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AMFAv "DESPACHO" (JMS)



(4/4) ¡SIN ALIENTO!




Continúa...


RELATO


                              Y la próxima no tardó en llegar. En el mercado de Santa Caterina, dos docenas de huevos agujereados por Chus con un rotulador infantil que fue introduciendo por la ranura de los cristales de un mostrador frigorífico, sólo valiéndose de la mano izquierda porque la derecha la tenía agarrada a su madre que compraba y pagaba un pollo. La explicación de sus cuatro años fue de un márketing a tener en cuenta: Así están más guapos.

   Sigamos. Parodiando al Profesor Frank Enstein, juntemos tres elementos en principio insolubles; el circo de Gabi Fofó y Miliki, la mansión de Donald Trump en la Trump Tower, toda dorados y brocados, y la tia rica del padre de Chus, la Tía “Pe”. De ahí surgió el penúltimo avatar de nuestro protagonista que daremos a conocer como fin de esta crónica.

   Podríamos seguir desmenuzando accidentes y percances, como las perdidas vacaciones familiares que la familia vivió un verano, por culpa de la intensa fiebre botonosa que sufrió Chus y tardaron diez días en diagnosticarle. Y aún, porque por suerte lo examinó un tercer médico que supo identificar como la picadura de una garrapata, la menuda mancha oscura bajo un tobillo. 

   Episodios cinematográficos. Así, el de la cojera.

   Eso, finalizaremos con aquel día en que al levantarse...



SEÑOR, SEÑOR, ¡DÁME VALOR!     

Publicado en Gaudí y Más. 10 de septiembre de 2017


                                El circo, ¡Ah!, cuántos sueños y fantasías en la mente de un pequeño. Quién no recuerda aquella vez de niño en que fue al circo y todo, desde la música a los colores y payasos, quedaron incorporados para siempre en nuestro subconsciente. Chus no iba a ser menos. Y como adelanté en la presentación, las oníricas imágenes de Gabi y sus hermanos se mezclaron en un revoltijo de fantasías que iría recordando a lo largo de su vida. 

   Lo que nunca habrían imaginado sus padres es que aquella tarde, la carpa se mezclaría en un punto con la Tía Rica, La Tía "Pe" a la que Chus y sus padres se veían obligados a visitar cada año para no disgustar al abuelo paterno, hermano de la tía.

   Aquella tarde sobre las 6, el grupo llegó a la mansión de la dama. Que rica sería, pero también de una tacañería legendaria hasta el punto de que ya era conocida por todos su pregunta, cuando al recibir una visita, ya fuera hora de desayuno, comida, merienda o cena, el recibimiento base siempre empezaba con un: -Hola, guapos, ya habéis merendado, ¿verdad? Añadamos que, maniática de la limpieza y el orden, andaba siempre por la casa arrastrando con los pies una gamuza, porque así, se ahorraba el gasto de que vinieran a pulir el parqué.

   El mismo padre de Chus nunca supo explicarse el porqué, aquel día, harto desde niño de la mezquina pregunta de su tía, en vez del -Sí, gracias. -le contestó con todas las letras: - Pues mira, tía, no hemos merendado. Eres muy amable y te agradecemos la invitación, porque venimos de paseo y los niños tienen hambre. La cara de la tía debió sufrir la misma transformación del gremlin al que se le invita a un doble de bourbon a medianoche, pero obligada por las circunstancias salió hasta la cocina a decirle a la empleada que preparase algo para los visitantes.

   En ese impás, esperaban sentados los tres familiares en un sofá flanqueado por sendos cortinajes de terciopelo de los que pendían los correspondientes cordones colgantes para correrlos. Los padres comentando la eterna cuestión de verse obligados a la visita y el niño observando la decoración en silencio, aunque por su mente ya brincaba la fanfarria cirquense invitando a las volteretas y saltos que pocos días antes viera hacer a payasos y contorsionistas. Y sobre todo, a los trapecistas.

   ¡Ale Hop! La acción en tres tiempos efectuada por Chus no hubo cámara que la inmortalizase ni cronometrase porque encaramarse al brazo del sofá, saltar hasta el cordón de terciopelo y colgarse del cortinaje fue un visto y no visto, de lo que tuvieron constancia los padres a la vez que el panel tapizado que ocultaba la barra de las cortinas se arrancaba de cuajo y caía tras ellos, precisamente cuando la empleada entraba en el comedor empujando un carrito de té con una surtida merienda, seguida por la tía. Bizcochos, zumo y chocolate caliente que se llenaron de diminutos cristales, y astillas, y fragmentos de yeso del techo. 

   Explicar a la tía "Pe" la acción de Chus resultó de lo más bochornoso, no se podía caer más bajo, era evidente que aquellos sobrinos no estaban en condiciones de codearse con gente de nivel. Por desgracia no pudieron aprovechar la única merienda que el padre de Chus llegó a vislumbrar en aquella casa durante toda su vida. La suerte fue que después del incidente, por fin se libraron de hacer la odiosa visita.  



  
                                   
                            Quizá tendrían que haberse dado cuenta antes de que a Chus le pasaba algo, pero como todo lo que tenía de tremendo lo tenía de duro y resistente, en aquella ocasión tardaron más tiempo del normal.


   Pero un día, al levantarse y caminar ante ellos, los padres tuvieron la sensación de que el niño no andaba bien. Y cuando le preguntaron:

    -¿Qué tienes? ¿Te duele algo? Parece que cojeas.

   -Que no, papá, que no. ¿Ves como no me pasa nada? -y andaba la mar de tieso mientras le miraban, pensando seguramente que así no le entretendrían en médicos ni zarandajas y lo dejarían tranquilo.

     Así pasaron otro par de días hasta que observándolo y viendo que aquello no se solucionaba, lo llevaron a la Seguridad Social.

     Allí lo acabaron de arreglar porque entre el niño y la perla de médico que les tocó, uno con ganas de irse a jugar y el otro loco por pasar al siguiente paciente, tuvieron una consulta digna de figurar en una película de los Hermanos Marx.

     -¿Qué le pasa al niño? -preguntaba el Dr. Groucho con la atención fija. Fija en ojear una revista de viajes. 

      -El niño cojea -le respondía mamá Chico.

    -A ver, niño, camina -ordenaba el Dr. Groucho, sin mirar para nada a la pareja, sacando un bolígrafo y apuntando en su agenda la dirección de un viaje cultural a Thailandia con masaje incluido.

    El niño Harpo caminaba a todo lo largo del consultorio con un aplomo y señorío que para sí hubiera querido Gary Grant.

     -Yo no le veo nada al niño, señora -decía con sorna Groucho.

     -Pues si yo le digo que el niño cojea, es que cojea -insistía Chico.

    -Niño, camina otra vez para que se convenza tu madre -volvía a ordenar él, casi tapando un bostezo.

     El niño Harpo no se lo hacía repetir y tieso como un comandante de la Legión cruzaba a lo largo y ésta vez también a lo ancho con una marcialidad a la que solo faltaba saludar militarmente.

   -Mire usted -con retranca, el Dr. Groucho hablaba sin mirarla porque estaba ocupadísimo en inspeccionarse la manicura de sus manos extendidas sobre la mesa-. Al niño no le pasa nada. Quizá sea Vd. y no el niño, la que necesite una visita A otro tipo de profesional -su mirada sarcástica añadía: «A un psiquiatra, por ejemplo».

   -Pues mire -le contestó mamá Chico roja como la grana-. Usted no va a hacer ver lo blanco negro, yo sé muy bien que a mi hijo le pasa algo. Pero en una cosa tiene Vd. razón, más valdría consultar a otro profesional. Porque para el ojo que Vd. tiene, igual podía haber ido a un fontanero -y cogiendo la mano de Harpo salió de la consulta dignamente, con la cabeza muy alta.

    Muy alta, pero llena de angustia. De allí no volvieron a casa, se fueron directos al Hospital. Ana había puesto en marcha el motor del convencimiento de que su hijo tenía un problema, y una vez pasada la línea de perder la vergüenza ante la autoridad, se había propuesto saber cuál era y nada ni nadie iban a pararla. Cosas de la vida, con el mismo planteamiento que había expuesto por la mañana al individuo que le había atendido y sin referirse a nada de lo que acababa de vivir, Ana le trasladó al médico que en esa ocasión le tocó en suerte, qué era lo que ella observaba en su hijo. Mientras hablaba iba respondiendo a las pocas preguntas que él le hacía, viendo cómo el doctor asentía levemente con la cabeza y tomaba notas en un bloc.

   Casi sin palabras, su interlocutor de bata blanca se levantó de la mesa indicándole que desnudara al niño, al que hizo pasearse repetidamente por el pequeño cuarto. Hacia atrás, hacia delante, parándolo de vez en cuando para palparle y flexionarle las rodillas y las corvas, los tobillos, preguntándole si le dolía aquí o allí y observándolo de lejos, para lo que salió del pasillo y verlo con más perspectiva, decidió hacerle unas pruebas. Lo que siguió fue de una gran aceleración o al menos así lo recuerda Ana, hasta que unas tres horas después sin haberse movido del centro, volvieron a encontrarse con el médico en el consultorio. Tras leer los informes y revisar las radiografías que colocó en la pantalla de la pared vino el diagnóstico, que como era de esperar tratándose de Chus, no era del tipo corriente:

   -Tal como pensé desde que usted empezó a explicarse y luego al examinar al niño, el problema no lo tiene en las piernas, sino en una rodilla. Se trata de que su hijo debe haberse clavado un fragmento de aguja en la rodilla, pero no en la rótula, sino que le quedó móvil, flotando entre el líquido sinovial o la grasa. Por eso, según la posición de la aguja, es que el niño cojea, o no –se levantó y rodeó la mesa dándole a Chus un pellizco y un cachetillo en el moflete. Y cuando  alargó la mano hacia Ana diciéndole-: Vengan el lunes próximo a las ocho de la mañana y se la extraeremos... 

    ...La madre rompió a llorar. 

   Por los años de angustia, por las humillaciones, por las miradas acusadoras, por la propia estima que había ido perdiendo.

   Su natural callado, la discrección que en ella era seña de identidad, se desbordó ante aquel desconocido que sin alardes de sapiencia, sólo escuchando a quien tenía delante e interesándose por su pequeña historia, había sacado una conclusión brillante. Aunque ni era la persona adecuada ni el lugar, Ana se lanzó a contarle sus avatares en un resumen no por reducido menos delirante. Hasta que mirando a la joven que mezclaba los hipos del llanto con la crónica del minúsculo investigador de ciencia empírica, al doctor le entró un ataque de risa muy oportuno, porque al reírse los dos y con ellos el niño, la incómoda situación se convirtió en jocosa. 

   Ya disponiéndose a salir madre e hijo, aquel profesional de la sanidad tuvo un detalle inolvidable, al decirle: - Espere un momento. Voy a decirle una cosa -añadiendo-: No se culpabilice por los episodios que ha pasado, puede estar usted muy orgullosa de su intuición. Ha hecho lo que todos deberíamos hacer cuando vemos algo muy claro, pero encontramos algún “enterado” que no sabe ver. –le extendió la mano que ahora sí, ella aceptó, añadiendo con una sonrisa-: No lo olvide. Insistir siempre y no rendirse. Hasta el lunes.





             Al oírlo, Ana cortó en seco las lágrimas. Como una autómata se quedó sentada en el escalón de la camilla con el niño de pie a su lado. Casi ausente, relajada por el alivio de saber, por fin, qué tenía su hijo. Reconfortada al sentirse escuchada por un médico portador de ese algo más que jamás otorgará Universidad alguna; la sensibilidad ante la angustia. 

    Aquél fue su último viaje importante a un Centro de Socorro. Sus cuidados siguieron igual, con la misma vigilancia de siempre, pero durante años nada importante volvió a perturbar el fluir de sus días.

   Años más tarde, observando a un Chus de dieciséis años tonteando con una amiga, ella de espaldas contra un muro, él apoyado con una mano y mirándola arrobado muy cerca, recordando aquellos tiempos pasados, su marido le dijo a Ana:

    -Podemos estar contentos, ya se han acabado los tiempos de zozobras. Míra qué hijo tenemos, está hecho un hombre -Sorprendido por la expresión inquieta de Ana, le preguntó-: ¿Qué te preocupa? ¿En qué piensas? 

    -Pues...en nada en especial. O en todo lo que está por venir. Estaba pensando que en toda su vida, cada vez que ha tenido un nuevo juguete no ha parado hasta desmontarlo y sacarle hasta el último muelle. Me preguntaba si seguirá con la misma curiosidad en todas las nuevas cosas que descubra -guiñó un ojo a su marido, que como ella, miraba a la pareja de adolescentes y los dos rieron-: Pero esa ya será otra historia. Bien decía el tío José Luis que nunca se puede ir contra corriente. Las cosas pasan o no pasan. Así de simple.

Chus en la actualidad, con su mujer y su hijo. (F.M-C)

Ana Mª Ferrin

27 comentarios:

  1. ¿Sabes si se alquila el nene? Es que estoy pensando en hacer una visita con él a alguien que conozco, un matrimonio joven muy "modelno" cuyo niño se puso a saltar en mi sofá sin que los padres movieran una ceja. Un dulce venganza.
    Aunque el "niño" ya debe andar algo mayor y, por lo que leo, en edad de merecer.
    Saludos, Ana.

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    1. Espero que, ya de adulto, con mujer y niño, se haya serenado un poco. Y que no sea demasiado severo si su vástago hace alguna trastada, que eso puede que vaya en los genes. Jejeje.

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    2. Lo curioso es que su hijo tiene una mente parecida pero lleva a la práctica sus ideas de manera convencional. Recuerdo una foto de cuando el niño aún no tenía dos años y los Reyes le trajeron un cochecito a pilas., Al ver que no funcionaba se fue en silencio hasta un cajón, lo abrió y sacó un destornillador con el que estuvo un buen rato metiéndolo por todos los huecos del juguete para arreglarlo, ante la mirada expectante de la familia. Si el padre llega a coger esa herramienta…

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  2. Después de la tormenta, viene la calma. Aunque a veces, la calma solo es simbólica...

    Besos

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    1. En este caso fue bastante real. Fue como si, de pronto, le hubiera llegado el sentido común y empezara a entender otros mecanismos para la curiosidad, y así ha seguido. Ahí su pediatra estuvo sembrado. Saludos, Manuel

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  3. De todo es capaz un niño para llamar la atención y como nunca tienen miedo... o por lo menos algunos... Recuerdo que mi primera película en el cine tenía como protagonistas a Miliki, Fofito y compañía. Qué tiempos aquellos.
    Un beso

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    1. La fantasía y ganas de experimentar llegan a nuestra mente por caminos variados. Ves a ver si tu amor a la historia no llegó por ahí, como fuente de aventuras no tiene precio. Bszos.

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  4. Sabroso final de historia, Ana María. Además me pregunto si el propio hijo de Chus habrá superado "las hazañas" de su padre.

    Un beso austral. (Muy helado porque hace demasiado frío en Santiago)

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    1. Como he respondido a Cayetano, por fortuna no ha sido así. Son muy parecidos, los dos tranquilos y curiosos, pero la característica de Indiana Johns que tenía Chus no la ha heredado el hijo.

      Caminamos al contrario. En poco tiempo tú ya estarás viendo la primavera. Saludos.

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  5. Esperanzador final. Los padres son merecedores de un descanso después de tanto sufrimiento.

    Un beso. Feliz semana.

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    1. La verdad es que ha sido así, Amalia.
      Feliz también para ti.

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  6. Hola Ana Mª.. Te saludo y te devuelvo la visita con gusto, puesto que me parece interesante lo que cuentas de los niños, y ya se sabe los papas están ocupados con el Smartphone y los niños como decía Serrat son "esos locos bajitos"..
    Un abrazo...

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    1. Estos pobres padres, ni aunque hubieran existido los smartphones hubieran podido echarles una mirada.
      Menudo "tablet" tenían en casa. A tiempo completo.

      Saludos, Llorenç

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  7. Bueno, Chus llegó a la meta sano y salvo. Respiramos tranquilos! Y parece que consiguió aposentar lo suficiente para convertirse en todo un padre de familia. Me alegra que esta fuera una historia con buen final.

    Feliz día

    Bisous

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    1. Espero que para quienes tengan un hijo con estas características la historia de Chus les haya dado un respiro. Como literatura es divertida, pero bregar con un peque así, día a día...

      Un abrazo, Madame.

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  8. ¡Hola Ana, por aquí ando de vuelta de mis vacaciones! Y veo el final de varios relatos, no los he seguido, pero este me ha gustado mucho, también eché un vistazo mas a bajo y está muy bien lo que he leído, así son los niños moviditos y traviesos, mas de estos si se saca mucho, si están muy quietos no es cosa buena.

    Bien, reina, hasta otro momento. ha sido un placer pasar a leerte. Te dejo un beso y mi gratitud

    Se muy feliz.

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  9. Hoy quiero expresar mi gratitud con Dios Nuestro Señor por sobrevivir con vida y sin un rasguño el potente paso del huracán Irma por Miami.

    Un gran abrazo

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    1. Ricardo, como te dije eres un hombre afortunado y haces bien en dar Gracias a Dios. Me alegro de que estés sano y salvo después de pasar por una tragedia así.

      Otro para ti.

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  10. De pequeña quise marcharme con los del circo que vino al pueblo con motivo de las fiestas patronales. Me parecía una vida llena de magia diaria y no la que me había tocado vivir a mi. ¡Bendita inocencia!
    Que bien has relatado las vivencias de la vida infantil. He tenido que acudir al resto de capítulos porque me había quedado con más ganas.
    Siempre e sun placer visitarte, querida, Ana Maria.
    Besos

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    1. Besos para tí, MariPaz.
      No eres la única impactada por esa visión infantil. Infinidad de niños, entre ellos muchos que luego serían actores o escritores aún recuerdan su primera visita al circo. Así me lo contó el actor Angel Pavlosvky en una entrevista: http://amf2010blog.blogspot.com.es/1986/10/angel-pavlovsky-contra-el-tedio-del.html

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  11. Lindo y divertido episodio de Chus y sus padres!! a los que admiro y ofresco mi solidaridad jajajaja
    Besotessssssss y linda semana

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    1. Se diría que has tenido cerca a pequeños imaginativos de esos que te empujan a improvisar... Un abrazo, Gizela.

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  12. Una niñez y juventud agitada. Como lo veo en la última foto casado y con un retoño, me pregunto si el propio Chus deberá estar bien atento a las evoluciones de su hijo.
    Hemos pasado unos buenos ratos este verano con las aventuras de Chus, ya lo creo.
    Saludos.

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    1. No, DLT. Por fortuna para él y su esposa, el niño les ha salido activo pero sin la pulsión que tanto hizo sudar a sus padres. Hay veces que la genética se salta una generación. Habrá que ver si en el futuro, algún nieto...

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