Atreverse a tocar el tambor, frente a la
Expresión popular vietnamita
-¡Maldita ,
maldita y maldita sea!
-Igual que en Viena -pensó. Estaba en Tortosa y se veía sintiendo la misma indignación que había experimentado en la catedral de Viena el año anterior por motivos similares-. Hay que fastidiarse -se dijo-. No era esto lo que yo tenía en mente cuando deseaba que Europa nos conociera.
Entre la penumbra de la nave central, la catedral de Santa María mostraba generosamente sus tesoros a quienes se aventuraban a pasear en esa hora asesina de la siesta. Gorritas en la cabeza, pieles mostrando miembros enrojecidos y peludos asomando de camisetas y shorts.
El mochilero respetuoso aguzó el oído. No eran imaginaciones suyas. El ultrasonido de lengua árabe pasaba bordeando el soberbio coro del siglo XVI tallado en roble y daba un quiebro sobre la pila bautismal regalada por el Papa Luna desde Peñíscola.
El eco era árabe, ciertamente, por algo el templo
tenía la misma orientación que la mezquita mayor. Más que rezos eran lamentos, por el poco respeto que aquellos ignorantes llegados desde islas lluviosas profanaban con sus alpargatas ruidosas y sus risas el recogimiento de los fieles.