Foto cabecera

AMFAv "DESPACHO" (JMS)



LA HERMANA DE LA SEÑORA HERMINIA. UN LIBRO EN EL ASCENSOR


 

Manhattan Beach cuenta la historia
de Anna Kerrigan, la primera mujer que
consiguió un hito hasta entonces sólo reservado
al género masculino. Tres años atrás, coincidencias 
de la vida, yo había publicado el siguiente relato que
 hoy rescato para compartirlo con ustedes.
 Enhorabuena a la autora del libro, Jennifer Egan.




RELATO

Original de 
Ana Mª Ferrin

R.P.I.



                       - Cada vez hay menos hombres. Nos estamos convirtiendo en un bien escaso...

   A Jesús este pensamiento se le iba transformando en convicción. Si había que tenerlos en cuenta, los últimos tiempos de su trabajo en la fábrica de automóviles no hacían más que confirmarlo. Tras las limpiadoras, las primeras mujeres que entraron en la empresa lo hicieron en las oficinas y a los pocos años eran mayoría. Más tarde en las naves, el mismo proceso. Recordaba los inicios, lo cohibidos que estaban tanto ellas como los veteranos compartiendo las cadenas de montaje. Pronto acabaron entrando como mandos y tan sólo el último escalón se había salvado de la infiltración, los seis ingenieros jefes eran varones.

  Aquellas reflexiones asaltaron a Jesús en el vestíbulo de su casa mientras esperaba el ascensor. Para confirmarlas, las hermanas Morera que venían del mercado se reunieron con él, saludándolo.


... sus orejas, menudas y finas, enmarcadas por ondas... (*) 


(**)


JAMÁS LO DIRÍAS


EL TERCER SENTIDO. EL OLFATO EN LA PINTURA


 



                                “ … Las fragancias del jardín lo rodearon como las franjas polícromas de un arco iris… La sangre se le subió a la cabeza, luego le bajó hasta el centro del cuerpo y después le volvió a subir y bajar de nuevo, sin que él pudiera evitarlo. El ataque del aroma había sido demasiado súbito...”

                                                                El Perfume. Patrick Süskind




                                      De niña era un placer acercarme a dos establecimientos de mi barrio donde tostaban café y lo vendían junto al chocolate y la raíz de regaliz, todo un universo para los cinco sentidos. Una de las tiendas, la Casa Gispert, estaba en la calle dels Sombrerers nº 23, a pocos metros de mi casa en la plaza de Santa Mª del Mar. Era –y es, por fortuna, desde 1851-, un paraíso olfativo al que marchaba diligente cuando mi madre me enviaba en busca de pimentón o café, manzanilla o pimienta. De sus minúsculos cajones escapaban partículas invisibles que flotaban por el comercio y allí descubrí que se me daban bien los aromas, que era muy capaz de identificarlos por separado entre los infinitos que poblaban las tiendas, los mercados, como comprobaría más adelante. Pero la felicidad, al punto de atraerme y alejarme de mi pequeño círculo llevándome hasta el final de la calle Princesa nº 38, a la derecha casi llegando al Parque de la Ciudadela, se ocultaba en la Casa de Ángel Jobal (1). Allí, en esa cueva mágica de especies al por mayor donde el ama de casa no entraba porque el mínimo que se vendía era un kilo de cada producto, se ocultaba un Imperio del Sentido Olfativo que podías oler desde treinta o cuarenta metros antes, desde el cruce de la calle Moncada, que era por donde yo accedía a la calle Princesa. Doblaba la esquina y mi cuerpecillo de ocho o diez años ponía en marcha sus mecanismos olfativos con tal fuerza, que ahora mismo, mientras deslizo mis dedos por el teclado noto como mis brazos, mis piernas, la nuca, se me erizan ante aquel reflejo enervante. Atiborraban la tienda, no recipientes, sino sacos, sí, sacos rebosantes casi tan altos como yo, llenos hasta arriba de especies y hierbas aromáticas con su abigarrado colorido oriental y el potente olor del curry, del café, del chocolate en polvo, del orégano, manzanilla, menta. Su poder evocador expandiéndose hasta mi mente me hace la boca agua y ha guiado muchos pasos de mi vida hacia rincones donde reine el tercer sentido. 

                        A los afectados de anosmia o incapacidad de experimentar el sentido del olfato, va dedicado el presente texto. Entre muchos otros artistas, Pieter Brueghel el Viejo, acompañado por Rubens en las figuras, dedicó una tela excepcional al Olfato. Con él iniciamos el paseo.


En el Museo del Prado se guarda este cuadro de Jan Bueghel el Viejo, óleo sobre tabla de 1617. Las figuras como en el resto de la serie sobre los sentidos, son de Pedro Pablo Rubens. Hay matas y guirnaldas de flores, útiles de perfumista como redoma y alambique, estufa, infiernillo. Guantes de ámbar. Un mundo para el olfato

En esta composición, J. Angel  recrea el interior de la Casa Gispert  (tiendasantiguasbcn.blogspot.com)

Entrada de la Casa Gispert (casagispert.com)

La mezcla de especies multicolores y aromáticas atrapan nuestra percepción. 


IMPERIO DE LOS SENTIDOS

EL OÍDO EN LA PINTURA. ALEGORÍA DEL SEGUNDO SENTIDO


 


                           
                            “La lengua de signos está llena de plasticidad y belleza.  Es capaz de crear la magia de la poesía y de envolver a las personas en un mundo onírico lleno de imágenes fantásticas. Sirve para confesarse, para la filosofía, para discutir o hacer el amor. Está llena de fuerza simbólica... El alma que se escapa por sus dedos es para ellos la vida misma…”
                                        
                                                       Oliver Sacks, neurólogo y escritor



Alegoría del sonidoJan Brueguel con la colaboración de P.Pablo Rubens. 1617

El pintor Juan Fernández de Navarrete, llamado El Mudo. Autorretrato 1568


 ARTISTAS Y MODELOS SORDOS. 
EL ARTE CALLADO 

"FILOMENA" EN CASTILLA, EL GRANERO DE ROMA


Es temprano aun, …

… Aguda y grave
escucho las dos voces del viento
y, súbitamente, siento frío.
Me froto los tobillos. Las rodillas.
Golpeo las manos:
“Ninguna mano aplaude sola” …
 
… Y después recito de un tirón:
“Para entrar en el reino de lo cálido
tenemos que aprender a salir de la frialdad”.

Juan Manuel Inchauspe.
Es temprano aun. Fragmento 

                                          



                       Pinceles de hielo abren mis ojos al nuevo paisaje.

   Mientras, acostumbrada a inviernos mediterráneos, el impacto de la nieve y su belleza entumecen mi pluma, dócil al sol. Pero no importa. En lo más profundo del invierno late tímida la primavera, presta a brotar con su promesa de luz. 


                                              Tierra de Campos, Palencia. (A.Mª.F.)

                                           Barruelo de Santullán. Palencia. (elpais.com)

Calatañazor. Soria. (javierprietogallego.com)


LOS CIEN NOMBRES DE LA NIEVE