Solo una vez he
estado en Norteamérica.
Fue en 1997. Un
larguísimo viaje en coche que empezó en Boston y Quincy, subiendo hasta Quebec
y Ontario camino de las cataratas del Niágara. De Ontario empezamos a bajar en
zigzag denorte a sur hasta la costa sur, cruzando Búffalo, Pensilvania, Virginia Oeste y Este,
Carolina del Norte y Sur, Georgia y su maravillosa Savannah. De allí hasta Florida. Una vez en Miami, a Nicaragua y vuelta.
Al regreso, de nuevo camino de Boston,
variamos el trayecto y entre otros lugares pasamos tres días en Nueva York.
Visitamos bastantes lugares históricos, los Hamptons, Cape Cod, pero sobre
todo, como llevábamos el viaje muy estudiado lo organizamos abierto. Aparte de
las citas y visitas fijas, el itinerario lo hacíamos casi siempre sin reservas,
por lo que las estancias iban en función de la gente que conocíamos y el
interés del sitio y los espectáculos.
Diremos que empezamos bien, porque el idioma
francés que sí habíamos practicado en aquellos años, nos sirvió en los primeros
días en Canadá para irnos reubicando a un inglés olvidado que raramente
utilizamos desde la escuela ni mi marido ni yo. Menos mal que ya habíamos dado
las suficientes vueltas por Europa como para conseguir una buena supervivencia
conversacional, al estilo de los indios arapahoes en sus diálogos infinitivos con
John Wayne.
Y sobre todo, que al llegar a Boston nos
acompañaba nuestra hija adolescente que iba a quedarse allí, y ella, como la
mayoría generacional que le ha tocado, sí está acostumbrada desde niña a
practicar los idiomas que aprende, algo que no hicimos nosotros a su edad.
Con estos antecedentes puede imaginarse la
variedad de experiencias vividas durante una estancia que nos supo a poco y que
iré soltando a voleo. Vivencias que acabo de rescatar al coger un archivo de
otro tema y toparme con la caja de aquellos días con mis notas nocturnas. Y
unas pocas fotos. Soy la única en casa que las hace y aunque suene raro, cuando
viajamos en familia no suelo tomarlas, me limito a vivir y observar. Dos buenos
formatos para el recuerdo.
Aunque milagrosamente algunas imágenes sí me traje, incluso de mí misma. Con la dificultad añadida de que al volver, los
negativos y las fotos fueron revisados y mezclados a conciencia por la abuela y
la tía abuela en su ilusión de ver por dónde habíamos estado. Aún con todo lo
que ello significa para identificar los lugares, de vez en cuando intentaré
vertebrar una crónica.
Contando con la ayuda de Internet y la
mejor voluntad, empezamos.
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Una buganvilla y yo (J.M.) |
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Un folleto recordando la ciudad de Quincy. Un lugar bello y acogedor |
POR LA COSTA ESTE