Saludos de nuevo tras esta interrupción
inesperada. Todo bien y gracias por interesaros.
De nuevo aquel mes de octubre de principios del siglo XX, tras reanudar el trabajo después de la convalecencia que lo había vuelto a postrar (1), se avivaron para Gaudí las presiones constructivas en las difíciles obras de La Pedrera. Y el sufrimiento por la lentitud de sólo un albañil trabajando en la Cripta de la Colonia Güell, más la penuria de medios en la Sagrada Familia y el fracaso comercial en el Parque Güell. Todo ello sin olvidar el triste desenlace de su ansiado proyecto para la capilla del Colegio Teresiano, que se esfumó tras una discusión con la madre superiora.
En cuanto a sus
estancias en Mallorca, basculaban entre la armonía con el
obispo Campíns y los escritores que lo visitaban, en
contraposición a sus frecuentes conflictos con los canónigos y contratistas,
apartado en el que a menudo, las virulentas peleas amenazaban con pasar a
mayores. En una ocasión, por no llegar a las manos con el encargado de la
calefacción de la Seo mallorquina, Gaudí se quitó el sombrero en un ataque de
ira y lo arrojó al suelo (2).
No había pasado
un buen invierno. Todo apuntaba a que al ir avanzando la primavera, los
nervios de Gaudí recaían más y más en su dolencia y como motivo o consecuencia de
ese estado empezó a tener escalofríos y fiebre intermitente. Paulatinamente
dejó de comer entrando en una postración alarmante. Avisado su amigo el
doctor Pedro Santaló, al diagnosticarle un rebrote de las fiebres de
Malta decidió alejarlo del ambiente insano de las obras y llevarlo al Pirineo
con la idea de que el aire puro de los montes sería el mejor medicamento para
aquel organismo, tan castigado en cuerpo y alma.
A pesar de
ser el médico Santaló hombre de pocas palabras, el entendimiento entre ambos
era total, sólo precisaban cruzar una mirada. Conocía bien a Gaudí y su soledad
afectiva desde el fallecimiento de su padre en 1906, viviendo en su chalet del
Parque Güell con la única compañía de la sobrina enferma cuidada por una
religiosa.
UNA LUZ EN SU SOLEDAD