“ … Las fragancias del jardín lo rodearon como las franjas polícromas de un arco iris… La sangre se le subió a la cabeza, luego le bajó hasta el centro del cuerpo y después le volvió a subir y bajar de nuevo, sin que él pudiera evitarlo. El ataque del aroma había sido demasiado súbito...”
El Perfume. Patrick Süskind
De niña era un placer acercarme a dos establecimientos de mi barrio donde tostaban café y lo vendían junto al chocolate y la raíz de regaliz, todo un universo para los cinco sentidos. Una de las tiendas, la Casa Gispert, estaba en la calle dels Sombrerers nº 23, a pocos metros de mi casa en la plaza de Santa Mª del Mar. Era –y es, por fortuna, desde 1851-, un paraíso olfativo al que marchaba diligente cuando mi madre me enviaba en busca de pimentón o café, manzanilla o pimienta. De sus minúsculos cajones escapaban partículas invisibles que flotaban por el comercio y allí descubrí que se me daban bien los aromas, que era muy capaz de identificarlos por separado entre los infinitos que poblaban las tiendas, los mercados, como comprobaría más adelante. Pero la felicidad, al punto de atraerme y alejarme de mi pequeño círculo llevándome hasta el final de la calle Princesa nº 38, a la derecha casi llegando al Parque de la Ciudadela, se ocultaba en la Casa de Ángel Jobal (1). Allí, en esa cueva mágica de especies al por mayor donde el ama de casa no entraba porque el mínimo que se vendía era un kilo de cada producto, se ocultaba un Imperio del Sentido Olfativo que podías oler desde treinta o cuarenta metros antes, desde el cruce de la calle Moncada, que era por donde yo accedía a la calle Princesa. Doblaba la esquina y mi cuerpecillo de ocho o diez años ponía en marcha sus mecanismos olfativos con tal fuerza, que ahora mismo, mientras deslizo mis dedos por el teclado noto como mis brazos, mis piernas, la nuca, se me erizan ante aquel reflejo enervante. Atiborraban la tienda, no recipientes, sino sacos, sí, sacos rebosantes casi tan altos como yo, llenos hasta arriba de especies y hierbas aromáticas con su abigarrado colorido oriental y el potente olor del curry, del café, del chocolate en polvo, del orégano, manzanilla, menta. Su poder evocador expandiéndose hasta mi mente me hace la boca agua y ha guiado muchos pasos de mi vida hacia rincones donde reine el tercer sentido.
A los afectados de anosmia o incapacidad de experimentar el sentido del olfato, va dedicado el presente texto. Entre muchos otros artistas, Pieter Brueghel el Viejo, acompañado por Rubens en las figuras, dedicó una tela excepcional al Olfato. Con él iniciamos el paseo.
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En el Museo del Prado se guarda este cuadro de Jan Bueghel el Viejo, óleo sobre tabla de 1617. Las figuras como en el resto de la serie sobre los sentidos, son de Pedro Pablo Rubens. Hay matas y guirnaldas de flores, útiles de perfumista como redoma y alambique, estufa, infiernillo. Guantes de ámbar. Un mundo para el olfato |
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En esta composición, J. Angel recrea el interior de la Casa Gispert (tiendasantiguasbcn.blogspot.com) |
Entrada de la Casa Gispert (casagispert.com)
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La mezcla de especies multicolores y aromáticas atrapan nuestra percepción. |