RELATO
2ª Parte
2ª Parte
Original de
Miguel Ángel Frechilla Alonso
1er Premio XIV Certamen de
Relatos Cortos de la UPSA
Palencia
Palencia
Continúa...
El final
de la noche trajo de la mano una madrugada clara, ausente de nubes; todo hacía
presagiar un día soleado como advertencia de la primavera inmediata. Su
estrategia pasaba por tener más información de esa especie de propiedad inmobiliaria
virtual que el destino había puesto en sus manos. Para ello consideró que la
mejor manera de observar sin llamar la atención pasaba por sentarse en la acera
de enfrente a pedir limosna; como un indigente más, con un texto precario en el
que advertía por igual de sus carencias y necesidades, adoptando media docena
de hijos que nunca tuvo, esperó la caridad de las buenas gentes.
Observó que
tres ventanas contiguas del segundo piso permanecían cerradas mientras que las
otras dos series de luminarias que completaban la planta vestían cortinas unas
y las otras, por un rato, permanecieron abiertas. También los pisos primero y
tercero daban signos de vida, en el de arriba una mujer mayor se entretuvo
mirando el cielo, del más próximo a la calle, si prestabas atención, procedía una
música apenas perceptible.
...A sus colegas del albergue les contó... (*) |
LA MAÑANA FUE AVANZANDO...
Del portal
salieron a intervalos irregulares un individuo con una cartera de mano que
continuó por la misma acera hasta perderse en la confluencia con una calle
perpendicular. Una señora acompañando a dos niños con uniforme colegial; por la
edad de la mujer bien podía tratarse de una mamá madura cuyos hijos serían
fruto de una relación tardía, como era cada vez más habitual en una sociedad
que prioriza el trabajo y la autonomía femenina. Una chica que quizás se
dirigiera a un instituto o a uno de los primeros cursos de facultad, y otro
caballero que volvió al poco rato llevando unas barras de pan mientras leía la
cabecera de un periódico.
La mañana
fue avanzando y la puerta solo se abrió para permitir la entrada del cartero y
poco después la de un repartidor de Mercadona, quien, a tenor del volumen de la
mercancía que llevaba, debía dirigirse a un piso que albergaba una familia
numerosa. También un matrimonio de octogenarios de andar cansino, obligados a
un diario paseo terapéutico y que regresaron al cabo de una hora. Nada más
varió la tranquilidad de aquel portal hasta las dos del mediodía, con la actividad
propia de los que retornan a la hora de la comida. Los niños acompañados esta
vez de una señora más joven, seguro que esta sí es la madre, como probablemente
quien les llevaba esta mañana fuera una joven abuela que ayudaba en el cuidado
de los nietos mientras los padres de estos trabajan. En el cuenco de las ayudas
altruistas cuarenta y tres céntimos, una vez descontado el euro y veinte
céntimos que puso él a modo de reclamo.
La tarde
transcurrió con un comportamiento semejante por parte de los vecinos que
ocupaban el edificio, de manera que a partir de las nueve, y salvo la chica del
instituto que regresó a casi las once de la noche, nadie hubiera supuesto un
peligro de haber intentado acercarse al “2º B”. Durante la que bien podía ser
la última noche de estancia en la nave almacén de las afueras de la ciudad,
ultimó los detalles de la ocupación que decidió intentar al día siguiente.
Pasadas
las diez de la mañana, con un simulacro de paquete en la mano para entregar a
un imaginado destinatario a manera de salvoconducto que justificase su acercamiento
al piso elegido, se introdujo en el portal con la probada llave; evitó el
ascensor subiendo por la escalera y llamó al timbre. El impertinente sonido se
escuchó claramente desde el acceso a la vivienda sin que recibiera contestación
alguna; insistió pulsando de manera intermitente y continuada hasta tres veces,
esperando el tiempo necesario para confirmar la ausencia de cualquier persona
al otro lado de la puerta. A pesar de las indicaciones de un corazón desbocado
que le invitaba a salir huyendo, introdujo la llave especial en la cerradura.
Con suavidad inesperada, una, dos vueltas y un empuje final para liberarla del
pestillo y la entrada quedó franca. De las entrañas le llegó el aviso: las
pulsaciones habían aumentado.
Buscó el
interruptor sin encontrar respuesta, pese a todo entró, cerró la puerta y
encendió la pequeña linterna que llevaba preparada. Entre sombras encontró el
cuadro de la instalación eléctrica, con precaución subió el interruptor general
y la estancia se llenó de luz mortecina proveniente de una sucia lámpara de
cristal con la mitad de las bombillas inoperantes, poniendo en evidencia la
pesada tela adamascada que vestía las paredes. Silencio absoluto, olor a
cerrado y humedad.
Una
inspección inicial de forma precipitada. Una, dos, tres habitaciones y un
amplio salón con un antiguo televisor de buen tamaño, todos ellos atestados de
muebles de otra época; por supuesto tampoco faltaba la cocina y un baño.
Comprobó que todas las persianas estaban bien cerradas, con las láminas que las
conforman pegadas unas a otras de manera que no permitían el paso de la luz y
por tanto garantizaban que, llegada la noche, nadie advertiría su presencia.
Solo la ventana del aseo carecía de persiana lo que de inmediato le llevó a ser
riguroso consigo mismo; con la navaja multiusos desconectó un cable del
interruptor, de esta manera ni por error o descuido se podría hacer uso de la
electricidad en este espacio. También y por el mismo motivo cerró la llave del agua
que alimenta la cisterna.
Hizo
balance de existencias y tomó nota mentalmente de lo que necesitaba. Volvió a
inspeccionar cada una de las habitaciones deteniéndose en observar los pequeños
detalles y objetos que contenía, tratando de averiguar las características de
los últimos ocupantes, del tiempo que llevaba deshabitada por la existencia de
algún calendario, probando la calidad de los colchones y si podía contar con la
silenciosa complicidad de sus muelles.
La cocina
también fue objeto de prohibiciones inapelables; lo que más le importunaba era
no poder utilizar el frigorífico, se trataba de un modelo antiguo que
probablemente haría mucho ruido cada vez que entrara en
funcionamiento, también recordó una escena de una película en la que advertían
la presencia de intrusos por el tintineo de las botellas cada vez que habrían
la puerta. En cambio no observó peligro en utilizar con moderación los fogones,
siempre que los efluvios culinarios no le terminaran delatando.
Con la
misma precaución abandonó la casa una hora después de haber tomado posesión de
ella. Volvería bien entrada la noche. La cena, que se le antojaba deliciosa,
estaría amenizada por algún programa de una televisión a muy bajo volumen. No
recordaba cuanto tiempo había transcurrido desde la última vez que durmió en un
colchón, desnudándose previamente, cobijado entre sábanas, arropado por un
cálido edredón.
A sus
colegas de albergue les contó que había conocido a una mujer, habían intimado y
ella le había pedido que se trasladara a su casa donde podrían vivir juntos,
como hombre y mujer, como amantes. Con tal afirmación no pretendía despertar la
envidia de sus compañeros, sí le motivaba adquirir un grado de consideración
que siempre le había sido negado; ni en las virtudes, ni en los defectos, fue
nunca un referente para nadie. Con el traslado se le ofrecía la oportunidad de
cubrir con cierto misterio el recuerdo que de él conservarían los demás.
Enseguida
hizo de su vida en el nuevo domicilio una rutina confortable. Por el día
permitía que la luz del sol y el aire entraran a través de unas rendijas
logradas a base de mover ligerísimamente las persianas; salía a las tres y
media de la tarde, cuando todos los vecinos estaban sentados a la mesa o
dormitando en sofás parecidos al suyo. Paseaba por lugares que despertaban su
interés, no como antes que el no tener donde ir le obligaba a callejear sin
rumbo la mayoría de las veces; ahora tenía un casa –un hogar le gustaba pensar-
a donde volver en cuanto las circunstancias del tiempo o de la calle dejaran de
interesarle. Caminaba despacio, con la cabeza levantada y moviendo
incesantemente las llaves de su domicilio, escuchando el agradable ruido que
hacían al chocar unas con otras. Cambió el llavero de plástico por uno metálico
con forma de balón y en el que podía leerse: “2010 FIFA World Cup. South Africa”. Incluso se permitía recoger parte de la publicidad que atestaba el buzón,
especialmente la referente a artículos para la mejora de la casa, e hizo planes
para instalar una mesa de Ikea bastante
más funcional que la camilla en la que comía, hacía solitarios o leía. Disimuló
unas marcas rectangulares en las paredes, dejadas por la ausencia de dos
cuadros, con unas láminas de mares cálidos y cielos azules surcados por aviones
con destinos exóticos. La idea de viajar siempre había sido otra de sus
dolorosas renuncias.
Cuando
menos preparado estaba para cambiar de vida, sintiéndose a resguardo de los
rigores de la calle por mucho tiempo, una noche, al volver a casa después de
haber asistido a una proyección cinematográfica subtitulada, dentro de un ciclo
sobre el neorrealismo italiano, en un centro cultural con “entrada libre hasta completar el aforo”, le esperaba la sorpresa de una cerradura que no reconocía la llave que
una y otra vez trataba de introducir. De inmediato aceptó la evidencia, alguien
había cambiado la cerradura.
Vagó por
las calles sin tener donde ir, con una sensación de frío en una noche que ya
mediada la primavera se mostraba cálida aunque él no lo sintiera del mismo
modo. Como un autómata, quizás porque su cerebro echó mano de los recuerdos,
los pasos le encaminaron hasta la vieja nave que le sirviera de cobijo hasta
hace solo unas semanas -¡parecía haber transcurrido un siglo!-. Pasó
previamente por una estación que no reconoció, tampoco ella ni el señuelo de cafetería
con licores a buen precio le reclamaron.
El rincón,
que antes le pertenecía por derecho indiscutido, había sido ocupado por otros
cartones que no eran los suyos. Alguno de los que allí estaban compartiendo
cajas de vino barato y que recordaban con envidia su marcha, mostraron interés
por su regreso, inquiriéndole por las razones que habían determinado su vuelta.
De manera especial, con dobles intenciones, querían saber detalles de su
relación con aquella mujer que durante un tiempo le había sacado de la calle.
Parco en
palabras, inundado de tristezas, cansado hasta el infinito, se limitó a
sentenciar: “¡Nunca he sido capaz de entender a las mujeres!”
El que
parecía tenerle más afición al vino de cuantos allí estaban reunidos se
extendió en una perorata que no quiso escuchar: “¡Excepto a la madre de cada
uno, había que colgar a todas las tías! ¡Pero conmigo van listas, en mí no
manda nadie, ni voy a dejar que ninguna organice mi vida!”
Y cuando
el más veterano de los presentes, con el que más tiempo había convivido, trató
de consolarle diciendo: “¡Que te quiten lo bailao hombre, te has tirado una
temporada viviendo como un marqués y durmiendo calentito!” Él, de manera
irrefutable, acomodándose definitivamente entre cartones sobrantes, a modo de
buenas noches contestó: “¡Mes y medio! ¡Bueno, cuarenta y tres días para ser
exactos!”
Miguel Ángel Frechilla Alonso
(*) Imagen "Digresión filosófica" Edward Hooper
El paraíso es lo que tiene, que no suele ser eterno.
ResponderEliminarDigamos que fueron unas simples vacaciones.
Un saludo.
Quien sabe si le sirvió de revulsivo y ahora lo tenemos instalado en otra casa, calentito y viendo la televisión muy bajita, muy bajita…
EliminarLos cartones fueron remplazados por un colchón que lo acomodó sus cuarenta y tres días, sigue siendo interesante.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hay tanta casa cerrada que sólo se ocupa unos días al año. Si sigue con las precauciones que nos relata el autor, igual el protagonista ha encontrado un modo de vida.
EliminarOlá Ana,
ResponderEliminarLeio agora, neste segundo contato com Miguel Ángel Frechilla Alonso, a sua 2ª Parte, leitura esta que me aproximou mais um pouco da sua obra, até então desconhecida para mim.
Trecho que destaco:
“También los pisos primero y tercero daban signos de vida, en el de arriba una mujer mayor se entretuvo mirando el cielo [...]”
Abraços.
Amigo Pedro, creo que poca obra más tiene el autor y que no hace tanto que decidió darla a conocer.
EliminarA ver si se anima y nos cuenta algo de él y de este relato.
Lástima no haber podido prolongar su estancia. Pero quién sabe si un día habrá otras llaves para él, llaves para todos. Debería ser así, y no creo que sea imposible.
ResponderEliminarFeliz comienzo de semana.
Bisous
Afinando, afinando y poniéndome en su lugar, incluso se podría prescindir de la llave y encontrar otros sistemas para seguir viviendo bajo techo.
EliminarY final para usted, madame.
Hola Ana:
ResponderEliminarYa creo que la felicidad se la hace uno mismo. Seguro que habrá otras llaves. A veces dura más de lo que pensamos.
Besos
Opino lo mismo. Seguro que habrá otras llaves, como en todos los órdenes de la vida.
EliminarPues aquí está la respuesta a mi pregunta. La esperanza de una ilusión. De lo que se quiere eterno y es fugaz, la felicidad absoluta.
ResponderEliminarFelicidades al Sr. Frechilla por su texto y a usted por elegir a Hooper para ilustrarlo.
Un abrazo, Ana María.
La respuesta que yo tenía sobre lo que iba a conseguir con su acción, viviendo en Palencia, era sobre todo algo tan sencillo como refugiarse del frío en la cama con mantas de una casa normal. Eso ya me parecía algo grande.
EliminarLa felicidad no tiene para todos el mismo listón. Para él, pienso que poder dormirse con el recuerdo de esos días dignos, ya valió la pena.
El mismo autor verá su mensaje. Otro abrazo, DLT.
Aunque no es mucho tiempo, por lo menos ha disfrutado de un mes y pico y ese recuerdo y esas sensaciones, le harán más llevadera esa frustración.
ResponderEliminarNunca se sabe , como, un día por una casualidad te cambia el rumbo , la vida es una caja de sorpresas.
Un beso feliz semana.
Una visión positiva, Bertha. En la vida corriente desconocemos lo que debe significar un respiro así.
EliminarBesos.
A veces el vivir alimenta lo por vivir.
ResponderEliminarAbrazos y feliz de tu regreso
Hola, Alicia, qué cierto.
EliminarQué sería de los malos momentos sin el recuerdo de los buenos.
Abrazos para ti.
Me imaginaba un final más feliz, pero de todas maneras el hombre tuvo sus días de gloria y los disfrutó al máximo, antes de volver a su triste realidad.
ResponderEliminarUn abrazo.
Un cuento de hadas con final feliz le hubiera ido bien al protagonista. Pero me ha gustado lo prosaico de la resolución. El que a pesar de que creamos que nadie nos ve, siempre hay ojos, Rafael.
EliminarPor unos días pudo cambiar la triste realidad de su vida, y hacer realidad su sueño de tener un hogar donde cobijarse. Aunque quizá no era muy luminoso, para el que nada tiene, era un paraíso.
ResponderEliminarTodos soñamos de vez en cuando con alcanzar la felicidad, pero la felicidad, son momentos...
Nuestro ideal occidental tiene unos mínimos y nos parece que por debajo de ellos no es posible vivir. Pero lo que podemos llegar a soportar con la ayuda de la imaginación no tiene límites, Mary Paz.
ResponderEliminarDesde el principio quise escribir una historia de perdedores, poniendo el énfasis en los mínimos vitales que las circunstancias se empeñan en negar tantas veces.
ResponderEliminarMe gustaba la idea de posibilitar algún momento de gloria al protagonista, tanto en lo que se refiere al hogar, como el que se pudiera reivindicar ante sus compañeros de penuria. Permitirle que fantaseara con la idea de ser un hombre de éxito.
También quería mostrar la debilidad tan frecuente a la hora de justificar nuestros fracasos, buscando la manera de quedar eximidos de responsabilidad. En esta ocasión intentando pasar por el "macho alfa" que prioriza sus ansias de libertad e independencia antes que someterse a las veleidades de una mujer.
y poco más...
Agradecer a Ana María el que me haya permitido mostrar esta veleidad de escritor iniciático.
Igualemente a los que me habéis leído y opinado de manera tan generosa.
Un abrazo
miguelángel frechilla
Sin duda has conseguido transmitir tu proyecto de hacer pensar, la odisea de tu Sin Techo es tan creíble que podemos identificarnos con él. De ahí que comprendamos su empeño en autojustificarse e intentar salvaguardar un punto de dignidad ante los colegas de infortunio. Siempre es preferible que te envidien a que te compadezcan.
EliminarAsí queda en el aire la idea de si repetirá la aventura, pero esta vez de veras romántica. De ahí… ¿Por qué no dejar ir a “la loca de la casa”? Mira que si se nos convierte en un gigoló y acaba en el Caribe… Anímate, Miguel Ángel. Y Enhorabuena
Es una experiencia que no va olvidar, esa llave puede que le sirva para otra ocasión, la vida puede sorprenderle en cualquier momento y sin buscarlo encontrar de nuevo esos recuerdos convertidos en realidad.
ResponderEliminarInteresante historia .
Saludos
Puri
Pienso que si vives una experiencia así y logras salir de ella, nadie acabará contigo.
EliminarY en la importancia de la familia en los malos tiempos.
Saludos para ti.