A ti que buscas la soledad,
este cuentecito verídico
de puro horror
RELATO
Original de
Ana Mª Ferrin
R.P.I.
-¡SEVERINO!
-¡¡¡SEVERINO!!!
-¡Severino, ven aquí!
-¡Severino, no
te escondas que te veo!
-¡Severino, como tenga que ir a buscarte, te
acordarás de mí!
-¡¡¡SEVERINO!!!
ES-PE-LUZ-NAN-TE, MAMÁ
Desde su posición repantingada en la hamaca del porche, Patricia oyó salir de la casa que habitaban en la parcela trasera a la mamá vecina y su niño, escuchando sus pasos rápidos por la grava del camino.
La furia de la mujer se apreciaba en sus
palabras entrecortadas. Le faltaba el aire:
-¡Severino!... ¡Ahora sí!... ¡Ahora... te vas... a... enterar!
Por el forcejeo y el posterior alarido, a Patricia
no le quedó ninguna duda de que esta vez, por fin, Severino se había enterado.
Mirándose los pies llegó a la conclusión, por el
brillo, de que ya se le había secado el esmalte de uñas. Se quitó los algodones
que separaban los dedos, se echó un rizo de crema hidratante en cada pie, y sin
incorporarse, haciendo gala de una gran flexibilidad empezó a darles un masaje
con lentitud, suave, tranquilamente..
-Madre, que tarde estoy pasando. A la
fuerza ésto tiene que ser pecado.
Treinta euros había pagado en el spa de la urbanización. Era un dinero. Pero ni que hubiera costado el doble, o el triple, le hubiera parecido caro.
Puso un poco más alta la música de Vinicius de Moraes.
El poeta presentaba la siguiente canción del cedé. Contaba cómo una tarde de total vagabundaje por la playa de Itapuá con la misma laxitud que ella sentía en ese momento, los dos genios, Vinicius y Toquinho, viendo atardecer sorbiendo una cachaçita pudieron componer algo tan bello. Debía ser cualidad de dioses poder transmitir a alguien la plena sensación de bienestar como ahora lo estaban haciendo con ella los brasileros.
Puso un poco más alta la música de Vinicius de Moraes.
El poeta presentaba la siguiente canción del cedé. Contaba cómo una tarde de total vagabundaje por la playa de Itapuá con la misma laxitud que ella sentía en ese momento, los dos genios, Vinicius y Toquinho, viendo atardecer sorbiendo una cachaçita pudieron componer algo tan bello. Debía ser cualidad de dioses poder transmitir a alguien la plena sensación de bienestar como ahora lo estaban haciendo con ella los brasileros.
Lástima que nunca le hubiera interesado rimar queso con beso, o algo así, porque si no, de esa
tarde a solas empleada en mimarse entre chorros y burbujas, podían haber brotado versos sublimes. Pero aún sin ser consciente, la creación la tenía atrapada por otros caminos. Distraída, cogió la cámara que reposaba sobre la mesita, enfocó las crestas de la cordillera litoral cuajada de nubes y disparó.
La familia se había ido al cine del pueblo a
las cuatro. Entre fregar platos y guardarlos, poner dos lavadoras y recoger
ropa del tendedero, ya había pasado una hora. Pensándolo bien no había sido
tanto tiempo el que le había quedado para el disfrute. Unas dos horas todo lo más.
Pero eran tan escasas en su vida las ocasiones de sosiego total...
Por efecto de una leve corriente de
viento, los visillos del chalet ondularon y desde su hamaca en el exterior
visualizó a través de los cristales el resultado de aquella tarde de limpieza. Le había
quedado una obra digna de figurar en el ¡Hola!
Muebles lustrados, suelos barridos y fregados. Los
asientos y respaldos volvían a lucir fundas lavadas a primera hora y vueltas a
colocar, así como los cojines se veían perfectamente alineados con sus colores
conjuntados. Le había dado un baldeo a todo. No se habían salvado el polvo del
paso del aspirador, ni las copas de sumergirse en el fregadero, una a una, con
lavavajillas. Por ventanas y puerta le llegaba ese perfume a limpio que sólo se
logra después de haberse dejado algún riñón entre estropajos y bayetas.
El
cansancio y la satisfacción se habían aliado para proporcionarle una sensación
de confort.
Estiró el brazo hasta la mesa plegable para dejar el mojito. Tras haber saboreado más de la mitad de un trago volvió a su posición anterior, la de tumbada boca arriba oyendo sólo la bossa-nova, arrullada por las hojas de morera en su balanceo al compás del aire.
Estiró el brazo hasta la mesa plegable para dejar el mojito. Tras haber saboreado más de la mitad de un trago volvió a su posición anterior, la de tumbada boca arriba oyendo sólo la bossa-nova, arrullada por las hojas de morera en su balanceo al compás del aire.
Divino. Arrastró los talones por la lona de la hamaca
hasta acercarlos a su trasero mientras con las manos apoyadas en las rodillas seguía el ritmo de la canción, lentamente, ajena a las voces ajenas. Oyendo tan sólo a terra toda a rodar, con la mirada perdida no encontro de céu e mar desde su
soberbio observatorio junto al faro de Tossa de Mar. Sin modificar su postura cogió el
cepillo del neceser y empezó a pasarlo mecánicamente por su pelo, acunada en las olas mediterráneas.
UM VELHO CALÇÃO DE BANHO,
O DÍA PRA VADIAR
UM MAR QUE NÃO TEM TAMANHO,
E UM ARCO IRIS NO
AR.
E NOS ESPAÇOS SERENOS,
SEM ONTEM NEM
AMANHÃ,
DORMIR NOS BRAÇOS MORENOS
DA LUA DE ITAPUÃ
OUVIR O MAR DE ITAPUÃ,
FALAR DE AMOR EM ITAPUÃ...
-¡Severino!
-¡Severino!
-¡¡Severino que te arreo!!
Dos gritos del niño vecino rasgaron y sellaron el espacio acústico en que Patricia reposaba.
Volvió la calma.
Siguiendo
el balanceo de la música, peregrina de belleza, cerró los ojos y un cuento empezó a tomar cuerpo en
su pensamiento:
Entre meteoritos y estrellas, el
agua, el aire, buscaban un lugar para el fuego, hasta que al final lo hallaron
en el corazón del hombre, ¿dónde si no?...
Perdida en el vaivén de sus nubes, no lo oyó al
principio.
Hasta que un chirrido y el sonido metálico de la
puerta de un coche al cerrarse la devolvieron a la realidad haciéndola incorporarse apoyada en un codo. Una llave girando, el silbido de un mando
electrónico, el clic cerrando. A continuación, unos
pasos lentos acercándose por la grava hacia ella. El pecho se agitó en su
pecho... Toc toc, toc toc, ¿Sería?...
Pequeñas gotas de sudor empezaron a rodar como
aceite por sus sienes. Apretó con fuerza los brazos de la tumbona. Los ojos se
le dilataron, -No, no, ahora
no, por favor...
Sintió que su interior gritaba, paralizada por el
terror.
Fue
en vano.
El manantial transparente de la imaginación se
detuvo.
Fugaz como un colibrí, el tiempo se escurrió entre las grietas del aire sólo con oír el coro que le hacía la más espeluznante de las preguntas:
̶ Mamá, ¿Qué hay de cena?
Ana Mª Ferrin
Ana Mª Ferrin
Tras un breve paréntesis de relax y ensoñación, al final la prosaica realidad vuelve a imponer su dictadura.
ResponderEliminarUn saludo.
Y el humor que no falte, amigo. Cuántas veces no habremos soltado el libro o la pluma en lo mejor…
EliminarMuy bueno, Ana. El terror puede estar más cerca de la rutina diaria que de los relatos de Stephen King. Un momento de relax sublime se puede desvanecer con el más duro peso de la realidad que podamos imaginar.
ResponderEliminarUn beso
Nada produce más angustia que las situaciones cotidianas donde se aprecia el mal enmascarado de normalidad.
EliminarOtro para ti
Lo sugerido. Lo leído entre los renglones que, aparentemente tranquilos y cansinos, se deslizan por un nada-hacer que se balancea en el húmedo y tórrido calor que atraerá la maldita sensación del mal. Lo cotidiano es roto, partido por posibles hechos que ocurrirán, ¿ocurrirán o los creará el lector? Mucho mejor crearlos en la continuación de la sugerencia iniciada, este terror soterrado que exprime el ánimo.
ResponderEliminarMi sincera enhorabuena.
Un cariñoso abrazo, querida amiga Anamaría.
Ocurrirán y pronto. La idea era dejar que el lector empezase a imaginar posibles continuaciones, tantas como pares de ojos pasen por el texto y capten la intención, querido Antonio.
EliminarUn relato que me ha gustado mucho ........ un tanto familiar para mi
ResponderEliminarCon un fuerte abrazo . Feliz fin de semana
Deseo que la familiaridad te venga por la parte amable del relato, querida María.
EliminarUn beso
¿Cómo no he podido darme cuenta de lo que iba a pasar leyendo la dedicatoria? ¿Porque en las historias de terror nunca sucede lo que se espera?
ResponderEliminarPero lograr que así sea hay que saber hacerlo.
Un saludo, amiga mía.
La historia empieza con la cadencia de una bossa-nova, relajada, en paz. El reino del bienestar. Y ahí acaba. A ver si sabemos continuarla.
EliminarPor cierto, ¿Qué tal los calores?