Hoy 31 de julio, recibí a primera hora una llamada comunicándome el fallecimiento del arquitecto e historiador Joan Bassegoda Nonell y desde ese momento los recuerdos no han dejado de llegarme en barrena, infinitos. Siento que por encontrarme muy lejos no podré asistir a su entierro.
Lo primero, decir que hasta este momento nunca había sido consciente de que he sido una privilegiada por haber conocido, entrevistado y tratado a buena parte de la generación irrepetible que consiguió retomar el legado de Antonio Gaudí, enderezarlo y traerlo hasta nuestros días. Y sobre todo, que para hacer un pequeño homenaje a Joan Bassegoda será imprescindible meter en un arcón todos sus títulos académicos, los premios, los reconocimientos internacionales, su importantísima labor docente, constructora y restauradora de nuestro Patrimonio, así como su dirección de la Cátedra Gaudí a lo largo de 32 años y echarle siete llaves a todo ello. Sólo así podré escribir del hombre con libertad, sin la presión del personaje.
Publicado en Gaudí y Más. 31 de julio de 2012
Mi contacto con el profesor Bassegoda se remonta al primer tercio de los años noventa. Había reunido una exhaustiva información compuesta por documentación y testimonios grabados sobre Antonio Gaudí, por lo que había llegado el momento de empezar a hacer las últimas entrevistas a los protagonistas que a partir de la muerte del arquitecto hasta nuestros días, de una forma u otra habían continuado transmitiendo su memoria.
Al encontrarme con Bassegoda resultó que teníamos un punto en común que arrancaba de nuestra niñez en la iglesia de Santa Mª del Mar de Barcelona. A él lo llevaban a menudo a esa iglesia que lo dejaba extasiado, y a mí me había sucedido algo similar, fue el primer lugar en que tuve constancia de que los edificios en sí me interesaban, que eran mucho más que un volumen con un espacio en su interior. Sólo sentarme en uno de sus bancos me evadía y salía volando entre sus arcos, ocultándome tras las imágenes que veía balancearse al ritmo de las oraciones de los fieles, punteadas por el sacerdote organista de leonada melena blanca y malísimo humor al que los niños del barrio temíamos como confesor.
Al crecer en la misma plaza las escalinatas de su fachada fueron mi territorio de juegos, circunstancia que al profesor Bassegoda le parecía envidiable. Nunca voy a olvidar la confianza que me dispensó desde el primer día en que yo, sencilla reportera, escribidora con un par de libros publicados, me presenté en su despacho para hacerle la entrevista acordada, que se inició así:
Yo -Usted es la cuarta generación de una familia dedicada a la arquitectura. Nadie mejor para aclararme si es cierta la fama de soberbios que tienen los arquitectos.
B -Mire usted…Si. Los arquitectos han tenido desde siempre dos características. Una, la de ser unos comodones. En toda su historia hasta la llegada de Gaudí sólo han usado dos instrumentos, el compás y la escuadra. Y la otra, la soberbia. El arquitecto es un creador totalmente entregado a su trabajo, sí, pero un ególatra que pontifica hablando de sociedad, de política y tal…Francamente y por definición, un tío insufrible, vaya.
Yo -¿Y eso en qué le concierne a usted?
B –Ja, Ja,…Yo soy arquitecto y algo de eso debo tener. Pero como desciendo de albañiles, contrabandistas y bandoleros, ya queda algo atenuado.
Pere Bassegoda Mateu, primer Bassegoda dedicado a la construcción. 1817-1908 (J.B.N.) |
Bonaventura Bassegoda Mateu, bisabuelo del Director de la Cátedra Gaudí. 1822-1889 (J.B.N.) |
Tras ese punto de partida puso a mi disposición sin restricciones todo aquel tesoro bibliográfico que trataba de Gaudí, abriéndome el armario de luna repleto de libros inencontrables que a pesar de estar en medio de la sala, o quizás por eso, su gran valor pasaba desapercibido a los visitantes. Buena parte de ese legado lo entregó a Reus hace justo un año. El entorno de la Cátedra lo visité horas, días, meses, años, sentada en la mesa de un rincón consultando la riquísima bibliografía del centro que a menudo me llevaba a solicitar respuestas de su director, fotocopiando, escaneando fotografías gracias a su secretaria y amiga Encarna, llevándome muchas veces a mi casa con autorización del profesor la documentación para continuar la tarea. Así pasé casi una década en la que oí mucho y observé más, lo que me permitió seguir las circunstancias que iban transformando el plácido ambiente de la Cátedra Gaudí.
Con el trabajo acumulado tenía previsto escribir una biografía que al final, dada su extensión acabó publicándose en dos volúmenes. El primero prologado por Fernando Chueca GoItia, arquitecto y constructor de la catedral de la Almudena de Madrid, y el segundo por Joan Bassegoda Nonell, del que en esas mismas páginas aparecía una larguísima entrevista-reportaje y a quien en el epílogo me referí con las siguientes líneas:
“Colaboro en prensa desde el año 1985, pronto me especialicé en entrevistas de fondo a personalidades de la cultura y tengo que decirlo, el tipo de personaje que me tumba de aburrimiento es el del catedrático Que Habla y Punto, sin dejar espacio para una cuña de opinión ajena. Suele ser el tic humano resultante de hablar años y años sin que nadie se atreva a rebatir tus opiniones. De ahí mi sorpresa al encontrarme con el indiscutible número uno mundial en el tema Gaudí, porque era un tipo que no hablaba de oídas ni se empeñaba en presentar al genial arquitecto transmutándolo en ser levitante con un lirio en la mano. Por provenir de una familia cercana al genio desde sus años de estudiante, Bassegoda sabía mejor que nadie, por encima de todo, que Antonio Gaudí era un hombre y como tal lo citaba. Joan Bassegoda Nonell lo conoce casi todo, sí, pero escucha y sopesa diferentes enfoques aunque se trate de asuntos que tradicionalmente se habían dado por inamovibles. Llegado el momento de prologar este libro, prestó su pluma y su ingenio, y a la hora de la presentación, a pesar de haber declarado coqueto que él sale en ocasiones muy contadas -como hacía El Sant Crist Gros, dijo, el gran crucifijo que antiguamente sólo se sacaba en procesión para acabar con graves epidemias o sequías-, ha prometido asistir y dedicar a este trabajo unas palabras, que espero sean las máximas posibles-.
Joaquín Bassegoda Amigó, amigo de Gaudí y compañero de estudios, tío-abuelo del profesor Bassegoda. Primer arquitecto de la familia. 1854-1938. (J.B.N.) |
Bonaventura Bassegoda Amigo, arquitecto, abuelo de J. Bassegoda. (J.B.N.) |
Bonaventura Bassegoda Musté, arquitecto, padre de Joan Bassegoda. (J.B.N.) |
Diré que hay figuras en las que un único párrafo puede explicar el grueso de su dedicación porque siempre han tocado un solo instrumento. Pero Bassegoda Nonell no, él tenía registros para contar y no parar, además de un comportamiento siempre accesible y dispuesto tanto a dirigir una tesis doctoral como a revisar un libro, hacer una presentación o enriquecer desinteresadamente con un prólogo suyo la obra de un escritor novel.
Mi visión sobre él es tan poliédrica como lo eran su personalidad y sus conocimientos. Con referencia a su erudición no tengo duda de que fue uno de los hombres más renacentistas que he conocido. Lógicamente como catedrático e historiador su sapiencia en cuanto al tema arquitectónico era superlativa, pero eso poco tiene que ver con que fuera capaz de cantarte los cuplés que estaban de moda en vida de su abuelo, amigo de Gaudí, o ilustrarte sobre los diferentes estilos del ballet clásico, pasos incluidos, digo yo que aprovechando que su esposa Olga es familia cercana del gran bailarín y coreógrafo Joan Magriñá.
Las Caballerizas Güell de Gaudí en la Av. Pedralbes, 7, sede histórica de la Cátedra Gaudí desde su fundación por J. Ráfols en 1956. |
Sus anécdotas eran de una gracia y categoría inigualables. Vean si no, esta que me contó:
Hará unos cuarenta años, Joan Bassegoda y su esposa viajaban por Japón cuando llegaron a un edificio singular que pensaban visitar (no recuerdo si se trataba de una universidad o un palacio). Al disponerse a entrar observaron que había un gran despliegue de guardia en traje de gala. Con toda tranquilidad, ella siempre elegante y él con su acostumbrada indumentaria pardoverdosa propia de un catedrático de Harvard, le consultaron a uno de los uniformados: ¿La entrada es por aquí? A la pregunta hecha en alemán, francés e inglés, el joven guardia que no debía haber hablado con muchos extranjeros en su corta vida, contestó que sí, por lo que la pareja de Barcelona siguió su camino hacia el interior, pasando entre los grupos en medio de reverencias. Y de las señas para que lo siguieran de un caballero vestido de oscuro con raya diplomática, que se puso a guiarles.
Entraron en una especie de auditorio con el patio de butacas prácticamente ocupado, con su guía precediéndolos hasta la primera fila, que estaba medio vacía y mostraba en el centro dos altos sillones que parecían esperar a sus destinatarios, así como los asientos situados a derecha e izquierda también sin ocupar. En el más absoluto silencio, con profusión de sonrisas, reverencias y gestos de cortesía, el guía que les había llevado hasta allí les indicó que se sentaran en unos de los sitios vacíos que se encontraban junto a los sillones, lo que hicieron ambos sintiéndose el centro de interés de todo el público, por supuesto, japonés. La pareja se miraba preguntándose de qué iba la situación y casi habían decidido levantarse, romper el silencio y enterarse de lo que estaba pasando, cuando la asistencia en pleno se puso en pie y entre la reverencia general entraron los emperadores HiroHito y Nagako, que ocuparon los dos sillones principales junto a donde se encontraban el profesor y su esposa.
Si los emperadores les habían dirigido una mirada curiosa, los Bassegoda no despegaban los ojos del frente, aunque aguantaron con serenidad, muy dignos, la ceremonia completa en el lugar que los habían colocado. Estaba claro que se había producido un malentendido confundiéndolos con personalidades occidentales, pero en aquella corte donde todo estaba milimetrado alrededor de un emperador al que hasta hacía poco se consideraba un Dios y a quien nadie osaba mirar a los ojos, lanzarse a hablar para deshacer el entuerto era una empresa delicada.
Para abreviar diré que todo se solucionó al final casi sin palabras. Los Bassegoda salieron de allí en medio de la reverencia general y lo sucedido corrió entre los integrantes de la intelectualidad internacional, el mundo diplomático y los amigos de la pareja, como un clásico con el que bromearon muchos años.
Sé que mi visión del gran especialista en Gaudí posee facetas que poco tendrán que ver con el protocolo del ambiente académico. Hablar de su humor a veces cínico y siempre agudo al referirse al mundo gaudiniano resulta comprometido porque, fino analista del comportamiento humano, tenía instinto para distinguir y atender con amabilidad a la persona sinceramente fascinada por Gaudí del origen que fuese, que empleaba su tiempo y sus ahorros en visitar Barcelona y trataba de acercarse al genio conversando con el Director de la Cátedra Gaudí. Pero en contraste, al advenedizo que creía descubrir un filón de intereses en un tema de calado mundial y se presentaba ante el catedrático alardeando de su importancia, sabía darle de lado con la indiferencia de un arquero persa.
No, no pretendo hacer una hagiografía ni presentarlo como un ser seráfico. Su sarcasmo ante los autores de renombre que se atrevían con Gaudí publicando un libro que no contenía más que refritos y fusilamientos tomados de aquí y allá, muchas veces del mismo Bassegoda, era demoledor. - ¿Leyó usted lo de tal? -comentó un día sobre el libro de un profesor extranjero, extra promocionado por los medios de la Generalitat- ¿Ya ha visto qué lírico se pone describiendo la expresión de la mirada de Josep Mª Bocabella? Pobre criatura no rompamos su ilusión, él cree que ha hecho una obra de arte. Si supiera que el cuadro se pintó copiando la máscara mortuoria de Bocabella... (*)
2005. En el Restaurante Pitarra. Iz. J.Mª Subirachs, A.Mª.Ferrin, Bassegoda, M.F.Ruiz de Villalobos, J.Luis Barcelona y el organista B. Bailbé (A.Mª.F.) |
Aún así no he conocido a nadie situado en un puesto de relevancia como el suyo, recibido por Papas y visitado por reyes, Premios Nobel y Presidentes de Gobierno, capaz de moverse y buscarle trabajillos a horas adecuadas para que pudiera asistir a clase, cuando detectaba algún estudiante que pasaba estrecheces. Y no lo sé por el profesor, que jamás dio a conocer sus andanzas, sino por los mismos arquitectos que recibieron su ayuda. Una vez, una madre le llevó a su niño de cuatro años asegurándole: -Está como loco por Gaudí, se conoce todas las obras del arquitecto…- A ruegos de la señora, Bassegoda empezó a enseñarle fotos al precoz visitante para escuchar como las identificaba: Eta é la Casa Balló. Eta é la Pedrera. Resultó que era cierto y que las conocía. Un campanario de la Sagrada Familia hecho en arcilla por el menudo admirador la tuvo muchos años el profesor en una estantería de la Cátedra.
Durante la comida que celebramos en el Restaurante Pitarra reunidos los presentadores de uno de mis libros, nos estuvo hablando de la fortaleza de espíritu que conservó Gaudí hasta su muerte, echándoles y ganando un pulso a los poderes políticos y religiosos que intentaban intervenir en las obras de la Sagrada Familia. Bassegoda dejó ir un comentario de gran trasfondo sobre la grandeza irreductible del personaje, que ha sido lo primero que he pensado al recibir la triste noticia de su adiós:
- Yo diría que al final se vengó del desprecio recibido por parte de las autoridades. Porque a Gaudí lo marginaron de todo encargo oficial desde su juventud, tenían miedo de su talento y nunca le ofrecieron la posibilidad de expresarse ni figurar en nada, manteniéndolo apartado de las instituciones. Siempre he creído que cuando lo atropelló el tranvía y quedó herido de muerte, en esos días que sobrevivió, él estaba consciente y se daba cuenta de lo que pasaba. De que los habitantes de Barcelona, la gente sencilla, al enterarse del accidente y de que estaba agonizando solo en una cama del hospital, llegaban de todas partes y pasaban las noches en el patio para velarlo en silencio. No fue hasta entonces, cuando las autoridades vieron la reacción del pueblo, que decidieron coger los coches oficiales y presentarse en el hospital para dejarse ver, con el encargado de protocolo metiéndose aquí y allá para organizar el entierro. Creo que por eso, cuando aparecían por su habitación según que personajes, Gaudí empezaba con ataques horribles de tos y vómitos que los hacían salir huyendo. No me extrañaría que hubiera muerto riéndose de todos ellos...
Me alargo, seguiría contando tantas y tantas cosas. Me parece increíble estar hablando de él en pasado.
Aunque no. Me resisto a la tristeza porque para mí su figura siempre irá unida al optimismo, a momentos chispeantes como la última vez que hablé personalmente con él a la salida de una conferencia: -¿Qué tal? ¿Cómo va la biografía de Subirachs? –me preguntó. –Muy bien, terminándola,- le respondí, a lo que replicó rápido con ojos guasones: - Hace unos días estuve hablando con Arcadi Espada y me dijo que con mi vida se podría hacer un buen libro, yo también lo creo. Como le dije en una ocasión, a lo mejor tenía que haberlo escrito usted. Seguro que se lo habría pasado mejor que con la biografía de Subirachs.
Como siempre, sus opiniones eran irrebatibles, tenía buen ojo y no se le escapaba ni una.
El día que le llevé el manuscrito de mi biografía de Gaudí, me preguntó si tenía la pequeña cámara que suelo llevar en el bolso. Al decirle que sí, llamó a un colaborador y le pidió que nos hiciera una foto para celebrar que yo había terminado “los ladrillos”. Me coloqué a su lado y cuando se iba a disparar el objetivo, hizo un gesto para que se parara la foto, diciéndome: –No, así tan tiesos no. Hoy es un día de fiesta, cójame del brazo como si fuésemos de verbena. La cámara se disparó y gracias a su ocurrencia quedó una imagen inolvidable en el libro prologado por él. Con esta muestra de su humor siempre positivo quedará instalado en mi recuerdo el admirado y respetado Joan Bassegoda Nonell.
Ana Mª Ferrin
(*) El impresor y librero Josep Mª Bocabella, fue el promotor iniciador del proyecto para la construcción de la Sagrada Familia. Al fallecer, como no existía ninguna imagen suya, la Junta de Obras del templo le encargó un retrato al pintor Aleix Clapés, que realizó basándose en la mascarilla mortuoria del fallecido.
(*) El impresor y librero Josep Mª Bocabella, fue el promotor iniciador del proyecto para la construcción de la Sagrada Familia. Al fallecer, como no existía ninguna imagen suya, la Junta de Obras del templo le encargó un retrato al pintor Aleix Clapés, que realizó basándose en la mascarilla mortuoria del fallecido.
que Diós le tenga en su gloria! gracias Bassegoda y gracias Ana Maria.
ResponderEliminarHola, gracias a él del que tanto aprendimos.
EliminarY a ti por tu paseo por el blog.
En estos tiempos de catarsis y bifurcaciones que mala cosa que se nos haya ido alguien así
ResponderEliminarJoanot, estoy segura de que tu comentario le hubiera gustado al profesor. Y mucho.
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