Con la captura de una paloma aún caliente entre las garras, uno de los dos halcones peregrinos de la Sagrada Familia hace una batida por los tejados del barrio hasta perfilar un bucle, con una parada seca en una de las torres. Suelta la pieza en un escalón interior para clavar en el ave su pico de bordes afilados como navajas. Ayudado por su único diente va desgarrando las partes blandas del animal, arrancando pingajos de carne roja y oscura, goteando sangre al final de los 450 escalones, donde debido a la altura de sus cien metros ningún servicio de limpieza podría eliminar a diario los despojos y que se mantiene en condiciones aceptables gracias a los pequeños insectos, moscas, arañas, que lamen y borran las manchas. No desaparecerán las alas y las plumas de la cola de la víctima, allí quedarán, testigos mudos del diario festín de las rapaces.
El biólogo Eduard Durany en la S.Familia. (E. D.) |
Halcón posado en el remate de un campanario de la S.Familia (E.D.)
Restos de una paloma devorada por los halcones en uno de los últimos 100 peldaños (AMªF)
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CENTINELAS EN LA SAGRADA FAMILIA