RELATO
Original de
Ana Mª Ferrin
AQUELLA mañana había leído su primer libro electrónico y por esa circunstancia acababa de darse cuenta de que ella, al revés de lo que mucha gente ambiciona, no aspiraba a ser una intelectual, sino una castiza.
¿Interesante su lectura? Sí, una experiencia interesante nunca comparable a la de palpar un libro querido.
La niña del bello rostro/ sigue cogiendo aceitunas/ con el brazo gris del viento/ ceñido por la cintura. Federico García Lorca |
LA OLIVERA
Publicado en Gaudí y Más. enero de 2015
Publicado en Gaudí y Más. 10 de noviembre de 2018
Un lector podrá empaparse, dejarse hechizar por la acumulación de saberes inmediatos que nos esperan con sólo apretar una tecla. Todo lo que existe, a su alcance, con tal celeridad de respuesta que no hay formato que se le iguale.
Pero, qué será -piensa la lectora-, que acceder a la emoción depositada en el papel por unas huellas que se funden con las tuyas al palparlo, transmiten de otra forma las experiencias y el conocimiento.
Saliendo de su abstracción, hoy Ana ha sentido la necesidad de viajar hasta el viejo árbol de sus veranos en la barcelonesa localidad de Sant Vicenç dels Horts, como si la materia básica del libro, la celulosa, hubiera hilado un filamento que uniera por siempre a los tres protagonistas: árbol, mujer y libro.
Pero, qué será -piensa la lectora-, que acceder a la emoción depositada en el papel por unas huellas que se funden con las tuyas al palparlo, transmiten de otra forma las experiencias y el conocimiento.
Saliendo de su abstracción, hoy Ana ha sentido la necesidad de viajar hasta el viejo árbol de sus veranos en la barcelonesa localidad de Sant Vicenç dels Horts, como si la materia básica del libro, la celulosa, hubiera hilado un filamento que uniera por siempre a los tres protagonistas: árbol, mujer y libro.
Cargado de tormentas y símbolos, en pie después de haber soportado tantos avatares, el retorcido gigante de su infancia que luchaba contra el cielo cobijando infinidad de pájaros e insectos, seguía ahí, desafiante. Extendiendo su sombra como un pavo real. Y ella se ha emocionado porque allí precisamente, escalando ese árbol, esa olivera (el nombre catalán define mejor su talante maternal), nació su mundo narrativo.
A la niña instalada en la copa verdegris los sueños se le desataban para vivir, casi tangibles, universos llenos de brillos y luces haciendo destacar los colores que adornaban el Caupolicán de Darío. Y a Victor Hugo, describiendo en dos o tres líneas la mirada destructiva que lanza el miserable a la ventana del carruaje donde la dama exquisita, resguardada tras el cristal, mima los mofletes rosados del robusto bebé que asoma entre una nube de encajes. De haber podido, ni la lectura completa de El Capital hubiera informado mejor al sans coulotte sobre qué significaba la ira del proletariado.
Reviviendo aquellos días recordó cómo, con los ojos entrecerrados y una historia en la mente, escogía con mimo las palabras que iniciarían su vocación narrativa, desvelando sorprendida que al llegar a un punto preciso, la historia, el relato, se despegaban de su idea original lanzándose a vivir por sí mismos en un silencio sabio. Ella intentaba retenerlos, reconducirlos por el camino previsto. Pero aliándose con la parte más salvaje de su mente la convencían, invitándola a dejarse ir, hasta que agotada su resistencia, cedía, dejándose engullir por la vereda que le marcaban los personajes.
El gozo de la creación más o menos humilde, más o menos noble, ya la tenía atrapada cuando veinte años más tarde volvió a ver su olivera. Época en que ella empezaba a calibrar el gran trecho que separa el contar de forma oral cómo alguien tropieza en la acera y cae, de lo que cuesta expresarlo por escrito.
En Sant Vicenç mareó a todos los vecinos del pueblo preguntándoles que le había sucedido al árbol. Aquellas ramas no podían ser por las que ella trepara tantas veces. Hoy veía su copa desmayada, pobre. Era imposible que hubiera podido escribir allá arriba durante horas al abrigo de miradas, bajo el sol, como un águila desplegada. Si las cuatro ramas tenían cuatro hojas...
Le costó un tiempo entenderlo.
Un amor recordado en años es duro comprender que no valía la pena.
Pero, qué digo. Claro que valió la pena.
-Sí –le susurró al árbol, acariciando su tronco-. Tú seguirás siendo en mi interior el abrigo de tantas alegrías, el refugio donde yo desvelé la belleza de África con su sonido de tambores. Por la senda del descubrimiento...
…Subiré las dunas de tu vientre,
los blancos muslos rutilantes del día… (*)
Saboreando un helado como antaño, su cuerpo se rindió al calor agosteño. Cerró los ojos. Recostada en la rugosa corteza de su amigo, la falda se le agitó movida por el aire que bajaba de Torrellas igual que cuando era niña, acariciando sus piernas.
Ana Mª Ferrin
(*) Obra poética. Léopold Sédar Senghor
Los que no nos hacemos con esos artilugios electrónicos, necesitamos del papel para leer un buen libro, también necesitamos de la mesa donde apoyarlo. La madera de la mesa bien podría ser de olivo. De celulosa del árbol también sale la pasta de papel.
ResponderEliminarUn saludo, Ana.
La Naturaleza nos va mostrando el camino. En este momento somos afortunados, no sólo tenemos el panorama que dices, mi preferido, sino que podemos acceder a otros soportes. Saludos
EliminarQué duda cabe, amigos, que el libro de papel será siempre el mejor vwhículo de lectura. Sobre todo hay libros que no se pueden saborear en un impersonal ebook. Por ejemplo los tuyos, Ana María. Esa riqueza de imágenes a las que se vuelve una y otra vez cuando llega el texto que los explica. Ese papel satinado suave como una caricia, la portada y contraportada de un generoso cartón que guardan celosamente el tesoro interior...
ResponderEliminarPERO...lo mismo que no es igual presionar un mando para caldear nuestro salón que deleitarse con el chisporroteo de la lumbre en una chimenea...
O preparar en unos momentos una comida en el microondas que ver el borboteo de un guiso a fuego lento en una cazuela...
Pues eso, que en algunas ocasiones no hay que cerrarse del todo a las nuevas tecnologías y sus ventajas Por ejemplo en el caso que nos ocupa: llevarte más de un libro en la maleta con poco peso, poder leer en la cama sin necesidad de molestar con la luz, facilitar la lectura a personas que necesitan que la letra tenga un tamaño más grande...
En fin, que si no os parece mal seguiré con libros y ebook.
Por cierto, este relato de Ana María lo hemos leído en este medio electrónico y lo hemos disfrutado, no?
Perdón por la extensión de mi comentario. Es que es éste un tema interesante y de encendido debate.
Un abrazo cibernético a falta de uno personal, Ana María.
Como puedes ver este es un artículo romántico que glosa tiempos de ilusión. Pero al ser contable estoy acostumbrada desde los doce años a manejar todo tipo de adelantos en cuanto a máquinas de escribir, calculadoras, facturadoras, scanners, hasta llegar en los años 80 a los primeros ordenadores. Hay que ser ambiciosos y quererlo todo.
EliminarLo que no quita que donde se ponga un libro con sus hojas y su tapa, vamos, que no hay color querida Conchita.
Un buen rincón siempre hay que encontrar para hacer un buen rato de lectura, sea donde sea, pero si debajo de un buen árbol en la tranquilidad del paisaje supongo que es lo ideal.
ResponderEliminarUn abrazo.
Es que puestos a escoger yo sé muy bien qué opción elegiría, como tú. Besos
EliminarY lo mejor, es que Ana, influenciada tan benignamente por esas lecturas y esos sueños, creó con el tiempo su propia e inmensa capacidad literaria que deja huellas en miles, quienes se arriman a otros árboles y otras inspiraciones.
ResponderEliminarSólo pensar que alguien pueda interesarse por algo que uno ha escrito ya produce una alegría. Como tú bien sabes, Esteban.
EliminarLlevas mucha razón, para los que nacimos tierra adentro, el olivo en nuestro tótem y a veces no le hemos sabido dar la importancia que merece.
ResponderEliminarNo discutiré sobre la supremacía del libro de papel, con los artefactos modernos de lectura, (de hecho hace mucho que escribí sobre ello), pero hay veces que el espacio, la comodidad, la pòsibilidad del aumento de letra y el precio, determinan que, en mi caso, haya tenido que sustituirlo.
Y sigo disfrutando de la lectura.
Besos.
Y haces muy bien. En cuanto al olivo, te informo de que los terrenos donde se construyó la Sagrada Familia eran huertos con árboles y verduras y mientras se iba construyendo, tanto la familia de los guardas como varios albañiles tenían sus pequeños cultivos. Gaudí, que siempre fue un hombre de pueblo, tenía gran estima por los frutales y yo recuerdo que aún en los años 80 y 90 quedaban un olivo, una higuera y un almendro. Y sé que en su época, el maestro solía acercarse a estos dos últimos para coger un puñado de frutos. Saludos
EliminarLas ramas de un olivo es un lugar perfecto para relajarse y escribir todo lo que te dicte la inspiración......y que emoción se siente cuando vienen a nuestra mente los gratos recuerdos de antaño.Un bello escrito.Besicos
ResponderEliminarBuena tierra tienes tú para los frutales y los huertos en general.
EliminarEsos caparrones deberían llevar cada uno un sello de calidad.
Besicos
Es divino tu escrito... Precioso de verdad, yo adoro los árboles y ha sido maravilloso leerte.
ResponderEliminarMuchos besos.
No dudo de que te gusten los árboles, son pura poesía.
EliminarLeo donde sea. Todavía prefiero los libros, porque su olor a nuevo me hipnotiza, aunque no le hago feo a los e-books.
ResponderEliminarBonito relato.
Besos
Quien ama la palabra nunca estará solo, Manuel.
EliminarAl menos eso me escribió una profesora en el margen de una redacción de niña. Y yo la creo.
Saludos
No recuerdo haber visto olivos en mi querida Galicia durante los años de mi juventud que permanecí en ella.
ResponderEliminarLos olivos los situaba por el Mediterráneo y siempre he sentido admiración por su forma y larga vida, por ello entiendo que haya sido tu refugio y desde sus ramas hayas dado rienda suelta a la inspiración que te ha estimulado a escribir tan bien.
En cuanto al libro electrónico... hace años me han regalado uno, lo he dejado en reposo mucho tiempo, nada es comparable con un libro en papel, yo soy de las que valoro el sonido de las hojas al pasar, el tacto de la hoja, el color de la letra y hasta el olor que desprende que va variando con el paso de los años.
Hoy en día también leo con ese nuevo formato,es frío, pero cómodo de transportar.
Agradezco tus palabras de cariño en mi espacio.
Abrazos.
kasioles
Lo que dices de no ver olivos, era algo misterioso para un cocinero gallego que conocí. Según él, el pulpo era lógico que fuera algo tan gallego y también el pimentón por la cercanía de algunos lugares, pero el aceite para rociarlo... "Si yo no he visto un olivo en Galicia", decía. Y ahora que lo dices tú...
EliminarBesos, guapa.
Nada es más potente que un recuerdo de infancia vivido con un ser, tan vivo como tú mismo, que te proporciona la inmaterialidad de la satisfacción jamás obtenida entre los seres a los que perteneces y son más cercanos. ¡Ay, esa olivera! Puede ser tema de miles y miles de relatos vividos bajo su manto verdinegro. Nunca ha utilizado una crema defoliante ni reparadora en esas cicatrices que el hombre le ha provocado. Muy al contrario, han sido pequeñas guaridas de rapaces o pequeños roedores que la consideran una madre protectora. Leer y soñar bajo su sombra, entre sus ramas, notar la caricia áspera de su piel curtida por el viento frío o cálido en las desnudas piernas de la pubertad, apreciar que es un ser vivo y saber que nunca abandonará a quien la ha querido, es tan noble como importante para ella. Mi mochuelo, cuando fui niño, había nacido en la oquedad de una olivera centenaria y siempre que pasábamos cerca de ella volaba raudo para posarse en una de sus ramas y acariciar su cuerpo con ella. Un recuerdo tan bello como palpitante en la línea de la vida, Anamaría. Un abrazo chillao.
ResponderEliminarCon toda nuestra mezcla romana, árabe y judía, los mediterráneos somos puro olivo, Antonio.
EliminarDe donde iba a venir la democracia y la filosofía, sino de unos tipos sentados junto al mar con unos peces y unas rebanadas de pan con un chorreón de aceite, sin parar de hablar y comer, mirando al cielo y preguntándose, de dónde y adónde.
Y de vez en cuando con algún mamporro que otro. Saludos.
Qué crueles somos los humanos con el mundo natural y, sobre todo, con los árboles. Los talamos sin que nos tiemble el pulso sin saber, o sabiendo que es peor, que ellos nos dan la vida proudciendo oxígeno, que han estado ahí durante generaciones, viendo pasar las estaciones y que de ellos surgen los libros, los pozos insondables de la cultura y el saber transmitido durante siglos.
ResponderEliminarPrecioso relato, amiga Ana.
Un beso
Querida Carmen. Me has hecho pensar que dentro de nada habrá por Béjar una personilla curiosa queriendo saber, intentando subirse a un árbol y haciéndose un chichón. Eso si no ha empezado ya.
EliminarLos libros nos enseñan tanto y valen para tantas cosas...
Gracias y un beso.
Leer bajo la sombra de ese fantástico árbol.
ResponderEliminarYo prefiero el libro en papel, tan bello y entrañable.
Tu escrito es precioso. Dulce y nostálgico.
Un beso.
Amalia, tú que eres tan soñadora y amante de lo bello no me extrañaría que también tuvieras recuerdos de ese tipo.
EliminarA ti.
Siempre hay un árbol al que volver y, por suerte, tu protagonista lo encuentra como siempre. A veces ocurre que el recuerdo de cómo era en la infancia no se ajusta a la realidad y sonreímos con cierta nostalgia... Mucho más si era capaz de encaramarse para escribir desde lo alto.
ResponderEliminarMe encantó tu relato.
Saludos y buena semana.
Si te fijas, lo de subirse a un árbol para leer poesía parece un poco incongruente. Pero yo fui bastante chicotot, como se dice en Cataluña. Los juegos de chicos me parecían mucho más divertidos que los nuestros.
EliminarMe alegra que te haya gustado, Pilar.
Pues mire, no diré que no sean prácticos los libros electrónicos. Permiten hacer todo tipo de señales y anotaciones, y hasta búsquedas, muy útiles en ciertos casos, además de ser prácticos en los viajes, si uno no puede llevar mucho equipaje. Pero aún así, sigo prefiriendo el papel. Ojalá me equivoque, pero visto el negocio editorial, y el cada vez menor número de librerias, (hace poco conocí el cierre de otra, y hace nada me enteré que en la famosa Lello de Oporto, que tuve oportunidad de visitar hace años, que ahora es conocida como la de Harry Potter, se paga por entrar a verla, y por tanto deber ser más un museo que una librería), visto todo eso, digo, parece que los aficionados al libro de papel, seamos especie en extinción, por mucho que el los días de Feria del libro se vendan muchos para decoración de muebles y estanterías, en más de un caso, me temo.
ResponderEliminarSaludos.
De "lletraferida a lletraferit", diré que siento en el alma cada vez que una librería cierra, o un quiosco de prensa, una editorial o un distribuidor. Que me iría arrugando en un rincón hasta desaparecer si me faltaran los queridos compañeros que están conmigo desde niña.
EliminarY que sigo leyendo. Y escribiendo las primeras ideas que ponen en marcha el motor, todo lo que me conmueve y doy de sí, siempre sobre papel.
Pero pienso que si desde los orígenes el hombre ha sido capaz de ir adaptándose al medio cambiando los soportes, quien tenga algo que decir lo hará del modo que sea, igual que el lector seguirá su huella para compartirlo, amigo DLT.