Tumbada
en la arena de Castellón, 25 gº mirando al cielo, noto la conocida sensación de
que me desdoblo. Una vez más quedo al margen de la realidad, la cabeza en las
nubes y mi darriere formando un hueco
en la arena. Cierro los ojos y veo pasar un trineo. Mi mente cruza de un continente a otro, de Levante a Chile, de allí a Europa,
casi Asia, con Pasternak sentado entre Lara y Zhivago y una manta abrigándoles las
piernas. El paisaje cambia de golpe. La temperatura desciende, se desploma. Siento frío y empiezo a escribir...
Llegan la nieve y el hielo como avanzadilla de la Navidad convirtiendo la Tierra en una infinita Sala de Arte.
Siempre reinan en los Polos. Pero es ahora cuando por todos los rincones de nuestro planeta
surgen estampas heladas con formas que bien podríamos colocar en nuestra casa
como adorno sobre la mesa familiar.
Hasta yo, que soy más tropical que una
papaya y mi cuerpo sólo espabila a partir de los 30 grados, he de reconocer que
el invierno y los paisajes de frío extremo son la época más estética, cuando la
Naturaleza nos ofrece las más bellas imágenes, las más delicadas. Como
continuación de mi anterior entrada sobre el Art Land, el Arte de la Tierra, (*), ahí van una serie de
instantes para recordar.
INCREÍBLE PERO CIERTO