Vivía el escultor Enric Monjo (1) en la selecta zona barcelonesa de Pedralbes, frente al monasterio, cuando Josep Mª Subirachs entró a trabajar en su estudio a los 15 años. Aún no
había realizado Monjo las grandes obras para el First
National Bank de Nueva York ni
las imágenes para la catedral de Washington, que lo convertirían en una figura del
panorama artístico internacional. Pero ya era un personaje de peso, bien
relacionado.
Catedrático en la Escuela Superior de Bellas Artes, ultimaba por entonces una serie de
piezas encargadas por el Monasterio
de Montserrat. Dejando aparte que el estilo del maestro pudiera o no
interesarle, para el joven Subirachs proveniente del mundo obrero recién
salido de una guerra que había dejado la ciudad agotada por la escasez, las
fiestas y el ambiente lujoso de que gustaba rodearse el renombrado escultor de
la parte alta de Barcelona, provocaban en Josep
Mª un rechazo que le hacía
trabajar a disgusto.
Aunque esa circunstancia
acabó siendo sólo un problema menor, en el angustioso conjunto de situaciones
que llegaría a sufrir allí el aprendiz de artista.
Josep Mª Subirachs trabajando en el taller de Enric Monjo, 1942-1947. (JMS) |
En el taller, posando en el centro con dos compañeros (JMS) |
El aprendiz Subirachs en el taller de Monjo. A la izquierda, el artista plástico Martí Sabé (JMS) |
El escultor Enric Monjo Garriga con una de sus obras. (MuseoVilassarMar) |
Publicado en Gaudí
y Más. 30 noviembre 2014
Al principio de conocernos y antes de
sincerarse en las conversaciones mantenidas para el presente libro, Subirachs me habló de pasada sobre el citado escultor, describiéndolo como un hombre con modales distantes que se paseaba con
altivez entre los trabajadores, tocado por igual con una boina roja y un mal
humor constante.
Más adelante, añadiría que ese mal humor
lo filtraba Monjo en línea recta hasta el encargado, un
tipo cruel que maltrataba con gritos e insultos continuos a los aprendices que
se afanaban en un trabajo que poco tenía de artístico. Recordaba Subirachs que la mayor parte del tiempo tenía la sensación de estar en una fábrica.
Barría, fregaba, cargaba con pesos
desmesurados para su cuerpo adolescente de una posguerra mal alimentada. Traía
agua, hacía recados. En alguna ocasión, el aspirante a escultor sí trabajaba en
lo que había dirigido sus pasos hasta allí, picando piedra, puliendo y limando
piezas. Pero siempre agobiado por el mal tono de la convivencia laboral vivida
desde las ocho de la mañana hasta las siete de la tarde, con media hora de
descanso al mediodía para comer lo que su madre le ponía en la fiambrera.
El optimismo inicial que conllevaba
aprender junto a una firma reconocida fue perdiendo fuerza, la realidad se
imponía. Económicamente tampoco avanzaba, porque la filosofía de Monjo era que
el paso por su taller prestigiaba el currículum de cualquier aspirante a
escultor y eso ya era suficiente pago, así que Subirachs seguía cobrando poco
más del importe de los viajes. Porque ahora el gasto en transporte se le había
duplicado, ya eran cuatro los tranvías que debía tomar, dos a la ida y otros
dos a la vuelta, por lo que debía levantarse a las cinco de la mañana para
llegar puntualmente a las ocho al estudio de Monjo.
Un tranvía lo llevaba desde su casa de la
periferia Este hasta el centro de la ciudad, para tomar allí un segundo
tranvía que acababa dejándolo en su destino. Un estilo de vida fabril
cercano al que Xavier
Benguerel describía en su
novela Icaria, Icaria,
asoma en los siguientes recuerdos de Subirachs:
–Enric Monjo se colocaba detrás de
cualquiera de los aprendices mientras trabajábamos. Nos observaba, nos espiaba.
Se hacía notar por su fuerte respiración que lanzaba aire contra nuestra nuca,
algo muy desagradable que intimidaba y amedrentaba. Si el trabajo que hacíamos
no era correcto armaba un escándalo impresionante. Pero si lo hacíamos bien, al notar su presencia y su aliento muchas veces
acababa pasando lo mismo porque nos poníamos nerviosos y nos equivocábamos. Las
explosiones de genio de aquel hombre eran terroríficas y nos dejaban
petrificados.
Y más en el caso de Josep Mª Subirachs, porque con
él, Enric Monjo disponía de un plus añadido de
presión. Puede que el personaje detectara pronto el talento del joven ayudante
y para no dejarlo escapar intentara retenerlo a su lado con la mediación
inocente del padre del chico, prometiéndole, dándole a entender, que al no
tener Monjo hijos propios, el heredero de todo su patrimonio y sus contactos
podría ser Josep Mª Subirachs.
Este detalle enfrentaba sordamente al
chico con sus mayores. Soportaba el mal trato del maestro porque sabía que sus
padres estaban ilusionados con las promesas de un futuro importante para él y
no podía esperar que comprendieran el alcance de la situación real, por lo que
posiblemente nunca les dijo con claridad lo que estaba viviendo. La pintora
Mercé Vallverdú, estudiante de la
Llotja y su confidente, a quien Subirachs se refería a menudo como "la mujer a quien tanto quise" y "mi primer amor", junto al artista plástico Françesc
Torres Monsó, otro antiguo estudiante de Bellas Artes que también trabajaba en
el estudio de Monjo, fueron testigos del sufrimiento de su compañero. Una como amiga que corroboró el episodio, el otro como testigo
presencial cuyas palabras transcribo textualmente, así me trasladaron el
alcance del mal trato:
– El tío (Monjo) era un mal parido de mucho cuidado y nos trataba mal a
todos por cualquier tontería -contaba Torres Montsó en 2007-. Entre otras muchas cosas era un déspota. Y un
maniático enfermizo de la limpieza. En su estudio tenía dos salas, una en la
que se trabajaba y otra reluciente como si fuera un escenario, con un pedestal
y una pieza a medio hacer tapada con un paño limpio, que era donde llevaba a
los visitantes diciéndoles que él trabajaba allí. A mí me pasó, que un día
viniendo de donde hacíamos los vaciados en yeso entré en su estudio personal y
dejé por allí alguna huella. Algo mínimo, pero me armó un escándalo
impresionante. Pero conmigo nunca llegó al trato que le daba a Subirachs,
quizás porque sabía que mi carácter era otro y me hubiera liado a
puñetazos con él. Porque con Subirachs no se privaba de nada, ¿eh? lo insultaba
por todo lo alto. ¿Como de alto? De Hi...de P... para arriba...
Una postal de Enric Monjo en la que aparece, como contaba Torres Monsó, el pedestal y un busto en ejecución. (tododcoleccion.net) |
A finales de 1947, un día como muchos otros en que
el futuro escultor de la
Sagrada Familia soportaba una vez más el maltrato verbal de
Enric Monjo, gritándole que no era más que un “picapedrer”, algo muy serio debió
pasar por la mente del joven para hacerle tomar una decisión que dejó perplejos
a sus compañeros.
Mientras Monjo voceaba histriónicamente sus
insultos, Subirachs empezó a depositar en el banco de trabajo las herramientas
que utilizaba en el taller. Lentamente separó las que eran de su propiedad, se
levantó de su silla sin mirar al jefe y con toda la seguridad que fue capaz se
dirigió hacia la percha donde guardaba la ropa. Se despojó del guardapolvo, lo
cambió por la chaqueta y ante la mirada atónita del hombre importante que se
había quedado mudo observando su reacción, y el silencio del resto del personal
que no daba crédito a lo que estaba pasando, envolvió sus herramientas propias
en el guardapolvo. Y con el hatillo en la mano salió de aquel estudio sin
volver la vista atrás. –Lo
hice con naturalidad, como aquel que va a "pixar" (2) y luego vuelve –contó J.M.S.–.
Pero yo no volví.
Una vez en la calle, parado y tomando
aire por el estrés vivido en aquella situación límite, le acometió una fuerte
congoja por haberse quedado sin trabajo y por el desengaño que iban a sufrir
sus padres cuando les contara, que lo que ellos creían una gran suerte para su
hijo según les había dicho Monjo, aquella oportunidad de su vida, nada tenía que ver
con la realidad. Era 1947, Subirachs
tenía 20 años y estaba muy lejos de saber
que aquella renuncia suya iba a resultar providencial en su carrera.
Con semejante experiencia no es de
extrañar que cada vez que José Mª Subirachs se haya referido a esa época pasada
junto a Enric Monjo, lo haya hecho tocando el tema de refilón. A quien no conozca ese pasaje de
su vida la actitud le resultará curiosa, pues en el taller de Monjo fue donde
el estudiante de Bellas Artes aprendió los recursos profesionales y
conocimientos técnicos para dominar las claves del oficio, además de ocuparle
una franja de edad –desde los 15
a los 20
años– decisiva en la vida de cualquier persona.
Pero lo que vivió allí, la forma de
salir de aquel trabajo, lo instaron a dejar en blanco esa página de su
biografía. – No me
interesaba nada Monjo, ni la obra de Monjo–, fueron sus palabras exactas
cuando abordamos por primera vez ese pasaje de su biografía. De ahí que siempre
que se ha referido a “su
maestro” no hablaba de los cinco años que pasó junto a aquel escultor de triste recuerdo, sino al poco
tiempo que colaboró y aprendió en el estudio de Enric Casanovas (3) situado en el barrio de Horta, donde entró poco después
de dejar su empleo anterior.
Casanovas regresaba en 1943 a Barcelona desde su
exilio de cuatro años en Francia y las penalidades pasadas en nuestra
guerra seguían con él, deteriorando su salud. Aún así, volvió a su lugar
de origen montando un estudio de escultura donde Subirachs encontraría ese
ambiente de trabajo que tanto deseaba. Con el añadido de provenir los dos del mismo barrio, el Poble Nou, por su cercanía espiritual este escultor sí dejó una honda huella en el joven artista, que siempre lo recordaría.
Su amistad y colaboración no pasó de unos meses. Pero tras la muerte de Casanovas, muy sentida por Subirachs, éste debutaría ante los medios con una conferencia en el homenaje póstumo que se le tributó al maestro atrayendo con ella la atención de la prensa. Poco después llegaría su primera exposición en solitario.
Ahora sí, la carrera del nuevo artista se abría camino (4).
Su amistad y colaboración no pasó de unos meses. Pero tras la muerte de Casanovas, muy sentida por Subirachs, éste debutaría ante los medios con una conferencia en el homenaje póstumo que se le tributó al maestro atrayendo con ella la atención de la prensa. Poco después llegaría su primera exposición en solitario.
Ahora sí, la carrera del nuevo artista se abría camino (4).
Ana Mª Ferrin
(1) Enric Monjo (1895-1976) fue un reconocido escultor de Vilassar de Mar, Barcelona, discípulo de Josep Llimona y Eusebio Arnau, con una valorada carrera internacional y variados registros académicos. Su obra se encuentra en los principales enclaves de la ciudad, Plaza de Sant Jaume, Plaza de Cataluña, etc.
En su villa natal puede contemplarse una parte de su trabajo en el museo de su nombre.
Museo Enric Monjo. Vilassar de Mar.
C/. Camí Ral, 30
08340. Vilassar de Mar. Barcelona
Telf: 93 759 36 39
http://www.vilassardemar.cat/directori/equipaments/museu-monjo http://www.vilassardemar.cat/directori/equipaments/museu-monjo
(2) En castellano: orinar.
(3) Enric Casanovas (Barcelona, 1882-Id.1948), fue un escultor adscrito al Noucentisme, con un personal estilo mediterráneo muy marcado. Entre 1904 y 1913 pasó largas temporadas en París relacionándose con otros artistas de su generación, entre ellos Pablo Gargallo y Picasso. Su encuentro con Torres García le proporcionó una serie de contactos europeos.
(3) Enric Casanovas (Barcelona, 1882-Id.1948), fue un escultor adscrito al Noucentisme, con un personal estilo mediterráneo muy marcado. Entre 1904 y 1913 pasó largas temporadas en París relacionándose con otros artistas de su generación, entre ellos Pablo Gargallo y Picasso. Su encuentro con Torres García le proporcionó una serie de contactos europeos.
Sus
obras se encuentran en diversos museos, así como en lugares públicos de
Mallorca, Barcelona, Sitges y Figueras entre otros. Durante la Guerra Civil estuvo
al cargo del Servicio de Recuperación Artística en el bando republicano y tras
su exilio en Francia retornó a Barcelona en 1943.
(4) Episodio con la historia completa, en el libro El Tacto y la Caricia. Subirachs, de Ana Mª Ferrin. Reseña y primer capítulo:
Me imagino que con el paso de los años, aquella ingrata experiencia con aquel explotador, que más parecía un negrero, la guardaría el escultor en el desván de los recuerdos, para orearla solo en contadas ocasiones, siempre que conviniera rememorar sus tiempos de aprendizaje, muy duros sin duda, pero también necesarios para sentar las bases de sus trabajos posteriores.
ResponderEliminarUn saludo.
Uno es la suma de sus experiencias y ésta, desde luego, debió volverlo más fuerte. Aunque aquellos años de humillación se le quedaron ahí, guardados, como esas heridas que aunque pase el tiempo, si las tocas, duelen.
EliminarSaludos
Interesantes episodios de juventud, donde el artista demuestra su dignidad, ante una situación intolerable, que se alargaba mucho en el tiempo, hasta que, a la edad justa, la de la afirmación de la personalidad, hizo lo que debió, y que no todos saben hacer. Su señorío también es de señalar. Jactarse después de lo hecho hubiera sido vanidoso.
ResponderEliminarUn saludo.
Si echamos la vista atrás, que vulnerables son esos años. Nos faltan las herramientas de defensa que vamos adquiriendo con la experiencia. Pero él no lo hizo mal, aunque la angustia le duró un tiempo.
EliminarSaludos
Edad difícil y en la que se aprende y se siente con la rapidez. La timidez de Subirachs debió de atraer aún más las iras de ese maestro exigente y de mal humor, y así no es de extrañar que un día hiciera el petate y se marchara de allí para pasmo del propio Monjo, que no hubiera pensar que aquel aprendiz pudiera desligarse de su tutela escultórica. Es posible que la decisión fuese la correcta, pero eso Josep Maria no lo sabía. Quizás con ella se le cerraban muchos caminos, pero mejor marcharse que aguantar la tiranía.
ResponderEliminarUn beso
Creo que todos nos habremos encontrado alguna vez algún impresentable de ese tipo, aunque lo del tal señor fue superlativo. Lo que dices sobre la decisión de Subirachs es la clave del asunto. Porque él se dio cuenta luego, de que su decisión podía haberle cerrado todas las puertas por la gran influencia del “maestro”. A menudo me han dicho que Subirachs fue muy elegante por no dar a conocer el episodio cuando ya era famoso, pero opino que su mejor venganza fue que el antiguo escultor, que murió en 1976, fue testigo de su éxito y hasta se cruzó con él en algún acto donde Subirachs era la figura.
EliminarA ver quien mejora eso. Besazos.
Subirachs, además de buena persona debió tener una gran personalidad para que las mezquindades de su maestro inicial, en una etapa de su desarrollo tan peligrosa como el paso de pubertad a juventud, no dejase una huella indeleble. La denominada enseñanza práctica, en muchas ocasiones, es impartida por quien, a pesar de saber el manejo de la utillería del oficio, no posee capacidad de maestro, ni pretende enseñar sus secretos a los demás, Sospecho que Subirachs, en esos años en los que aprendió a manejar herramientas, lo debió hacer fijándose en el trabajo de los discípulos y pocas veces del maestro. Su gallardía fue asombrosa para la época y luchar solo y ganar una gran hazaña para bien de todos los que le admiramos. Como siempre, Ana María, un claro e inolvidable artículo que releeré con satisfacción.
ResponderEliminarUn cariñoso abrazo, querida Anamaría.
Lo has detectado muy bien. El “maestro” jamás le enseñó nada. En aquella línea fabril de montaje escultórico, aprendían unos de otros, desarrollando cada uno su talento, Porque ahí sí fue un fenómeno el citado señor. Por su cargo de autoridad en Bellas Artes, sabía atraerse como operarios de su taller a los estudiantes que más talento tenían. Eran tiempos de posguerra y el hambre primaba. Resulta asombrosa la lista de buenos artistas que pasaron por su obrador y luego serían nombres conocidos.
EliminarUn cordial saludo, querido amigo.
Inmensa lección la de mi amigo y recordado Subirachs, creo que el maestro terminó aprendidendo del alumno. La dignidad de Subirachs, el silencio elocuente, son los mismos que transmite en sus esculturas, un canto en bronce y piedra que desde el silencio del material llama a crecer humanamente en la belleza y en el ser humanos.
ResponderEliminarGracias por acercarse a este cuaderno y por el comentario.
ResponderEliminarY si es usted el escultor de "Dante", Felicidades por su trabajo.
Muchas gracias, soy el escultor de "Dante" y gracias por este cuaderno.
ResponderEliminarReitero lo dicho. Saludos para usted.
EliminarY un recuerdo para los chinchulines y matambres del mercado de Montevideo y la belleza de Punta Ballena.
Ah muchas gracias conoce nuestra comida típica y Punta Ballena donde vivió sus últimos años Margarita Xirgu
EliminarTengo amigos en Libertad y Montevideo que vivieron en Barcelona y por ellos fui a conocer el "paisito".
EliminarSólo estuve esa vez. Y no he olvidado su tierra ni su gente.
Saludos.
gracias . ya volverá si DIOS quiere a visitarlo
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