A nuestro querido amigo Ignacio Sabrás, riojano de pro.
Reposa allá arriba, en el Paraíso que Dios dispuso para los
pescadores excepcionales y hombres de bien como él.
Nacho, con afecto para los tuyos,
en tu recuerdo van estas líneas.
Para el pescador común, un
par de días esforzándose es más que suficiente. Para los practicantes de esa
especie de religión que es la llamada pesca a mosca, o a látigo, se diría que es a partir de la tercera jornada cuando van entrando
en situación con los motores bien engrasados. Puede que los cotos a los que iban
aquel día de junio de 1997 en Anguiano
y las dos Viniegras, tuvieran algo que
ver. Primera calidad para esta modalidad de pesca uniendo la caña y el hilo especial cola de rata, hueco y de colores vivos, a la sensibilidad de la
muñeca del pescador que podrá lucirse con la finura más increíble.
El desayuno había ha sido rápido, un par de
pastas y un café sin esperar el servicio del horario oficial. A la seis de la
mañana el grupo madrugador participante en las Jornadas de Pesca de La Rioja ya estaba en marcha hacia el Coto de Anguiano, llegando a la orilla que amanecía coronada de rocío.
Tres evocadoras estampas de pesca a mosca que podrían ser las de nuestro querido amigo Nacho Sabrás. |
Hablar de pesca en Logroño es hablar de un arrebato.
Empiezas a notarlo cuando por las riberas te encuentras a chavales intercambiando anzuelos sentados en una rama sobre la corriente, páginas que asociamos a Tom Sawyer y Huckleberry Finn y nos sorprenden materializadas en este pequeño Mississippi que es el río Najerilla y así siguen hasta llegar a las orillas del Urbión y el Iregua, en Torrecilla de Cameros.
Porque allí le preguntas una dirección a un joven y acaba enseñándote los aparejos que lleva en la moto, con la urgencia en los ojos y en las manos aún las huellas de su trabajo en un taller de automóviles. Esa misma noche el alcalde relata a los visitantes sus aventuras de sedal, la cena sirve también para enterarse de las andanzas del camarero con las cañas, de las capturas relatadas por el cocinero del hotel, ocupando su ocio cada dos por tres en escapadas para echar el látigo al río, sedante natural contra el stress. Algo similar a los comentarios del ex-jugador del Leeds United y entrenador de la Selección Irlandesa de Fútbol, Jackie Charlton, parejos a los del periodista Lorenzo Milà, dos pescadores más que comparten las Jornadas.
Empiezas a notarlo cuando por las riberas te encuentras a chavales intercambiando anzuelos sentados en una rama sobre la corriente, páginas que asociamos a Tom Sawyer y Huckleberry Finn y nos sorprenden materializadas en este pequeño Mississippi que es el río Najerilla y así siguen hasta llegar a las orillas del Urbión y el Iregua, en Torrecilla de Cameros.
Porque allí le preguntas una dirección a un joven y acaba enseñándote los aparejos que lleva en la moto, con la urgencia en los ojos y en las manos aún las huellas de su trabajo en un taller de automóviles. Esa misma noche el alcalde relata a los visitantes sus aventuras de sedal, la cena sirve también para enterarse de las andanzas del camarero con las cañas, de las capturas relatadas por el cocinero del hotel, ocupando su ocio cada dos por tres en escapadas para echar el látigo al río, sedante natural contra el stress. Algo similar a los comentarios del ex-jugador del Leeds United y entrenador de la Selección Irlandesa de Fútbol, Jackie Charlton, parejos a los del periodista Lorenzo Milà, dos pescadores más que comparten las Jornadas.
Con timidez, la superficie del Najerilla va llenándose de
puntos dorados.
Hechizada por los brillos ondulantes de las aguas, la periodista invitada fija la vista en la estampa de Nacho Sabrás, que a solas en el centro del caudal cimbrea rítmicamente el látigo rosado paseando la mosca a un centímetro de la superficie, encelando al pez, creándole el ansia apetitosa del insecto.
Siluro, salmón trucha, barbo. Europa, las
dos Américas más otros destinos, habían sido trofeos y territorios preferidos por el joven abogado, que llevaba años haciendo esfuerzos madrugadores para
dedicarse en cuerpo y alma a una pasión por la que estaba siendo a esa hora del
amanecer el auténtico amo del río. Feliz. Una semana a solas con la libertad
total de sus pensamientos bajo arcos brillantes de sauces y olmos
como telón de fondo, ramas y hojas entrelazadas hasta tocar las aguas.
Al escribir estas impresiones reproduzco en mis oídos la música celta de ese druida que es Carlos Núñez, aunque no descarto que en alguien dada a colgarse de las nubes, escuchar una flauta sea sólo el resultado de unir una imagen tan plástica con el sonido del río, provocador de espejismos sonoros. La vía líquida es un verdadero organismo con temperatura propia, compuesto de seres vivos animales y vegetales que le construyen, diferenciando unas aguas de otras, señas de identidad únicas.
La cronista, asistente novel a las Jornadas, graba con sus sentidos toda la parafernalia de este deporte que tanto tiene de magia. Los sombreros con que los pescadores se protegen de un sol picón llevan enganchados pequeños objetos dispares. Un cortauñas y cinco moscas diferentes porta el de Nacho. Lo
del cortauñas no es para distraerse haciéndose la manicura mientras espera que
piquen, como bromeando, le ha dicho un compañero guasón. Tiene su razón de ser para cortar la dureza
del hilo.
Los bolsillos también acogen artilugios.
Una lámina absorbente de seta muy parecida a una esponja de cuero, el Amadou, y un mini spray
impermeabilizante. Todo ello para secar la mosca en cada ocasión que se utilice, dejándola bien dispuesta para
que flote en la superficie. De todos los cinturones cuelgan las sacaderas, especie de
colador de red que lleva cada uno con la esperanza de usarla todas la veces posibles.
Avanzando por las entrañas hídricas del río los participantes penetran en sus secretos, conociendo un poco
más de su textura afianzando sus botas en el lecho, entre resbaladizo y pedregoso,
notando como las esquivas truchas pasan rozando sus piernas.
Gran capitana del río, la trucha. Un pez que es listo como él
solo y a ello debe su supervivencia en el tiempo. Desde que el hombre descubrió
qué moscas le gustan para tratar de engañarla artificialmente, ella ha
desarrollado tantos mecanismos de defensa como su rival, el hombre, inventiva
para capturarla.
Tras una parada de los pescadores, en la segunda incursión se les ve muy alejados uno de otro, lanzando el hilo desde aguas más profundas. En tres tiempos: atrás, la una, las once. Y
pasear la mosca, pasearla horizontalmente, caña en la mano derecha, control en los
dedos izquierdos, dejando deslizar entre ellos los tres metros del pesado hilo rojo de mayor a menor grosor, que
conseguirá con su densidad dar fuerza de tralla al extremo ligero y
transparente en el que se ata el anzuelo enmascarado de mosca.
Acercándose a verlos colocarse en la postura de un lance, la enviada pisa una
ribera y el olor de la menta se expande, envolviéndola. Está a punto de apoyar
la mano en un saliente y la retira antes de que las ortigas la dañen. El río
tiene sus defensas. Y un premio para quien se deja conquistar por su seducción.
Ella vuelve a fijar su atención en Nacho Sabrás, plantado como un árbol en medio
del recodo donde bambolea la corriente golpeando mansamente su costado. Contempla los movimientos sabios del protagonista que lo llevan, como el clásico, a fluir con el ritmo de la propia existencia. Al final, en los momentos límites de la vida, el hombre
está siempre solo con sus responsabilidades y se sabe vencedor, subversivo,
cuando los golpes se estrellan contra su resistencia probándolo, pidiendo siempre un poco
más de aguante, de ingenio. De fuerza.
Desde su observatorio sigue mirándolo y ve cómo cambia las gafas por otras polarizadas que eliminarán los reflejos del sol. Con ellas podrá ver los fondos desde arriba, descubrir dónde, bajo qué refugio, corren a esconderse sus adversarias. Lo grandioso del lugar empequeñece a la reportera que siente ganas de levantar la piel de aquel espejo líquido, confundir su cuerpo en un todo con ese mosaico compuesto por miles de pequeños fragmentos que se agitan bajo la superficie acompasando el silbido del látigo.
Diversos tipos de mosca (fishinginfinland.fi) |
Capturando la trucha (villalaangostura.com.ar) |
Desde su observatorio sigue mirándolo y ve cómo cambia las gafas por otras polarizadas que eliminarán los reflejos del sol. Con ellas podrá ver los fondos desde arriba, descubrir dónde, bajo qué refugio, corren a esconderse sus adversarias. Lo grandioso del lugar empequeñece a la reportera que siente ganas de levantar la piel de aquel espejo líquido, confundir su cuerpo en un todo con ese mosaico compuesto por miles de pequeños fragmentos que se agitan bajo la superficie acompasando el silbido del látigo.
Aunque Nacho no acabe de distinguirla sabe que la actriz principal,
la trucha, está ahí. Sinuosa, le envía mensajes en forma de minúsculos
chapoteos, vibraciones que rompen la calmosa uniformidad acuática y el hombre atrae hacia sí el anzuelo para cambiarlo por
otro. La mosca elegida será, ahora sí, la gran amarilla que lo empujó a dejar
todo para ir a probarla.
Anda un par de pasos al frente y ensaya
varios rodeos que lo llevan a coger rápido el ritmo. Su padre Teo y la Universidad del río, les han impartido desde niños a él y a su hermano Federico infinitas clases y ambos han resultado buenos alumnos. Aunque en esta ocasión su rival se muestre esquiva y siga sin distinguirla.
De pronto, un tirón rompe la abstracción del momento. Se ve al hombre acusando un
fuerte impacto que casi le hace soltar la empuñadura de corcho.
El animal lucha a muerte, la fuerza que debe estar desarrollando debe ser increíble. La caña con sus dos metros de fibra de carbono se cimbrea sobre el agua, la puntera se curva y Nacho afloja la presión dejando escapar el filamento hacia las profundidades. Alternando la acción con suelta y frenado a intervalos, va enrollándolo suavemente, poco a poco.
El animal lucha a muerte, la fuerza que debe estar desarrollando debe ser increíble. La caña con sus dos metros de fibra de carbono se cimbrea sobre el agua, la puntera se curva y Nacho afloja la presión dejando escapar el filamento hacia las profundidades. Alternando la acción con suelta y frenado a intervalos, va enrollándolo suavemente, poco a poco.
En uno de sus intentos por liberarse, la
trucha da un salto y queda por primera vez ante la vista de la redactora. Puede verla arquearse a unos
diez metros de distancia, enorme, con su cuerpo de jade
resplandeciente agitando la superficie.
Descolgando la secadera de su cintura,
Nacho sujeta el pez depositándolo dentro de la red. Controlando su zigzagueo desengancha la
minúscula aguja clavada en su boca,
midiéndole el cuerpo a palmos desde la cabeza a la punta a la cola. Así, a
ojo, logra situarla en unos cuarenta centímetros, una buenísima pieza. Pero
eso es lo de menos.
Con respeto a su oponente, la saca de la red y pasa una palma por el lomo moteado que al tacto parece bañado en glicerina. Mira sus ojos
vivos que le exigen, indomables, su vuelta al río, por lo que el pescador limitándose
a abrir las manos deja que la trucha salte camino de la vida para seguir de aquí para
allá, observándolo todo desde sus claros senderos.
La pesca sin muerte demanda la generosidad
del pescador. Es quizá el deporte más íntimo. Horas y horas de espera para una
recompensa interior, satisfacción privada que a menudo nadie más que uno mismo conocerá. Aún así, qué importa eso. La propia complacencia, el propio reto, ya es impagable.
Porque... ¿Cómo explicar la grandeza de esos momentos en que uno llega a sentirse el rey del agua? Y del bosque, y del firmamento, y del viento cortando las rocas.
La noche anterior durante la cena, Nacho había comentado que a veces, cuando todo se alía a favor, con el
cielo blanquiazul brillando sobre un río dócil que circula cargado de truchas o salmones coleándote las
piernas, había recordado una lectura de sus tiempos de estudiante donde se
contaba que en la laguna Estigia,
sus aguas volvían invulnerable a quien se sumergía en ellas. Y que él se
había sentido así a veces en los amaneceres del látigo. Poderoso e invulnerable.
Si existen lugares creados para emocionar nuestra alma, para
viajar en la nave infinita de los sueños siguiendo el vuelo ardiente de la
fantasía, entre todos ellos destaca un primer vehículo para enamorarse de la
Tierra.
El río.
Algo debe tener la pesca cuando conserva tantos seguidores. Debe enganchar, con toda esa parafernalia de cebos, anzuelos, cañas, etc. que despliega... Una actividad normalmente tranquila que no impide la reflexión de uno consigo mismo. Como volver a los orígenes del hombre cazador/pescador/recolector... Algo así como el pastor en soledad de tiempos bíblicos perdido en el monte. Solo falta, como la zarza ardiendo, el milagro del pez que habla. Sobre ello hay algún cuento.
ResponderEliminarUn saludo, Ana María.
Hablas de algo que siempre que los veía me hacían pensar que para quienes somos gente de silencios, el de pastor podría ser un buen oficio. Pero desde que conocí de cerca a un par, no me dejo engañar por la lírica de la flauta pastoril bajo un árbol. Es un trabajo de una dureza tremenda no sólo por el clima y la intemperie, también por la limpieza necesaria y el ordeño dos veces al día, cada día, sin falta, aunque no puedas con tu cuerpo. La pesca a mosca como deporte sí me pareció poética y plástica, siempre que poseas ese don. Porque si no, tienes todos los números para hacer un ridículo total.
EliminarSaludos
Excepcional recuerdo al amigo y espléndidos momentos del arte de la pesca con mosca. Esta es la verdadera pesca, en el río y con ese sedal que hay que manejar con la habilidad que sólo el enamorado de la vida natural puede aprender. La pesca sin muerte, escuchando el ronroneo constante del agua limpia, cristalina, cuya reina, la trucha, pasea señorial cazando y sabiéndose protegida por la arena gruesa, redondeada por su constante caminar por el fondo, es tan bella como tranquilizadora. La atención del pescador, el cazador de tan inteligente como cauta criatura, para poder ganar una pieza, como describes magistralmente, debe poseer una técnica especial y una difícil unión con su presa. Ese reflejo del sedal en contraste con el verdeazulado de las aguas del río es único, no se produce en ningún otro caso en el que cazador y cazado interaccionan para medir las cualidades del otro y valorar el reto al que se someten.
ResponderEliminarSiento mucho que tu amigo haya dejado esta Naturaleza a la que amaba tanto. No dudes que en el azul oscuro del Cosmos existen también miles de sedales que cruzan veloces lanzados por la mano firme de expertos luchadores de la serenidad y la paz.
Un gran y cariñoso abrazo, querida Anamaría.
Amigo Antonio, tu último párrafo me ha hecho pensar en las noches de Agosto con las perseidas abriendo caminos por la Vía Láctea mientras observamos el cielo. Cuando las vea, a partir de tus palabras recordaré que también andan por allí aquellos pescadores de nuestros ríos que un día partieron y que quizá esas ráfagas que vemos cruzando el cielo sean eso, el cimbrear de sus látigos mientras ensayan nuevos lances con sus cañas.
EliminarLe contaré Ana María mi efímera experiencia en la que al principio me sentí como en el texto el rey del agua, del bosque, del universo todo. Tendría 13 o 14 años durante aquel viaje de vacaciones familiar. Con mi licencia, mi caña nueva, mi carrete, sedal, cucharillas, moscas..., independiente, me aleje de todos los demás y encontré en medio de aquel río de montaña lleno bailarines peces luchando contra corriente, una pequeña isleta de fácil acceso. Con un salto, superado el pequeño canal que por ese lado la separaba del “continente”, fui dueño de la isla y al preparar los trastos, con el conocimiento teórico adquirido previamente, puesto el anzuelo con una mosca y lanzarlo al agua, llegaron las difcultades prácticas: la hostilidad del terreno. Se me enganchó el sedal en unos matojos. Cada vez que lo intentaba desenmarañar peor iba la cosa. Y la rabia primero, la desesperación después y el reloj, que señalaba la hora de irme hicieron el resto. Cuando logre arreglar aquel desaguisado apenas quedaba tiempo sino para sentirme como un rey sin reino. destronado por la mala fortuna. Aún conservo aquella caña, que utilicé alguna otra vez después de aquello con algo menos de impericia, aunque sin ningún éxito práctico.
ResponderEliminarSin embargo, a veces veo en puertos o a la orilla del mar –es otro tipo de pesca- personas sentadas, tranquilas, su caña sujeta, trabajando sola, durante horas esperando, y ellos mirando al horizonte. Parecen filósofos. Y siento cierta extraña sensación.
En fin, amiga mía, después de estas aburridas divagaciones dichas sin pensar mucho, sobre este deporte que más parece arte, sólo queda felicitarla por el texto y por el recuerdo de la persona querida.
En un libro de 1998 publiqué un relato sobre unas Jornadas de Pesca en La Rioja a las que me habían invitado para que escribiera una crónica. Allí aparecían Nacho Sabrás y otros asistentes reales e interesantes que conocí, entre ellos un pescador de Aguilar de Campóo llamado Teodoro Fernández Cagigal, legendario pescador protagonista de los ríos del norte conocido como “el manco de Aguilar” al que le faltaba el brazo izquierdo y del que se contaban verdaderas gestas. Por su estado, ya muy anciano, no fue posible entrevistarlo, pero gracias a la amabilidad de su familia sí accedí a una serie de imágenes. Al saber la experiencia de usted en algo tan difícil que no ha olvidado, y a la que nos sumamos mi marido y yo en otra similar, he pensado que le gustaría ver esas fotos de un hombre increíble que a pesar de su minusvalía, ayudándose de los dientes lanzaba el látigo más lejos que nadie y capturaba las mejores piezas, ¡¡con un solo brazo!!
EliminarAhí van. http://amf2010blog.blogspot.com.es/1998/09/un-pescador-de-aguilar-es-citado-en-los.html
Muchas gracias por el enlace a aquella entrada, recuerdo en parte de su segundo libro. Un saludo.
EliminarDesde hace tiempo soy un fiel seguidor de su blocg y cada fin de semana espero su nuevo articulo.Dentro de la variedad de temas que Vd. trata ,su lectura siempre me aporta nuevos conocimientos y curiosidades y sobre todo me enriquece la brillantez y el colorido de su prosa.
ResponderEliminarLa felicitoy espero seguir disfrutando con la lectura de sus escritos.
Un cordial saludo Jesus
Muchas gracias, amigo. Siempre se escribe para compartir, y el hecho de enterarte de que al otro lado de la pantalla, sabe Dios dónde, hay alguien que conecta con algo que a ti te ha motivado, es algo que aprecio mucho en los compañeros que envían un comentario, lo considero un regalo.
EliminarHasta pronto.
Por aquí hay una afición tremenda a la pesca y por cómo te describen esta actividad ignota para mí, cuando a sus practicantes les brillan los ojos, mientras hablan con entusiasmo de esto o aquello, piensas que tiene algo de droga. Y eso que a los profanos como yo nos parece aburrido y tedioso esperar durante horas a que un "bicho" pique el anzuelo. Tengo un amigo apasionado del arte de la pesca que, mientas espera pacientemente, hace unas fotografías de naturaleza espectaculares. ¿Relajante? Yo diría más: narcotizante.
ResponderEliminarUn beso
Relajado lo es, pero sólo para los afortunados que le cogen el truco y practican lo que yo llamo con humor, “el yoga húmedo”. Para quien no consigue entrar en sus secretos puede ser un calvario.
EliminarLo que sin duda es para cualquiera que sepa mirar, el pintor o el poeta, es de una belleza plástica notable.
Échale un día una ojeada y verás.
Besos.