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Sant Quentin S-S - copia "SAN QUINTIN sur Sioule" Auvernia, Francia. Lugar de los antepasados de Antonio Gaudí.



(2/2) CERRADURAS DE SEGURIDAD





RELATO

2ª Parte

Original de
Miguel Ángel Frechilla Alonso

1er  Premio XIV Certamen de 
Relatos Cortos de la UPSA
Palencia


Continúa...

                             El final de la noche trajo de la mano una madrugada clara, ausente de nubes; todo hacía presagiar un día soleado como advertencia de la primavera inmediata. Su estrategia pasaba por tener más información de esa especie de propiedad inmobiliaria virtual que el destino había puesto en sus manos. Para ello consideró que la mejor manera de observar sin llamar la atención pasaba por sentarse en la acera de enfrente a pedir limosna; como un indigente más, con un texto precario en el que advertía por igual de sus carencias y necesidades, adoptando media docena de hijos que nunca tuvo, esperó la caridad de las buenas gentes. 

Observó que tres ventanas contiguas del segundo piso permanecían cerradas mientras que las otras dos series de luminarias que completaban la planta vestían cortinas unas y las otras, por un rato, permanecieron abiertas. También los pisos primero y tercero daban signos de vida, en el de arriba una mujer mayor se entretuvo mirando el cielo, del más próximo a la calle, si prestabas atención, procedía una música apenas perceptible.


...A sus colegas del albergue les contó... (*)

LA MAÑANA FUE AVANZANDO...

Publicado en Gaudí y Más. 16 de enero de 2016


                      Del portal salieron a intervalos irregulares un individuo con una cartera de mano que continuó por la misma acera hasta perderse en la confluencia con una calle perpendicular. Una señora acompañando a dos niños con uniforme colegial; por la edad de la mujer bien podía tratarse de una mamá madura cuyos hijos serían fruto de una relación tardía, como era cada vez más habitual en una sociedad que prioriza el trabajo y la autonomía femenina. Una chica que quizás se dirigiera a un instituto o a uno de los primeros cursos de facultad, y otro caballero que volvió al poco rato llevando unas barras de pan mientras leía la cabecera de un periódico.

La mañana fue avanzando y la puerta solo se abrió para permitir la entrada del cartero y poco después la de un repartidor de Mercadona, quien, a tenor del volumen de la mercancía que llevaba, debía dirigirse a un piso que albergaba una familia numerosa. También un matrimonio de octogenarios de andar cansino, obligados a un diario paseo terapéutico y que regresaron al cabo de una hora. Nada más varió la tranquilidad de aquel portal hasta las dos del mediodía, con la actividad propia de los que retornan a la hora de la comida. Los niños acompañados esta vez de una señora más joven, seguro que esta sí es la madre, como probablemente quien les llevaba esta mañana fuera una joven abuela que ayudaba en el cuidado de los nietos mientras los padres de estos trabajan. En el cuenco de las ayudas altruistas cuarenta y tres céntimos, una vez descontado el euro y veinte céntimos que puso él a modo de reclamo.

La tarde transcurrió con un comportamiento semejante por parte de los vecinos que ocupaban el edificio, de manera que a partir de las nueve, y salvo la chica del instituto que regresó a casi las once de la noche, nadie hubiera supuesto un peligro de haber intentado acercarse al “2º B”. Durante la que bien podía ser la última noche de estancia en la nave almacén de las afueras de la ciudad, ultimó los detalles de la ocupación que decidió intentar al día siguiente.

Pasadas las diez de la mañana, con un simulacro de paquete en la mano para entregar a un imaginado destinatario a manera de salvoconducto que justificase su acercamiento al piso elegido, se introdujo en el portal con la probada llave; evitó el ascensor subiendo por la escalera y llamó al timbre. El impertinente sonido se escuchó claramente desde el acceso a la vivienda sin que recibiera contestación alguna; insistió pulsando de manera intermitente y continuada hasta tres veces, esperando el tiempo necesario para confirmar la ausencia de cualquier persona al otro lado de la puerta. A pesar de las indicaciones de un corazón desbocado que le invitaba a salir huyendo, introdujo la llave especial en la cerradura. Con suavidad inesperada, una, dos vueltas y un empuje final para liberarla del pestillo y la entrada quedó franca. De las entrañas le llegó el aviso: las pulsaciones habían aumentado.

Buscó el interruptor sin encontrar respuesta, pese a todo entró, cerró la puerta y encendió la pequeña linterna que llevaba preparada. Entre sombras encontró el cuadro de la instalación eléctrica, con precaución subió el interruptor general y la estancia se llenó de luz mortecina proveniente de una sucia lámpara de cristal con la mitad de las bombillas inoperantes, poniendo en evidencia la pesada tela adamascada que vestía las paredes. Silencio absoluto, olor a cerrado y humedad.

Una inspección inicial de forma precipitada. Una, dos, tres habitaciones y un amplio salón con un antiguo televisor de buen tamaño, todos ellos atestados de muebles de otra época; por supuesto tampoco faltaba la cocina y un baño. Comprobó que todas las persianas estaban bien cerradas, con las láminas que las conforman pegadas unas a otras de manera que no permitían el paso de la luz y por tanto garantizaban que, llegada la noche, nadie advertiría su presencia. Solo la ventana del aseo carecía de persiana lo que de inmediato le llevó a ser riguroso consigo mismo; con la navaja multiusos desconectó un cable del interruptor, de esta manera ni por error o descuido se podría hacer uso de la electricidad en este espacio. También y por el mismo motivo cerró la llave del agua que alimenta la cisterna.

Hizo balance de existencias y tomó nota mentalmente de lo que necesitaba. Volvió a inspeccionar cada una de las habitaciones deteniéndose en observar los pequeños detalles y objetos que contenía, tratando de averiguar las características de los últimos ocupantes, del tiempo que llevaba deshabitada por la existencia de algún calendario, probando la calidad de los colchones y si podía contar con la silenciosa complicidad de sus muelles.

La cocina también fue objeto de prohibiciones inapelables; lo que más le importunaba era no poder utilizar el frigorífico, se trataba de un modelo antiguo que probablemente haría mucho ruido cada vez que entrara en funcionamiento, también recordó una escena de una película en la que advertían la presencia de intrusos por el tintineo de las botellas cada vez que habrían la puerta. En cambio no observó peligro en utilizar con moderación los fogones, siempre que los efluvios culinarios no le terminaran delatando.

Con la misma precaución abandonó la casa una hora después de haber tomado posesión de ella. Volvería bien entrada la noche. La cena, que se le antojaba deliciosa, estaría amenizada por algún programa de una televisión a muy bajo volumen. No recordaba cuanto tiempo había transcurrido desde la última vez que durmió en un colchón, desnudándose previamente, cobijado entre sábanas, arropado por un cálido edredón.

A sus colegas de albergue les contó que había conocido a una mujer, habían intimado y ella le había pedido que se trasladara a su casa donde podrían vivir juntos, como hombre y mujer, como amantes. Con tal afirmación no pretendía despertar la envidia de sus compañeros, sí le motivaba adquirir un grado de consideración que siempre le había sido negado; ni en las virtudes, ni en los defectos, fue nunca un referente para nadie. Con el traslado se le ofrecía la oportunidad de cubrir con cierto misterio el recuerdo que de él conservarían los demás.

Enseguida hizo de su vida en el nuevo domicilio una rutina confortable. Por el día permitía que la luz del sol y el aire entraran a través de unas rendijas logradas a base de mover ligerísimamente las persianas; salía a las tres y media de la tarde, cuando todos los vecinos estaban sentados a la mesa o dormitando en sofás parecidos al suyo. Paseaba por lugares que despertaban su interés, no como antes que el no tener donde ir le obligaba a callejear sin rumbo la mayoría de las veces; ahora tenía un casa –un hogar le gustaba pensar- a donde volver en cuanto las circunstancias del tiempo o de la calle dejaran de interesarle. Caminaba despacio, con la cabeza levantada y moviendo incesantemente las llaves de su domicilio, escuchando el agradable ruido que hacían al chocar unas con otras. Cambió el llavero de plástico por uno metálico con forma de balón y en el que podía leerse: “2010 FIFA World Cup. South Africa”. Incluso se permitía recoger parte de la publicidad que atestaba el buzón, especialmente la referente a artículos para la mejora de la casa, e hizo planes para instalar una mesa de Ikea  bastante más funcional que la camilla en la que comía, hacía solitarios o leía. Disimuló unas marcas rectangulares en las paredes, dejadas por la ausencia de dos cuadros, con unas láminas de mares cálidos y cielos azules surcados por aviones con destinos exóticos. La idea de viajar siempre había sido otra de sus dolorosas renuncias.

Cuando menos preparado estaba para cambiar de vida, sintiéndose a resguardo de los rigores de la calle por mucho tiempo, una noche, al volver a casa después de haber asistido a una proyección cinematográfica subtitulada, dentro de un ciclo sobre el neorrealismo italiano, en un centro cultural con “entrada libre hasta completar el aforo”, le esperaba la sorpresa de una cerradura que no reconocía la llave que una y otra vez trataba de introducir. De inmediato aceptó la evidencia, alguien había cambiado la cerradura.

Vagó por las calles sin tener donde ir, con una sensación de frío en una noche que ya mediada la primavera se mostraba cálida aunque él no lo sintiera del mismo modo. Como un autómata, quizás porque su cerebro echó mano de los recuerdos, los pasos le encaminaron hasta la vieja nave que le sirviera de cobijo hasta hace solo unas semanas -¡parecía haber transcurrido un siglo!-. Pasó previamente por una estación que no reconoció, tampoco ella ni el señuelo de cafetería con licores a buen precio le reclamaron.


El rincón, que antes le pertenecía por derecho indiscutido, había sido ocupado por otros cartones que no eran los suyos. Alguno de los que allí estaban compartiendo cajas de vino barato y que recordaban con envidia su marcha, mostraron interés por su regreso, inquiriéndole por las razones que habían determinado su vuelta. De manera especial, con dobles intenciones, querían saber detalles de su relación con aquella mujer que durante un tiempo le había sacado de la calle.

Parco en palabras, inundado de tristezas, cansado hasta el infinito, se limitó a sentenciar: “¡Nunca he sido capaz de entender a las mujeres!”

El que parecía tenerle más afición al vino de cuantos allí estaban reunidos se extendió en una perorata que no quiso escuchar: “¡Excepto a la madre de cada uno, había que colgar a todas las tías! ¡Pero conmigo van listas, en mí no manda nadie, ni voy a dejar que ninguna organice mi vida!”

Y cuando el más veterano de los presentes, con el que más tiempo había convivido, trató de consolarle diciendo: “¡Que te quiten lo bailao hombre, te has tirado una temporada viviendo como un marqués y durmiendo calentito!” Él, de manera irrefutable, acomodándose definitivamente entre cartones sobrantes, a modo de buenas noches contestó: “¡Mes y medio! ¡Bueno, cuarenta y tres días para ser exactos!”


Miguel Ángel Frechilla Alonso
(*) Imagen  "Digresión filosófica" Edward Hooper


24 comentarios:

  1. El paraíso es lo que tiene, que no suele ser eterno.
    Digamos que fueron unas simples vacaciones.
    Un saludo.

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    1. Quien sabe si le sirvió de revulsivo y ahora lo tenemos instalado en otra casa, calentito y viendo la televisión muy bajita, muy bajita…

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  2. Los cartones fueron remplazados por un colchón que lo acomodó sus cuarenta y tres días, sigue siendo interesante.
    Un abrazo.

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    1. Hay tanta casa cerrada que sólo se ocupa unos días al año. Si sigue con las precauciones que nos relata el autor, igual el protagonista ha encontrado un modo de vida.

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  3. Olá Ana,
    Leio agora, neste segundo contato com Miguel Ángel Frechilla Alonso, a sua 2ª Parte, leitura esta que me aproximou mais um pouco da sua obra, até então desconhecida para mim.

    Trecho que destaco:

    “También los pisos primero y tercero daban signos de vida, en el de arriba una mujer mayor se entretuvo mirando el cielo [...]”

    Abraços.

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    1. Amigo Pedro, creo que poca obra más tiene el autor y que no hace tanto que decidió darla a conocer.

      A ver si se anima y nos cuenta algo de él y de este relato.

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  4. Lástima no haber podido prolongar su estancia. Pero quién sabe si un día habrá otras llaves para él, llaves para todos. Debería ser así, y no creo que sea imposible.

    Feliz comienzo de semana.

    Bisous

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    1. Afinando, afinando y poniéndome en su lugar, incluso se podría prescindir de la llave y encontrar otros sistemas para seguir viviendo bajo techo.
      Y final para usted, madame.

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  5. Hola Ana:
    Ya creo que la felicidad se la hace uno mismo. Seguro que habrá otras llaves. A veces dura más de lo que pensamos.

    Besos

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    1. Opino lo mismo. Seguro que habrá otras llaves, como en todos los órdenes de la vida.

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  6. Pues aquí está la respuesta a mi pregunta. La esperanza de una ilusión. De lo que se quiere eterno y es fugaz, la felicidad absoluta.
    Felicidades al Sr. Frechilla por su texto y a usted por elegir a Hooper para ilustrarlo.
    Un abrazo, Ana María.

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    1. La respuesta que yo tenía sobre lo que iba a conseguir con su acción, viviendo en Palencia, era sobre todo algo tan sencillo como refugiarse del frío en la cama con mantas de una casa normal. Eso ya me parecía algo grande.
      La felicidad no tiene para todos el mismo listón. Para él, pienso que poder dormirse con el recuerdo de esos días dignos, ya valió la pena.
      El mismo autor verá su mensaje. Otro abrazo, DLT.

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  7. Aunque no es mucho tiempo, por lo menos ha disfrutado de un mes y pico y ese recuerdo y esas sensaciones, le harán más llevadera esa frustración.

    Nunca se sabe , como, un día por una casualidad te cambia el rumbo , la vida es una caja de sorpresas.

    Un beso feliz semana.

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    1. Una visión positiva, Bertha. En la vida corriente desconocemos lo que debe significar un respiro así.
      Besos.

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  8. A veces el vivir alimenta lo por vivir.
    Abrazos y feliz de tu regreso

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    1. Hola, Alicia, qué cierto.
      Qué sería de los malos momentos sin el recuerdo de los buenos.
      Abrazos para ti.

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  9. Me imaginaba un final más feliz, pero de todas maneras el hombre tuvo sus días de gloria y los disfrutó al máximo, antes de volver a su triste realidad.

    Un abrazo.

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    1. Un cuento de hadas con final feliz le hubiera ido bien al protagonista. Pero me ha gustado lo prosaico de la resolución. El que a pesar de que creamos que nadie nos ve, siempre hay ojos, Rafael.

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  10. Por unos días pudo cambiar la triste realidad de su vida, y hacer realidad su sueño de tener un hogar donde cobijarse. Aunque quizá no era muy luminoso, para el que nada tiene, era un paraíso.
    Todos soñamos de vez en cuando con alcanzar la felicidad, pero la felicidad, son momentos...

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  11. Nuestro ideal occidental tiene unos mínimos y nos parece que por debajo de ellos no es posible vivir. Pero lo que podemos llegar a soportar con la ayuda de la imaginación no tiene límites, Mary Paz.

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  12. Miguel Ángel Frechilla21 de enero de 2016, 14:32

    Desde el principio quise escribir una historia de perdedores, poniendo el énfasis en los mínimos vitales que las circunstancias se empeñan en negar tantas veces.
    Me gustaba la idea de posibilitar algún momento de gloria al protagonista, tanto en lo que se refiere al hogar, como el que se pudiera reivindicar ante sus compañeros de penuria. Permitirle que fantaseara con la idea de ser un hombre de éxito.
    También quería mostrar la debilidad tan frecuente a la hora de justificar nuestros fracasos, buscando la manera de quedar eximidos de responsabilidad. En esta ocasión intentando pasar por el "macho alfa" que prioriza sus ansias de libertad e independencia antes que someterse a las veleidades de una mujer.
    y poco más...
    Agradecer a Ana María el que me haya permitido mostrar esta veleidad de escritor iniciático.
    Igualemente a los que me habéis leído y opinado de manera tan generosa.
    Un abrazo
    miguelángel frechilla

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    1. Sin duda has conseguido transmitir tu proyecto de hacer pensar, la odisea de tu Sin Techo es tan creíble que podemos identificarnos con él. De ahí que comprendamos su empeño en autojustificarse e intentar salvaguardar un punto de dignidad ante los colegas de infortunio. Siempre es preferible que te envidien a que te compadezcan.
      Así queda en el aire la idea de si repetirá la aventura, pero esta vez de veras romántica. De ahí… ¿Por qué no dejar ir a “la loca de la casa”? Mira que si se nos convierte en un gigoló y acaba en el Caribe… Anímate, Miguel Ángel. Y Enhorabuena

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  13. Es una experiencia que no va olvidar, esa llave puede que le sirva para otra ocasión, la vida puede sorprenderle en cualquier momento y sin buscarlo encontrar de nuevo esos recuerdos convertidos en realidad.
    Interesante historia .
    Saludos
    Puri

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    1. Pienso que si vives una experiencia así y logras salir de ella, nadie acabará contigo.
      Y en la importancia de la familia en los malos tiempos.
      Saludos para ti.

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