Rubén Darío no fue sólo un poeta. Él mismo era la poesía.
Publicado en Sant Andreu Express. Febrero de 1987
Febrero de 1987, setenta y un aniversario de su muerte, vuelvo a repasar sus páginas tocadas por la cegadora luz de los elegidos, de lo eterno. Abro una, el aroma que desprende llega a mis sentidos y aún flotando paso a la siguiente para darme de bruces con el sentir hispánico más hondo que jamás he leído.
En aquellos años, mientras el mundo se convulsionaba, oteaban guerras y aparecían las drogas como moda, todo eso era también el Modernismo. Desmesura en el alcohol. La absenta, ese verdugo anisado que corroía a su maestro Verlaine rodeado de efebos. Un duro golpe para el joven que viaja desde Nicaragua a París con la idea fija de conocer al dios y cuando da con él, es una ruina que le increpa desde la mesa de una taberna: ¿La Poesía?, ¿La Gloria? ¡Merde! ¡Merde encore!.
Félix Rubén García Sarmiento (Darío era un apodo familiar), fue sin duda una personalidad desbordante. La musicalidad de sus versos es única, su fuerza surge de esa lucha interna ángel/bestia que le lleva a las más espirituales alturas destilando vaporosos versos al Hada Harmonía, para acto seguido derramarse en sensual embriaguez y puedes sentir el vino corriendo por tu garganta en los Cantos a la negra Dominga y en Carne, celeste carne de mujer. Él no lo oculta. A los etéreos poetas platónicos les grita, que para él: -La mejor musa es la de carne y hueso.
Alcohol, alcohol, bohemia, mujeres, lo arrancan de sus propósitos de enmienda, de nombramientos diplomáticos, lo apartan de una vida familiar estable. Pero no pasa para él desapercibido el gran don de la amistad y afortunado desliza su brazo por los hombros de Valle-Inclán, Juan R. Jiménez, Menéndez Pelayo, Zorrilla, Baroja, Campoamor y Benavente. Y con el abrazo, poesías regaladas a los amigos de bohemia que acompañaban la soledad ahogada cada vez más en un alcoholismo que acabaría por agudizarse, hasta provocar su muerte por cirrosis hepática a los cuarenta y nueve años.
A cualquiera de nosotros sin importar idearios nos llega al leerlo, porque nunca tuvo pudor en proclamar que nos quería, en momentos en los que lo cómodo era ensañarse con la España vencida del 98. A quien lo escuchaba en sus últimos años, exhibido casi como fenómeno de feria por oscuros personajes, deteriorado mental y físicamente, le hablaba de sus amigos de Madrid, Mallorca y, sobre todo, Barcelona, donde su fiel amigo Eugenio d’Ors le procuró una casita por la zona de Vallcarca con la esperanza de reponer su quebrantada salud. En su recuerdo, nuestro barrio de Sant Andreu le dedicó una calle y su efigie quedó inmortalizada en el Parque de la Ciudadela, lugar amado y paseado por él.
Rubén Darío no ha muerto. Nadie puede morir cuando hace cien años nos dejó esa premonición de futuro para la sufrida América Latina como fue su:
ODA A ROOSVELT
Eres los Estados Unidos,
eres el futuro invasor
de la América ingenua, que tiene sangre indígena,
que aún reza a Jesucristo, y aún habla en español...
...Esa América,
que tiembla de huracanes y que vive de amor,
hombres de ojos sajones y de alma bárbara, vive.
Y sueña. Y ama. Y vibra. Y es la hija del Sol...
...Y para poder tenernos en vuestras férreas garras,
pues contáis con todo, os falta sólo una cosa: ¡Dios!
Ana Mª Ferrin
lol Yolo
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