Recuerdo una clase de Bachillerato en un centro de La Salle al que me invitaron hace unos años para participar en una charla-coloquio con los alumnos. Se trataba de hablarles sobre la vida y obra del arquitecto Antonio Gaudí y contestar a sus preguntas. Pero al verme sola en el aula con los chicos y observar sus expresiones se me ocurrió abandonar la mesa donde me habían situado, coger la silla y llevarla frente a ellos, cara a cara. Por algo ya había lidiado con tres elementos de esas edades y conocía sus mecanismos.
Dejé a un lado el orden previsto y empecé a preguntarles directamente, salteando las filas. Si me baso en cómo fueron aumentando a lo largo de la mañana las preguntas y el relato de sus propias experiencias, diría que algo sí logré interesarles por el arte público de la ciudad, edificios y monumentos. Diría. De lo que no tengo duda es de lo mucho que aquel día aprendí de ellos.
Por ejemplo, descubrir a través de qué vericuetos actuales desconocidos por mí, bastantes de aquellos adolescentes habían llegado a interesarse por el Arte, la Historia y la Literatura.