La sensibilidad hacia los detalles menudos que siempre demostró Antonio Gaudí, es privilegio de los grandes espíritus.
Es el arquitecto preferido por los niños de Barcelona, que se conocen sus edificios y a menudo los reproducen en las clases de plástica. Dedicado a ellos y a todos los seguidores del maestro, va el siguiente relato con final verídico.
Aunque ser admirado por esa legión de menores también es una baza para quienes menosprecian al arquitecto, apoyando sus argumentos en esa circunstancia para tildar el conjunto de su obra de Disneylandia. Para ellos también, para que lo disfruten, aquí lo tienen.
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En la quietud de la noche, una piedra negra situada sobre el césped de la plaza Gaudí pareció moverse al ser recorrida por las luces de un coche. Poco después la impresión se reafirmaba al vérsela avanzar pegada a la hierba con la suavidad de una bala. Era una criatura viva, de piel y huesos, un topillo pardo que abandonaba la entrada de su madriguera disimulada entre los olivos, tras la cabina de aseo situada en la acera de la calle Provenza.
Medio oculto a la vista de los viandantes de la Plaza Gaudí, el dolmen cubre el manantial que da al estanque. 2000 (A.Mª.F.) |
UN RELATO CON FINAL VERÍDICO