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AMFAv "DESPACHO" (JMS)



TÁMARA. DIÁLOGOS EN BLANCO Y NEGRO.


 Cuentan los entendidos que en 1955 la villa de Támara tenía 44 niños y 39 niñas censados en la escuela del pueblo. Hoy, en 2010, los escolares son 5 y para asistir a clase deben desplazarse hasta Frómista y Carrión de los Condes...

Iglesia Catedralicia de San Hipólito. Támara, Palencia
Publicado en Revista de Támara, Palencia. Mayo de 2010

          

                  

                            ...Total. Que cuando en el verano de este año que se va quedó inaugurada la exposición fotográfica en la iglesia de San Miguel, muchos vecinos que por su juventud no conocieron la experiencia de vivir una relación vecinal con gente de su edad, tuvieron ocasión de ver y enterarse de como era ese día a día.


                             Las imágenes rescatadas para la muestra estaban muy bien escogidas, entre líneas eran la crónica nunca escrita de cómo muchos padres y abuelos de esta tierra lograron salir adelante a través de tanto avatar. Por la dureza del clima fueron generaciones que se formaron de pedernal, crecieron y trabajaron la tierra helada en guerra y posguerra con poco de todo: poca ropa, poco calor, pocos alimentos, poca libertad. Y sin embargo debían tener algún componente que ahora parece escasear, uno de esos valores que no cotizan en bolsa pero que son decisivos para el hombre, porque desde muy jóvenes se las apañaron para sacar a flote la casa y los hijos poniéndolos en una senda de conocimientos y bienestar a los que ellos jamás pudieron aspirar. Quizás poseían algo intangible de esa materia que no se puede pesar ni medir, porque sabían ser felices con cuatro cosas básicas que no tienen nada que ver con las que hoy considera imprescindibles buena parte de la sociedad. ¿Podríamos llamar a ese algo  generosidad? No estaría mal.


                          El día que visité la exposición, una adolescente crecida en la ciudad le preguntaba a su madre en el interior de San Miguel: “Pues si erais tan pobres aquí, ¿Cómo os compraban la ropa y los zapatos?”. La joven recibió por respuesta que su abuela ahorraba todo el año céntimo a céntimo, compraba en la primavera un corte de tela para cada uno de los hijos mayores y con unos patrones que se prestaban las mujeres unas a otras, les confeccionaba todo tipo de prendas. Los hermanos pequeños sólo estrenaban algún complemento porque solían “heredar” la ropa, incluidos los abrigos, que se desmontaban, se volvían del revés y se cosían de nuevo con la parte desgastada hacia dentro. La mayor parte de las veces los pequeños “heredaban” hasta los zapatos y las zapatillas.


                          El tema no acababa aquí porque solía formarse una cadena de cesiones entre la familia y los amigos más próximos. La vestimenta nueva se estrenaba el Domingo de Ramos, se reservaba y se volvía a lucir si la fiesta de la Virgen de Rombrada caía más tarde, y después para San Hipólito, en Agosto. Chicas y chicos se sentían los reyes del mundo cuando asistían a la misa vestidos de estreno.


                         La joven escuchaba con los ojos muy abiertos a la madre, quizás pensando que esa forma de vida carecía de términos como estilo, clase, moda, glamour. Y no le faltaba razón. Porque, a ver cómo se le hace comprender a una quinceañera acostumbrado a no carecer de nada, con una vida de estudiante sin problemas y viviendo en una ciudad con todo al alcance, que asistir a misa en la iglesia del pueblo tenía entonces además del principal componente sacramental, otras motivaciones nada desdeñables. Entre ellas un fuerte componente de unión al encontrarse con los vecinos y sentir la fuerza que da el saberse partícipe de una misma identidad, de una misma cultura. Son sentimientos que se vivían, que se viven, con una potente intensidad.


                          Las fotos color sepia poseen un magnífico poder de evocación. En una, ves a una pareja bailando y puedes adivinar en sus ojos las sensaciones que son capaces de transmitirles las yemas de los dedos, al encajarse una mano en otra mano, eso lo sabe bien quien lo ha vivido. En la imagen de al lado las semillas sueñan su resurrección, mientras un eco brota del carro de flancos abultados por redes repletas, recreando la belleza del idioma con palabras gritadas al viento: ¡mies, era, ventear, hoz, parva, espigas, polvo, siega!…Amanece en la foto superior más próxima un sendero que serpentea entre una doble hilera de tilos y desde las casas de allí, al fondo, se diría que aún se oye balar y mugir, relinchar, ladridos y cacareos, saludando al nuevo día.


                         Otra imagen, y el viento silba en el agua escarchada del caño rasando la nieve que alfombra el arco a la entrada del pueblo, sirviendo de fondo al joven temerario en mangas de camisa sentado en un hito que mide el oleaje del tiempo, e imaginas que el chico pueda ser alguno de los antiguos alumnos de Dº Florencio que aparecen en el curso de 1955. En esa foto es curioso ver cómo los escolares ya muestran los trazos que sellarán sus futuras personalidades. El atractivo, la autoridad, la astucia que arruga el entrecejo, la bondad, todo asoma en los ojos sin doblez de unos tamarenses revacunados contra todas las gripes por este aire navajero. En uno, ves el ansia de escapar del posado y trepar a por nidos de pájaros, en otro es el hambre de vida lo que hace arder y brillar la llama en sus ojos. Un grupo elegante en vísperas de que el país vire hacia otros aires también está presente en esta muestra de Támara, blusas blancas con bordados y apliques sobresaliendo de cinturas de avispa, ellas, y ellos con bigotes recortados, sombreros Panamá y poses relajadas. La minúscula ventana gótica que aparece en el muro del antiguo hospital es ya una pequeña joya desaparecida, que hoy seguramente lucirá en cualquier casa común con pretensiones de solera después de haber aterrizado, sabe Díos cómo, en el escaparate de un anticuario.


                          La exposición terminó. Pero si pasas de noche y acercas el rostro a su puerta, aún podrás oír la respiración y los diálogos entre el aquí y el allá que acompañaron a militares y danzantes, pastores y labradores, a los maestros, al médico y al señor cura. Recostados en el limo del recuerdo, los muros de San Miguel ya duermen impregnados para siempre de chismes y vivencias. De historia.

Ana Mª Ferrin                                   
                   

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