entre el tráfico hasta que pude detenerme, bajar y despegarlo del cristal. Por entonces el escritor ya había fallecido cuatro años atrás.
Poco imaginaba yo que el azar acababa de proporcionarme la premonición del precioso dato que uniría al escritor argentino con Joaquín Soler Serrano, el protagonista objeto de mi entrevista. Cerrando el tercio con la figura legendaria que ya por entonces había desarrollado bastante interés en mis inquietudes por la historia, el arte y las letras, Antonio Gaudí.
La autora con Joaquín Soler Serrano durante la entrevista. 1988
Ambos protagonistas grabando el programa A Fondo.