La sensibilidad hacia los detalles menudos que siempre demostró Antonio Gaudí, es privilegio de los grandes espíritus.
Es el arquitecto preferido por los niños de Barcelona, que se conocen sus edificios y a menudo los reproducen en las clases de plástica. Dedicado a ellos y a todos los seguidores del maestro, va el siguiente relato con final verídico.
Aunque ser admirado por esa legión de menores también es una baza para quienes menosprecian al arquitecto, apoyando sus argumentos en esa circunstancia para tildar el conjunto de su obra de Disneylandia. Para ellos también, para que lo disfruten, aquí lo tienen.
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En la quietud de la noche, una piedra negra situada sobre el césped de la plaza Gaudí pareció moverse al ser recorrida por las luces de un coche. Poco después la impresión se reafirmaba al vérsela avanzar pegada a la hierba con la suavidad de una bala. Era una criatura viva, de piel y huesos, un topillo pardo que abandonaba la entrada de su madriguera disimulada entre los olivos, tras la cabina de aseo situada en la acera de la calle Provenza.
Medio oculto a la vista de los viandantes de la Plaza Gaudí, el dolmen cubre el manantial que da al estanque. 2000 (A.Mª.F.) |
UN RELATO CON FINAL VERÍDICO
Hasta ese momento
al animal no se le habían visto las extremidades, pero ahora mostraba las patas
delanteras, redondeadas y planas, avanzándolas alternativamente con precaución.
Paró levantando
la cabeza porque los pelillos que cubrían sus oídos detectaban por el aire
señales de alerta y recibió con atención los chirridos metálicos seguidos de
una lluvia diferente, como si en vez de soltar un aguacero las nubes
descargaran puñados de castañas gallegas, su tierra de origen. Una pausa y volvió
a sentir ruidos encadenados, crujidos y repiqueteos. Ante lo extraño de la
situación el topo se aventuró al descubrimiento llegando de puntillas con sus
patas blancas hasta un macizo de flores cercano, con el hocico ligeramente
levantado mostrando los dientes superiores.
Medio oculto por
las ramas colgantes de unas glicinas sacó la cabeza por la parte inferior de un
ramo y sus ojos cubiertos de piel transparente y dolidos por la luz de las
farolas se vieron más sorprendidos que espantados. No podía comprender lo que
sucedía, pero desde que días atrás un volquete de arena lo trasladara por
accidente desde Lugo a Barcelona con toda su camada, lo que había creído ruidos
de tormenta no eran más que preparativos de materiales y maquinaria para el
asfaltado de la calle cercana. Eso el topo lo ignoraba, más la herencia
inmemorial de su especie enviaba el mensaje de que protegiera a su familia. Las
bolas que lo rodeaban semejaban comestibles pero él olisqueaba vibraciones de
que aquellas fauces monstruosas que por algún fallo mecánico derramaban su
carga junto a la madriguera, merecían una prudencia especial.
En la última riada
las piezas llegaron a un metro de la guarida, algunas incluso entraron en ella
golpeándolo, dejando en el aire un fuerte olor a raíz de regaliz y
desprendiendo un goteo negro y espeso. Al amparo de la noche y dueño del
espacio solitario, el animal encontró el valor preciso para aventurarse a salir
y coger una de aquellas cosas duras. Limpió la grasa con las patas y al morder
la grava un agudo dolor se le clavó en las encías. Lo que semejaba algo vivo no
era comestible, aunque no lo parecía su dureza era la de una piedra.
Confundido, con las dificultades de visión propias de su especie, se volvió
hacia la manaza desde la que seguían cayendo pequeñas andanadas de aquel
extraño peligro que se acercaba cada vez más a su nido, por lo que reculó hacia
él, entrando de nuevo. Ya en el interior, la asfaltadora soltó otra cascada de
piedras que taponó el hueco hasta dejar visible tan sólo un gajo de
ventilación.
Una vez el topillo en el interior de la morada, al empujar a su hembra para trasladarse al fondo
de la galería ella fue la primera en darse cuenta de la agitación del jefe de
la camada, y se dispuso a interrogarlo frotándose contra su lomo, con la cola
erizada. Concluido el intercambio de información y comprendiendo la urgencia,
la hembra zarandeó a las ocho crías que dormían mordiendo la piel del cogote de
la que tenía más cerca, levantándola y arrojándola hacia delante tras el padre.
Vacilando y medio dormido, el topillo empezó a mover las cuatro patas dando
traspiés, seguido a duras penas por sus hermanos que emprendieron el camino después de ser sacudidos a su vez.
En el interior
del refugio con la última descarga de grava invadiendo medio corredor y
taponando la boca del nido, el aire dejó de entrar y el rebufo formado por el
vacío esponjó con un respingo el pelo del macho. Por un momento quedó
paralizado, detuvo la marcha y se encogió acurrucándose junto a la madre de sus
crías. Pero el instinto lo puso de nuevo en acción, olisqueó la tierra en
dirección a la salida anulada y a pesar de la estrechez del recinto giró sobre
las patas posteriores describiendo un semicírculo con sus fuertes zarpas. Una
vez orientado en la ruta correcta pasó con dificultades a la cabeza contraria
de la comitiva y paró bruscamente, raspando con las garras la apertura del
nuevo corredor.
Ante la fachada del Nacimiento, el lago |
Una hormigonera con grava y alquitrán... |
Ahondar de fuera hacia
dentro hubiera sido lo correcto, así al tiempo que con unas extremidades
desprendía la tierra con las otras hubiera ido amontonándola tras él. En las
circunstancias que se encontraba, el topo debía variar la estrategia secundado
por su pareja.
Pronto empezó
ayudándose de sus palas naturales no sólo para excavar, sino para lanzar la
tierra hacia atrás por debajo de su cuerpo. Teniendo en cuenta que le seguían
las crías y la hembra, lo hacía delicadamente, sin la rapidez de proyectil que
era su habitual. A medida que él avanzaba, la madre esperaba tras él hasta que la
peluda cola del macho desaparecía, entonces lo seguía desplegando gran
actividad, atravesando la mullida tierra con los pequeños y empujando entre
todos los víveres de la despensa; babosas, larvas, lombrices, apelotonando tras
la rabadilla de la última cría la tierra excedente y cegando con ella la
galería primitiva.
Varias veces se
paró el cavador para estudiar los sonidos con el radar añadido de su olfato.
Calculando exactamente la humedad, proyectando la dirección que los llevaría
puntualmente hacia el lugar protegido.
El túnel rectísimo
avanzaba oblicuamente al terreno con la precisión matemática de una perfecta
obra de ingeniería. Hubo un momento en que dando por terminado el trabajo y
antes de abrir el boquete final, el topo
se detuvo, aplastándose contra la tierra y retrocediendo hasta el grupo
seguidor emitiendo una serie de gritillos rechinosos. Respondiéndole en su
gorjeo, la hembra desandó medio metro hacia atrás, tumbándose e iniciando con
el único movimiento de sus uñas el
despeje de una cavidad redondeada donde formar previsoramente la cámara de la
guarida. Los topillos la siguieron y al verla inmóvil, con el vientre
accesible, se tendieron a su lado sin darle tiempo a reponerse del esfuerzo,
colgándose de ella y mamando con avidez.
Estado de las obras en la Sagrada Familia cuando Gaudí se hizo cargo de la construcción, allá por 1883. Construyéndose la cripta. |
Mesa de Antonio Gaudí en sus últimos tiempos, cuando empezó a dormir y cenar en su estudio.Colgado de la lámpara, el hatillo de cuadros con alimentos. |
El nuncio Francesco Ragonesi con Gaudí durante una visita a la S.Familia c. 1924. Ragonesi le dijo a Gaudí: Usted es el Dante de la arquitectura. |
Ratón común. Comensal asiduo de Gaudí durante sus últimos tiempos. |
Después de varias tentativas sin resultado, el macho consiguió romper la maraña que formaban las raíces del césped. El brillo de los focos de la plaza Gaudí acabó de cegarlo, pero conocedor instintivo de la topografía del terreno y dirigido por el radar piloso de su hocico desembocó sobre el tapiz de hierba, muy cerca de la boca del metro de la Sagrada Familia, junto a la calle Marina.
Habiendo cruzado
la plaza en diagonal, emergió dando mordiscos y arañazos a las raíces y salió a
trompicones. Una vez fuera relajó los músculos y con un remolineo sacudió
vigorosamente todo el cuerpo, desprendiendo los restos de tierra que llevaba
adheridos entre la piel y el pelaje. Aún le faltaba arrancar unas briznas de
verde, recoger palillos, hojas, plumas, para tapizar el nuevo nido por dentro.
Pero agotadas las
fuerzas, el topo, familiar lejano de aquel ratón de la Sagrada Familia que cada
noche compartía con Antonio Gaudí la mesa en sus últimos tiempos, atreviéndose a comer las migas de
pan con miel que el arquitecto le reservaba de su cena, paró, dejando inmóvil el perfil de su cuerpo. Medio oculto por el tronco del árbol
más cercano, exhausto por el esfuerzo, optó por reposar.
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Ana Mª Ferrin
(*) Libro Regreso a Gaudí's Place. Ana Mª Ferrin. 2005:
http://amf2010blog.blogspot.com.es/2005/07/regreso-gaudis-place.html
(*) Libro Regreso a Gaudí's Place. Ana Mª Ferrin. 2005:
http://amf2010blog.blogspot.com.es/2005/07/regreso-gaudis-place.html
Espero que el precio abusivo que quieren cobrar a la gente por entrar al Parque Güell, no incida negativamente en el aprecio de la obra del gran arquitecto por parte de los chicos.
ResponderEliminarMe fío poco de topos y ratones, aunque haya alguno "amigo" de Gaudí.
Un saludo.
Por los niños no hay cuidado. Ellos ven lo que ven y los intereses no existen..
EliminarLo único de Gaudí que puedes ver al completo sin pagar son las farolas de la Plaza Real y la verja del parque de la Ciutadella en Barcelona con las que fueron sus espectaculares puertas de entrada, desde hace décadas en la más absoluta ruina. Algo increíble, porque cada día pasan por ellas la flor, nata y fresas de la política catalana para acceder al Parlament y a nadie le llama la atención su decrepitud. Aquí puedes verlas. Hasta pronto.
http://amf2010blog.blogspot.com.es/2013/03/gaudi-y-un-drama-las-farolas-de-la.html
Hola Ana Mª. Estupendo el relato, buena idea.
ResponderEliminarPero de dónde has sacado tanta información? Parece que te hayas metido por un boquete de la plaza . El dato último lo veo muy coherente con su última etapa, la que contaste la historia de la familia Alpiste..
Un beso. María
María.
EliminarLos dos motivos son ciertos. Lo de Gaudí veo que no te extraña porque has leído cómo era al final. Y en el relato es real que, según me contó un empleado de la jardinería de la plaza que es biólogo, los topillos que salían por los agujeros pudieron venir de Galicia en el camión que traía unos árboles, porque el roedor que se extendió por la plaza era oriundo de allí. Y tienes razón, ese pequeño texto me costó lo suyo. Juntar briznas de información y cuajarlas para formar una historia que se acerque a la realidad tiene su dificultad. Un beso.
Con lo tranquila que vivía la familia topo en Lugo y va y los mudan a la gran ciudad.
ResponderEliminarUn saludo.
Ole! Qué razón tienes.Y más cuando te llevan contra tu voluntad
EliminarTienes una capacidad increíble para describirnos una situación tan insólita como la de situarnos dentro de las toperas de esos minúsculos animalillos que llevan siglos socavando el suelo de Barcelona, aun antes de que la inmensa ciudad se extendiese a esos lugares que otrora fueron campos de labor. Parece mentira que todavía sigan ahí, desafiando la capacidad humana de destruir, en medio del hormigón y del cemento.
ResponderEliminarGaudí era un ser extraordinariamente sensible y admirador de la naturaleza, así que no me extraña que se deleitase con la compañía de este ser minúsculo, humilde y sencillo, a la vez que complejo en su estructura.
Petons
Tu sabes muy bien, por las veces que has estado, que sentarse frente a una obra de Gaudí y dejarse llevar por la imaginación viendo a la gente que la visita puede ser un máster de creatividad. Imagínate estar sentada una noche en un banco ante el lago de la S.F. mirando el templo, cuando de pronto un japonés anciano sentado a tu lado abre una bolsa de papel y empieza a sacar y colocar en la superficie del agua farolillos de papel con una vela, un collar de flores naturales, flores de loto de papel con velitas, y más… A ver quien mejora ese taller literario…
EliminarRecibe un abrazo.
Uy, Ana, qué sugestivo. Creo que ni los mejores especialistas en performance o talleres de creatividad hubieran llegado a una sensibilidad tan extrema ni aun preparándolo con antelación. Una experiencia extraordinaria...
EliminarUn besón desde tierras salmantinas
La anécdota del lago y el collar de flores fue el comienzo de la historia que lo había traído hasta Barcelona y que luego me contó y publiqué, tremenda.
ResponderEliminarQue no pases mucho frío.