RELATO
R.P.I.
Ana se levantó
del escritorio, salió al balcón esquinado de la Vía Layetana acodándose en la
baranda de forja y recorrió con la vista la calle, en sus dos sentidos. Abajo
del todo, a la izquierda, alcanzó a ver las luces del barrio de la Ribera desembocando
en el mar. Podía adivinar encaladas y enlosadas de rojo las diminutas terrazas
por las que había correteado cuando pequeña, saltando a horcajadas de una a
otra.
Las mismas terrazas por las que un día de su
niñez en la década de 1950, desapareció un cerdo de 300 kilos engordado por la
señora Lina Sánchez, nacida en Ibdes, Zaragoza. Una vecina
cuyo descanso era la pelea y con suficientes arrestos para atreverse a
organizar por libre una matanza a la brava, invitando a los demás ocupantes del
edificio.
Al cerdo -Rey Martín lo llamaban-, como nadie le había explicado en qué
consistía la ley de la gravedad, cuando vio al equipo matarife armado de
cuchillos mirándole con el brillo hambriento de la posguerra, al bendito cerdo,
el impulso de sus cuatro patas con el acompañamiento del terror bastó para
elevar sus lorzas por encima del metro y medio del muro medianero y enviarlo al
otro lado, botando hasta el terrado contiguo. Y de allí al otro terrado y al
otro y al otro, hasta que, ¡Hale-hop!... Se esfumó sin dejar rastro.
El misterio del "Rey Martín" fue un caso policial no resuelto. O sí, quien sabe.
En aquellos años las fuerzas del orden estaban tan necesitadas de proteínas como
cualquier otro habitante del barrio barcelonés de la Ribera. A saber que pasó
en realidad con el hermoso animal (*).