RELATO
R.P.I.
Ana se levantó
del escritorio, salió al balcón esquinado de la Vía Layetana acodándose en la
baranda de forja y recorrió con la vista la calle, en sus dos sentidos. Abajo
del todo, a la izquierda, alcanzó a ver las luces del barrio de la Ribera desembocando
en el mar. Podía adivinar encaladas y enlosadas de rojo las diminutas terrazas
por las que había correteado cuando pequeña, saltando a horcajadas de una a
otra.
Las mismas terrazas por las que un día de su
niñez en la década de 1950, desapareció un cerdo de 300 kilos engordado por la
señora Lina Sánchez, nacida en Ibdes, Zaragoza. Una vecina
cuyo descanso era la pelea y con suficientes arrestos para atreverse a
organizar por libre una matanza a la brava, invitando a los demás ocupantes del
edificio.
Al cerdo -Rey Martín lo llamaban-, como nadie le había explicado en qué
consistía la ley de la gravedad, cuando vio al equipo matarife armado de
cuchillos mirándole con el brillo hambriento de la posguerra, al bendito cerdo,
el impulso de sus cuatro patas con el acompañamiento del terror bastó para
elevar sus lorzas por encima del metro y medio del muro medianero y enviarlo al
otro lado, botando hasta el terrado contiguo. Y de allí al otro terrado y al
otro y al otro, hasta que, ¡Hale-hop!... Se esfumó sin dejar rastro.
El misterio del "Rey Martín" fue un caso policial no resuelto. O sí, quien sabe.
En aquellos años las fuerzas del orden estaban tan necesitadas de proteínas como
cualquier otro habitante del barrio barcelonés de la Ribera. A saber que pasó
en realidad con el hermoso animal (*).
El antiguo barrio de La Ribera. Imagen tomada desde Santa Mª del Mar. En primer término, la plaza (**). |
BIENVENIDA A LOS HUMANOS
Publicado en Gaudí y Más. 23 de noviembre de 2019
Creciendo en esa
zona lo raro hubiera sido que sus avatares no provocasen la inventiva de la
niña, allí todo era vitalidad. Acechando en cada portal un drama y una comedia,
era un lugar habitado por estibadores del puerto y cargadores del mercado del
Borne que al despuntar el día cumplían el rito de hacer bajar por sus gargantas
una mezcla de orujo y moscatel, la barretja, el combustible imprescindible para
mantener dormida y a raya la bestia de la ira social. Desde la grisura de la
taberna se veían pasar los carros repletos de alfalfa, raspando unas aceras que
parecían volverse elásticas para contener el empuje de los ejes, permitiéndoles
a duras penas girar hacia la calle siguiente entre regueros de chispas
provocadas por la fricción de los aros contra los bordillos.
Era la misma energía escondida en la parra
canija que subía desde el puñado de tierra contenido en un bidón de gasolina,
trepando muro arriba por un patio del Barrio Judío, el Call, con el único empuje
de su fuerza interior, logrando que le brotaran pámpanos, incluso algún
diminuto racimo de uvas que nunca llegó a madurar. Pero certificando con su
sola presencia que un futuro mejor era posible y existía ahí, oculto,
aguardando un pequeño golpe de lluvia para hacerse realidad.
Una
simple evocación de Ana y en la moviola de su infancia aparecía la niña
aprendiendo a construir aventuras que le erizasen la piel. ¿Lectora? Si,
siempre había sido lectora, pero su pasión por escribir, más que los libros, la excitaban los relatos orales. Ella fue una de esas criaturas afortunadas
con una familia que no disponía de grandes medios económicos, pero sí del
tiempo suficiente para derrocharlo generosamente contándoles cuentos.
Un niño es un territorio esponjoso y Ana
está segura que desde muy pequeña ya detectó quién poseía el don de provocar
imágenes impactantes y quién no. Una característica decisiva, porque
dependiendo de ella cambiaba completamente la potencia del relato. Según las
contara uno u otro narrador, las andanzas del Sacamantecas o del Fraile
Motilón podían pasar de la desidia intrascendente a la aventura más
emocionante, esa que hacía sentirse una heroína a la niña protagonista,
pegándola a la silla mientras rechinaba los dientes de pavor.
Porque... ¡Ay, si la
historia del Dragón de las Siete Cabezas la pillaba alguien con gancho!
Por ejemplo, su tía Lola, un personaje que rezumaba carisma y soltaba
los relatos con un toque a medio camino entre corresponsal de guerra en Irak y
feminismo militante. La aventura podía ser gloriosa y empezar más o menos así:
Aparecía el Dragón andando de puntillas sobre
sus garras y alargaba los siete cuellos hasta el
balcón de la Princesita, entonces metía con
dificultad las siete cabezas por entre los cortinajes
de seda y empezaba a perseguirla, lanzándole
unas llamaradas de fuego que todo lo incendiaban
a su paso...
...Y entraba en escena el Príncipe.
Pero, ¡Qué Príncipe! ¡Un pedazo de
Príncipe! Con las melenas al viento, una mezcla entre Jason Momoa y Brad Pitt
luchando contra el Dragón. ¡Y ahora ganaba el Príncipe! ¡Ahora el Dragón! El
combate mantenía a los niños agarrotados por la emoción. El Dragón le
desgarraba la ropa al Príncipe ¡y lo arañaba!... (momento que su tía
aprovechaba para ilustrar al pequeño auditorio con todos los detalles de la
bronceada musculatura del Príncipe, sus rubios cabellos y la riqueza de sus
vestiduras). Al Héroe le brotaba la sangre por los zarpazos de la fiera, pero
esto aún lo enardecía más, lo volvía más audaz. Porque él no se achantaba ¡qué
va! Y en un último ataque al Dragón, de un solo tajo de su espada, el valiente
le cortaba las siete cabezas.
Ahí seguía el toque creativo de la tía
Lola, porque según ella, el Príncipe era un hombre moderno acorde con la era de
la comunicación y para que se le concediese la mano de la Princesita, antes
necesitaba presentarle al Rey las pruebas de su hazaña.
Y, ¿de qué modo podía llevarse el Príncipe
las siete cabezas bajo el brazo si tenía que saltar de almena en almena con la
Princesita, colgados los dos de una cuerda? Era entonces cuando a la tía Lola
le brotaba la vena surrealista. En plena Edad Media, el Príncipe sacaba de la
casaca una minúscula cámara fotográfica, (una mini Kodak Instamatic, como puntualizaba ella), hacía una foto
instantánea de las siete cabezas, se la guardaba en un bolsillo del jubón y
agarrando a su dama partían los dos brincando de torreón en torreón camino de la
felicidad hasta que se perdían de vista cabalgando por un bosque de ribazos
floridos, entre el olor de la tierra, el perfume de las jaras y el aroma del
romero… Toma realismo mágico.
Tras escuchar aquellos relatos, la pequeña
Ana daba rápidamente la vuelta al tema y modelaba el cuento a su medida.
Lo primero que hacía era quitarse de en
medio a la cursi de la Princesita arreándole un sopapo que la enviaba a tomar
viento, agarrándose como una lapa a los prietos abdominales del Príncipe. Y
entonces ella, también con los cabellos flotando por los aires y empuñando otra
espada, partía con el Príncipe, rebotando los dos de castillo en castillo y
acabando con dragones, piratas, moros, cristianos y todo bicho viviente que osara
enfrentárseles.
Sin duda, con aquellas historias la niña ya
empezaba a descubrir de un golpe el gusto por la fantasía, separándola del
sentido común mondo y lirondo, creando en su mente imágenes literarias en
movimiento, aderezándolas de humor y poesía para desleír en tinta los sueños.
Muy pronto pasó del escuchar al leer y de
ahí al escribir. Y aunque, por supuesto, después vendrían lecturas más sólidas,
un día Platón y al otro Marx (Groucho), buscando hacerse con un universo
literario propio, la verdad es que siempre intentó escribir los libros que le
hubiera gustado leer. Pensándolo bien, hasta el día de hoy seguía sintiéndose
atraída por temas que pudieran estar creados desde la experiencia o la
inventiva, dos formas que le eran válidas, lo único buscado e inamovible era
que lograran seducirla traspasándole el sabor auténtico de las gentes que han
vivido mucho o han imaginado bien.
Al describir relaciones delicadas o
salvajes, aprendió Ana que no es necesario ser un Miguel de la Quadra
Salcedo cazando anacondas en el Amazonas para transmitir sensaciones. Ni es
preciso haber leído el Quijote, sobre todo, porque cuando Cervantes
escribió su obra inmortal no lo había leído. Partiendo de lo local, intentar
llegar a lo universal. Aunque no se llegue, la aventura podrá catarse en la
vida cotidiana viendo discurrir el día a día del hombre y la mujer corrientes.
Enfrentándose a situaciones límite que ni la mente más desatada hubiera podido
sospechar, aparecen zurriagazos de literatura que en tres líneas logran definir
una situación.
Los vecinos de la puerta de al lado.
Ellos, ellos son los verdaderos héroes, los que muchas veces darían una patada
a su existencia y se lanzarían a vivir la novela soñada, pero como las
responsabilidades les obligan a permanecer firmes en sus puestos, aguantan el
tipo y tiran hacia delante haciendo girar la rueda. Con tales protagonistas
puede superarse en mucho la fantasía de la ciencia-ficción, porque si te paras
a observar descubres que existen situaciones muy simples a primera vista, que
hurgar en ellas es tirar del hilo de lo genial.
Aparecen
revoloteando, planeando, las aves nocturnas ante la plaza de Correos. En los tejados, murciélagos
mamíferos, rapaces halcones, autillos, lechuzas, todas prestas a cortar el paso
de la pequeña lagartija que sobrevive a base de reflejos.
Ojeando unas hojas recién escritas, Ana las
revive como un auto sacramental. Raspa su lengua el sabor del vino barato en
una página, en otra cruje y rechina un bolero, separando los mundos elitistas de otros cuyas vidas perdieron la batalla del consumo. Pasea canturreando la noche por el escenario empedrado
un triunfante compositor, esta vez real, tan eterno como la caja del viejo
camión con grietas por las que escapan los frutos de un olivo poderoso y
milenario vendido a saber Dios por quién y dónde.
Desde la calle
hasta el balcón sube balanceándose la música de Roxy Music con la voz
de Bryan Ferry escapando por los altavoces de un coche,
- Avalon...
Meciéndose en la baranda, Ana siente que
muy pocas cosas cambian en lo esencial de la vida, reflexionando sobre lo rápido que pasa el tiempo. Por eso, cuando
se presentan en la vida momentos de ternura no hay que dudar. Envolvamos muy fuerte con nuestras propias manos las de quienes
queremos, como un seguro de cariño ante el futuro.
Bienvenida a los humanos.
No cabe duda de que cada persona tiene un don en potencia, lo ideal es conocerlo y desarrollarlo, en ti las letras y la narrativa son las piezas de un mecano que combinas a la perfección, para muestra, no hay más que leer tu relato, a mí me ha trasladado a un tiempo muy feliz de mi niñez. Mil gracias.
ResponderEliminarCariños y buen fin de semana.
Kasioles
Acabo de pasar por tu blog, en el que te digo que hoy, con tus recetas, sólo nos faltaba que las acompañaras de un abrazo.
EliminarPara mí tus letras lo son. Recibe desde aquí el mío.
No surge de repente la vocación por contar historias. Hay que ser muy teatrero, fantasioso y aficionado a darle la vuelta a las historias tradicionales ya desde la infancia. Se llama vocación. Créeme que te comprendo.
ResponderEliminarUn saludo, Ana.
Cuánto sabes, Cayetano. Y cuánto debes haber imaginado para desgranar tantos relatos.
EliminarSeguro que de niño ya estabas siempre con los ojos y los oídos atentos a lo que pasaba a tu alrededor. Saludos.
Comprendo, amiga Ana María, los avatares espirituales y filosóficos de Ana, al paso de los tiempos, pero también me hizo mucha gracia la historia de aquel cerdo que en su infancia le hizo honor a su condición de Rey. Me lo imagino batiendo marcas de salto alto y pienso en sus vecinos tomándose las cabezas al ver la destrucción que causaba el tal Martín.
ResponderEliminarMe encantó esa frase que recuerda que la niña intentó escribir los libros que le hubiera gustado leer.
¡Un lujo!
Un beso.
La historia del cerdo es real. Tanto como su desaparición, que ni el mismo Houdini hubiera conseguida hacerla mejor.
EliminarImaginemos a un ser de 300 kg saltando de terraza en terraza. Lo que es capaz de conseguir el hambre... y el miedo...
Lo del cerdo me ha intrigado mucho pero seguro que alguien se lo encontró y supo ocultarlo muy bien....Seguro que la Ana del relato eres tú misma.Besicos
ResponderEliminarPuedo asegurarte que en mi barrio había bastantes vecinos capaces de comérselo crudo, a mordiscos.
EliminarAños de escasez, sencillos funcionarios, cargadores del muelle...
Me gusta como imprimes lo que sientes en pocas palabras dando libertad a tu texto
ResponderEliminarabrazo
Gracias, guapa.
EliminarEsa Ana con el don de dar la vuelta a los cuentos, encontró su estilo y la manera de contar las historias para revivirlas.
ResponderEliminarNo es facíl escribir Ana, al menos para mí, me gusta leer, pero más bien soy parca en palabras.
Bien sabes como engancharnos aquí.
Te deseo un buen domingo.
Un abrazo.
Es cuestión de insistir, simple oficio.
EliminarEn los 80 le hice una entrevista a un escritor que publicaba su primera novela estando inmovilizado en una cama desde los 12 años. Me contó que aprendió a escribir solo, sin ninguna ayuda, mirando por la ventana que tenía al lado, vocalizando lo que le llamaba la atención y pasándolo al papel. Entonces descubrió que contarlo en modo oral es mucho más rápido y fácil que escribirlo.
Por ejemplo: Está lloviendo. Un señor camina por la acera, pisa una hoja mojada, resbala y se cae. Ya está dicho y entendido.
Pero si quieres contarlo bien por escrito necesitarás muchos más detalles; escenografiar la anécdota, describir al personaje, su caminar, el clima, el cielo, los árboles de donde cayó la hoja... Fue una confidencia que a mí me sirvió y a veces aún la recuerdo. Un abrazo.
Cuantos recuerdos has hecho revivir en mí, Ana, de uno de mis barrios favoritos y paseados mil veces de Barna.
ResponderEliminarLa próxima vez que lo haga seguro que me acordaré del pobre Martín, y pienso también que esa desaparición no fue milagrosa, aunque sí bienvenida y festejada por los garentes del orden vecinal.
Sigo con fascinación los recuerdos de esa Ana niña, está claro que detrás de una excelente escritora se encuentra una gran lectora, escuchadora de historias, con la suerte de contar con tías como Lola, y una niña que observa, escucha, imagina...y luego hace conjuros en su cabecita con todos esos retales para construir su propio relato.
Tienes mucho talento, Ana Mª, es un placer inmeso leerte.
Feliz semana. Un beso.
Gracias por tus palabras, Tesa. Lo mismo digo.
EliminarClaro que lo recuerdas, es el que tiene más sabor del mundo, ya sabes: "Roda el món i torna al Born" (El Paseo del Borne es una minúscula rambla donde jugábamos los niños en tiempos en que bajaban solos a la calle. Parte de la fachada trasera de la iglesia de Santa Mª del Mar, el centro del Barri Antic también llamado de La Ribera o del Born). Bsszz
Me ha gustado.
ResponderEliminarQuisiera tener esa facilidad para los cuentos. La tengo para redactar otros menesteres, pero esa facilidad de crear historis, y además plasmar lo que se quiere decir de esta manera como lo haces, me resulta complicada.
Besos
Además de los talleres literarios, que ojalá hubiera pisado yo alguna vez, cada uno tiene su truquillo. Más arriba he contado a Laura una pequeña anécdota que cuando la escuché me pareció muy aprovechable como comienzo, y que en ocasiones sigo poniendo en práctica. Saludos.
EliminarLa Ana tiene una inventiva genial para cambiar el cuento de la tía Lola, que el príncipe sacara la cámara en la edad media es de fantástico. Me ha encantado leerte Ana Mª.
ResponderEliminarBesos.
Mi tía Lola, que seguro nos estará leyendo desde el cielo, tenía unos personajes riquísimos: Juan Sin Miedo, la Princesa Pingolotracamundana, El Príncipe de Acero.
EliminarDe haber sido su vida más tranquila o haber vivido ahora, podríamos tener una escritora de primera. Un abrazo, Conchi.
Ay, Ana como me gustan esos relatos tuyos intimistas, maravillosos, llenos de preciosos detalles.
ResponderEliminarNo cabe duda de que desde la infancia nacen las aficiones de manera natural y van tomando poso con el correr de los años.
La pequeña Ana, es fiel reflejo de los retazos de su infancia.
Me ha encantado leerte una vez más.
Abrazo agradecido.
Qué voy a contarte a tí, Mari Paz, rportera viajera, si sabes muy de lo que hablo.
EliminarMe alegra que te haya gustado la aventurilla. Otro pa ti.
Buenas tardes; qué cierto Ana María que de pequeñas nos encantaban las historias truculentas.
ResponderEliminarMi tata Cecilia contaba algunas realmente terroríficas e inclusonos cantaba una cancioncilla para adormecernos bastante hevy, se diría ahora.
No se me olvidó con el paso de los años, tanto que empecé a canturreársela a mi neto mayor cuando lo tuve. Pero, oh los tiempos de la superprotección a los niños, a mi hijo no le pareció que aquella cancioncilla era adecuada para el tierno niño, y ya no volví a cantársela a los que vinieron detrás.
En cierto modo tenía razón. Hoy día tampoco se les cuentan esas historias terribles de antes e incluso se les intenta edulcorar los clásicos cuentos.
Cariñoso saludo.
Los cuentos de tu tata Cecilia y los de los hermanos Grimm, y tantos otros. Por no hablar de Disney, que ríete de Jack el Destripador. Has hecho bien dejando a un lado aquellas historias.
EliminarA veces aún recuerdo de noche a la bruja de Blancanieves y me da un escalofrío, así que yo he huído siempre con los míos de historias gore.
Cariños para ti.
Pois é, minha amiga Ana, como nesta Ana há mais uma, e passam de duas: a Ana jornalista, com sua escrita técnica, que sabe explorar o que escreve prendendo-se aos fatos, como sua matéria prima; a Ana que tanto sabe de Antônio Gaudí, de sua Igreja Sagrada Família e outras obras do grande arquiteto; a Ana que penetra no mundo da arte pictórica e a todos entrega o produto de seu trabalho para deleite e conhecimento; a Ana ficcionista que se aprofunda nos temas que escolhe, cria personagens que respiram, dando a nós, seus leitores, o inesgotável prazer da prosa. Claro que há nesta Ana Mª Ferrin, há outras mais com o mesmo talento. Parabéns por esta bela narrativa.
ResponderEliminarUma boa semana, Ana. Beijo. Pedro
Pedro, muchas gracias por sus palabras. Es una alegría saber que ese texto que has lanzado al aire sin tener idea de si habrá alguien a quien le interese, ha encontrado un destinatario que se ha sentido identificado con la historia y le ha gustado el tema hasta el punto de invertir un poco de su tiempo en hacértelo saber. Buena semana para Porto Alegre.
EliminarNo meu comentário acima, Ana, disse com sinceridade, o que agora resumo:
EliminarAna Mª Ferrin é jornalista talentosa. Gosto muito de suas reportagens.
Ana é profunda conhecedora da vida e da obra de Gaudí, com livros seus editados, além de seus textos publicados no seu blog e em jornais do seu país.
Ana também tem contribuído para a divulgação, em seu blog, de importantes nomes das artes plásticas.
Por último: gosto muito da ficcionista Ana Mª Ferrin, cujas narrativas são excelentes.
Era isso, minha amiga Ana. Beijo. Pedro
Texto excelente, Ana, mas e o porco, onde foi parar?
ResponderEliminarAna, voltei a minha infância com você; lembro que levava meus livros la pelos meus 10 anos, dentro de um caminhão de brinquedo para o quintal de nossa casa, debaixo de um caramanchão e ali passava as tardes, adorava . Sonhava. Fui crescendo e tinha de criar, inventava muitas coisas. Reportei-me aqui com você o meu começo. Gostei muito de 'viajar' na sua história. Também li a postagem dos pintores e obras magníficas, parabéns pela belíssima seleção que fez.
Aplausos pra Ana!!
Um beijo, querida Ana, um ótimo fim de semana pra você.
beijo!
Hola, Tais. Ya le veía yo un aire soñador, de "lletraferida" que puede identificarse con la pequeña Ana. Larga vida a la imaginación.
EliminarA punto de contestar los comentarios, una amiga me ha enviado este enlace para que veamos como es un cerdo de 300 kilos, algo que yo ignoraba y no sé si usted lo habrá visto alguna vez.
Se trata del vídeo de un cerdo de ese peso que murió el año pasado en Galicia, el Quinín, una preciosidad. Dan ganas de acariciarlo.
Con él va un abrazo.
Vídeo del cerdo Quinín, de Galicia.
ResponderEliminarPesaba 300 kilos y murió de un fallo cardíaco.
Tenía 14 años y era el cerdo más longevo del que se tiene noticia en Galicia.
Su cuidador, José Carlos Rial, lo explicaba así: «Ao pobriño estáballe chegando xa a hora. Morreu de vello. Levaba un tempo que non estaba ben e que lle custaba andar. Case nin vía e só ía dun lado a outro para comer, o pobriño. Deume moita pena. Imaxínate, despois de seis anos coidándoo».
http://www.atlas-news.com/agencia-internet/sociedad/Carral-La_Coruna-cerdo-indultado-Quinin_3_851944826.html
Si es por abrazos y cariños, que por mí no quede, correspondo al tuyo, que te lo mereces, con todo el corazón.
ResponderEliminarQue tengas un buen fin de semana.
Kasioles
No dejes de ver el vídeo sobre el cerdo Quinín, colega de El Rey Martín. Un besazo.
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