INVITADO (*)
RELATO
Original de
Álvaro M.F.
Regresé al trabajo a las
doce y media aparentando normalidad, pero mis ojos eran el reflejo de una
experiencia traumática. Afortunadamente nadie pareció darse cuenta...
Publicado en Gaudí y Más. 28 de Diciembre de 2014
Aquel día martes 22 de
Diciembre, sin ser especialmente nublado o frío presagiaba cambios. Y no
climáticos.
Luces adornando las calles,
villancicos, árboles de Navidad.
Navidad, Navidad, época de felicidad, de acercamiento entre la
gente, de tolerancia. De haberme pasado en otra fecha, el mecanismo que conecta
el sexto sentido me habría alertado del inminente peligro que, sin yo intuirlo,
me acechaba. Pero claro, siempre piensas que no te puede pasar a ti y menos en
esas fechas.
Grave error.
La cita era a las diez en
la famosa clínica de Barcelona. Mi
mujer había llegado cinco minutos antes y me esperaba sentada en la antesala de
la consulta. El lugar era acogedor, predominaba la madera combinada con el
color azul de las paredes y junto a los sillones completaban el mobiliario una
pequeña televisión, un vídeo (?) y una mesita llena de esas revistas médicas
que nadie en su sano juicio compraría.
La unidad de Andrología y Reproducción Nuclear del
centro contaba también con dos cuadros enormes, repletos de fotos de recién
nacidos. Buen gusto, teniendo en cuenta que los que allí nos dirijimos suele
ser por la dificultad de procrear. Que no de copular (en eso, bien). Una
segunda mirada a los emotivos cuadros hizo que un escalofrío me recorriera la
columna porque en las fotos predominaban los niños gemelos, trillizos y
cuatrillizos, (curioso, ¿verdad?).
Pero no importaba, me
había hecho el firme propósito de llegar hasta donde hiciera falta y esa
determinación fue la causa de mi falta de prevención.
El doctor llegó con tres
cuartos de hora de retraso por una entrevista en un programa de televisión
matinal. De relleno debía ser, claro, porque quien diga que a las nueve de la
mañana va a prestar atención a una charla sobre vasectomía, miente. Se
disculpó. Su apariencia –pelo cano, manos exquisitamente arregladas, camisa
blanca de cuello Mao-, no auguraba oscuras costumbres.
Pero era un hombre malo,
muy malo...
...las paredes llenas de posters con niños mellizos (1)... |
La distendida charla dio paso a un cuestionario cuanto menos curioso. Las preguntas iban, desde la fecha de mi primera eyaculación, hasta cuantas veces iba de vientre a la semana, pasando por el Servicio Militar. Conceptos todos de suma importancia, creo.
Las respuestas debían ser
rápidas y exactas, con el consiguiente peligro de equivocarme y acabar
diciéndole que mi primera cagada fue satisfactoria y que al comer plátanos
tengo que irme corriendo a casa porque si no, me eyaculo encima. O confesar que
si no es en mi lavabo y con una revista y un cigarrito, soy incapaz de
eyacular. Acabé aturdido y fue entonces cuando pasó lo que pasó.
Levantó la vista del papel
y me dijo:
- Acompáñeme que le voy a
explorar...
La habitación se tiñó de
rojo y por la megafonía de la consulta, los niños de San Ildefonso en lugar del sorteo de la lotería emitían risas de
despecho, asco de niños. Miré a mi mujer, tenía los ojos llorosos y me apretaba
la mano con fuerza, le besé la frente mientras me levantaba de la silla para
seguir al Maligno camino del Infierno. Abrí la puerta y el vapor de
las calderas empañó mis gafas, me volví y le dediqué una última mirada con la
que le juré amor eterno. La puerta se cerró a mi espalda y del trato formal
pasamos al tuteo.
- Bájate los
pantalones y estírate en la camilla.
Lo hice, soy un hombre de
palabra y prometí no arrugarme ante la adversidad. No arrugarme yo, se
entiende.
Procedió a la
exploración.
Mi anteriormente animado
compañero no era más que una piltrafilla en manos de aquel hombre que se
empeñaba en tocarme los huevos. Tocármelos y medírmelos, porque un pie de rey
fue el que certificó que el izquierdo era ligeramente más pequeño que el
derecho (la citada herramienta usada en joyería era la más adecuada, por
tratarse en este caso de las joyas de la corona).
Dejó de manipular mi hombría
y me dio la espalda mientras yo escuchaba aterrado un extraño ruidillo de
plástico, hasta que por el movimiento de sus codos entendí que se estaba
calzando unos guantes de látex.
De un impulso me incorporé
en la camilla y acerté a verlo abriendo
con dificultad un pote herméticamente cerrado. Introducía un dedo en él,
precisamente el dedo más largo de la mano. Notó como le observaba y se giró de
repente como quien está haciendo algo prohibido. Y juro que lo hacía.
- Flexiona las rodillas.
- Pero oiga, ¿qué va usted a hacer?
- ¡Flexiónalas! (ladrónn)
- ¡NOOOOOOOO!
Si.
Me forzó y me derrumbé. Dos
lágrimas surcaron mis mejillas mientras él no parecía encontrar lo que buscaba.
Sacó el dedo del lugar donde nunca tenía que haberlo metido y me dio permiso
para volver al despacho y reunirme con mi mujer.
Caminando encorvado
sin levantar la vista del suelo me senté en la silla al lado de ella, que me
miraba con cara de preocupación, expectante. Asentí con la cabeza y ella rompió
a llorar, todavía sollozaba cuando regresó el doctor Mefisto. Él, ajeno a mi congoja, se sentó en el extremo contrario
de la mesa y en tono sofisticado sentenció:
- Amigo mío, tiene usted
varices en el testículo izquierdo.
Por un momento pensé que
me estaba vacilando, pero en su expresión no se traslucía verbena alguna, así
que pasé directamente al ataque (en mi imaginación).
- "¿Ah, si? ¿Y que se
supone que debo hacer? ¿Me pongo calzones compresivos? O mejor, ¿Me doy
cremitas para la circulación?"
El resto ya es historia.
O debería serlo. Pero hay algo en el fondo de mi ser que ya no permanece
intacto, y si bien he dejado de tener pesadillas no dejo de preguntarme qué le
impulsa a un tío a pasarse diez años haciendo del estudio su vida para acabar
introduciéndole allí el dedo a alguien. Triste, muy triste. Y es que, como dijo
el poeta:
Reacio a cambios soy
dado,
pero acepto de buen
grado,
si no es de mi
desagrado
y me resulta banal.
Mas a aquellos yo
maldigo
y a su familia no
olvido,
que con pretexto de amigo,
me humillen por vía
anal.
Fatal, fatal.
Los hechos iban sucediéndose
de forma natural. A la exploración le seguirían un sinfín de pruebas que
determinarían cuál era el problema y el tratamiento necesario para subsanarlo.
Después de mi traumática experiencia, el doctor llegó a la conclusión de que
necesitaba una muestra de mi fluido más íntimo, para analizar el número
resultante de espermatozoides vivos después de una extracción.
– Éste tío está enfermo
–pensé-. Primero se ceba con mi intimidad y ahora quiere enmendar el daño
produciéndome placer con sus propias manos...
Respiré aliviado. Comprendí
que la extracción podría hacerla yo mismo y llevarle el potecito de tapa roja
dentro de su bolsa de papel.
A las nueve de la mañana del
día siguiente debía presentarme en el laboratorio de la clínica, teniendo en
cuenta que la fiabilidad del resultado depende en gran medida del tiempo que
pasa el esperma fuera de su hábitat natural (parece ser que la nostalgia los
mata). Disponía de una hora para proceder y entregar.
- No hay problema
–sentencié para mi-, lo he hecho cientos de veces (no metáfora). Y además,
llevando más de una semana reprimiendo mis instintos, será una cosa rapidita...
Día fijado. Las ocho y cuarto en puro horario
laboral.
Al encaminarme hacia el lavabo de
caballeros de la empresa donde trabajo, con una bolsa sospechosa en la mano,
creo notar como todos los compañeros me siguen con la mirada. Cierro la puerta
del aseo, abro la tapa del bote y lo dejo encima del lavabo.
Me bajo los pantalones y
empiezan los problemas. - Venga, tío, que
esta vez nos jugamos mucho, que esta vez es importante –intentaba convencer
a mi brother- , me lo debes por los buenos ratos que hemos pasado juntos. Lo menos
que podías hacer es mirarme a los ojos cuando te hablo, ¿o es que hay en el
suelo algo interesante que yo no he visto?
Me costó más de cinco minutos
conseguir que mi compañero entrara en razón, y con mucho esfuerzo y dedicación,
procedí. La experiencia conseguida con los años me hizo darme cuenta de que el
tema se alargaba más de lo habitual, pero lo achaqué al ruido de martillo pilón
que producía el compresor situado a un metro del lavabo, ya que la cadencia de
su batir rompía mi propio ritmo con el consiguiente descentramiento,
importantísimo para la actividad que llevaba entre manos.
Poco a poco la cosa iba
arreglándose, me había reconciliado con mi mejor amigo y la sincronía
conseguida rozaba la perfección. Finalizada su carga, el compresor permanecía
en silencio mientras yo provocaba electricidad estática. Si señor, aquello era
otra cosa, noté como se me aflojaban las piernas.
La meta estaba a menos de dos
zancadas, la victoria se acercaba y sabiéndolo me propuse hacer los últimos
metros de la carrera esprintando como los campeones. Logré la primera zancada,
la segunda...Y llegué.
Llegué... pero olvidándome por
completo del porqué me encontraba en aquel lugar en horas de trabajo y
ejerciendo aquella actividad.
Un relámpago de sentido
común me hizo comprender que aquello que yo despilfarraba con tanta alegría,
exactamente aquello, era el motivo de mi reunión solitaria. Y haciendo una
finta con la agilidad propia de un felino, de un salto cogí de la pica el
olvidado bote e introduje en él a Member, salvando al menos algo de mi
herencia vital. Miré su contenido al contraluz y recé para que la cantidad
rescatada fuera suficiente. Cerré la tapa, lo metí en la bolsa y salí corriendo
hacia mi destino.
Las nueve menos cuarto y la
calzada central de la Gran Vía barcelonesa con todos los coches del mundo
circulando por ella. Faltando cinco minutos para la cita médica diviso por fin
una plaza libre en el garaje de la clínica. Corriendo, llego a una sala donde
me recibe una amable joven vestida de blanco/laboratorio. Sin más dilación saco
el recipiente de mi bolsa y con un culto y triunfante:
- Traigo ésto para un
seminograma-, dije. Y lo deposité sobre el mostrador.
Correcto. Todo acabado y
sabiéndome ganador, esperé su réplica:
- ¿Cúal es su nombre?
- Rafael de la Maza
–respondí muy puesto.
- Muy bien señor De la Maza
–dijo ella mirándome con rigor-. Pero debería usted saber que hay que traer el
recipiente con algo dentro.
Me costó un buen rato
reaccionar.
Nada tenía sentido. Hasta que
comprobé que la tapa del pote no encajaba perfectamente. Si me quedaba alguna
duda, se aclaró rápidamente al observar cómo un lento pero incesante goteo
manchaba el mostrador ante la mirada atónita de la paciente enfermera. No me
atreví a decir nada, no quise estropear aquel momento glorioso con alguna frase
hecha, así que me di media vuelta y marché sabiendo que algo de mí se quedaba
en aquel sitio.
Luego, en el ascensor que me llevaba al parking, iba meditando la forma de explicarle a mi mujer varias cosas:
Luego, en el ascensor que me llevaba al parking, iba meditando la forma de explicarle a mi mujer varias cosas:
De cómo el Destino era un cúmulo de casualidades que cuando se ponían todas de acuerdo no había forma humana de vencerlo. O del por qué Onán jamás trabajó en un taller con el tiempo pautado para todo. Hasta que se me ocurrió meter la mano culpable en la bolsa deportiva para coger las llaves del coche, sin acordarme de que en el mostrador sólo había quedado una pequeña parte de mí. Deslizándose entre los restos de mi archivo genético, retozaban cartera, llaves, bolígrafo y teléfono móvil.
Lo dicho. Regresé al trabajo a las doce y media aparentando normalidad...Pero no.
El día acabó, y aunque
cansado no pude dormir sabiendo que tendría una segunda oportunidad en dos
semanas y que esta vez de ninguna manera podría fallar. No DEBO fallar.
Caí rendido
soñando que aquella noche empezaba para mí un nuevo periodo de abstinencia. Un
nuevo capítulo de mi historia. Una nueva
aventura...
Álvaro
M.F.
(*) Saludos.
Tengo un trabajo entre manos al
que necesito dedicarle un tiempo sin interrupciones, así que estaré unas pocas
semanas dando un respiro a Gaudí. A la vuelta reiniciaremos con un artista de
gran talento y casi desconocido, con quien Gaudí demostró una vez más su
independencia de criterio y su ojo soberbio para detectar a los portadores de
la llama.
A cambio, durante
estos días les propongo que conozcan
algunos relatos, unos de amigos y otros que me han ido enviando desde la
desaparición del Premio Gaudí de Poesía y Narración Corta en el que fui jurado
mientras duró, más alguno propio de extranjis. Tanto a sus autores como a los
amigos que se paren a leer esta primera tanda de textos invitados, mi
agradecimiento de antemano por dedicar un poco de su tiempo a compartir
pasiones.
Me iré pasando por
el blog, a ver qué les parecen. La selección es variopinta y estoy segura de
que les interesará, sólo he atendido a la originalidad y el buen ritmo. Como
verán el arco de temas es amplio, desde el cuento candoroso, al seguidor de
Bukowski.
Por lo que aviso a las
almas ultrasensibles:
La narrativa es una
aventura. Relájense y disfruten.
Ana Mª Ferrin
Imágenes
(1)
Mellizos: http://pequebebes.com/posibilidades-de-tener-gemelos-o-mellizos/
(2)
Trillizos: http://www.reproduccionasistida.org/embarazos-multiples-en-la-r
(3)
Cuatrillizos:
http://adictamente.blogspot.com.es/2012_04_03_archive.html
(4)Quintillizos Mariani de Argentina (es broma) http://lacanchitanosemancha.blogspot.com.es/2010/09/los-quintillizos-mariani.html
(5)Sextillizos:
http://www.bebesymas.com/noticias/la-familia-gosselin-primero-mellizas-y-luego-sextillizos
Familia
Gosselin Pensylvania
(6)
Septillizos:
http://www.vertigopolitico.com/articulo/25390/Son-7-son-hermanos-y-todos-cumplieron-16-aos-el-mismo-da
(7)
Octillizos:
http://www.gasparense.com/2012/02/primo-ya-nacieron-los-octillizos-dice.html
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