RELATO
Original de
Ana Mª Ferrin
23 de junio, víspera de San Juan
Mis piernas,
simplemente,
son hiladas de agua
que acompañan
vehementes
el curso de sus días...
Ana Gorría
Junto a la baranda, en brazos de la noche... (1) |
A la derecha, Tauro, Géminis... |
La estrella, subiendo en vertical... |
En el centro, sobre el Portal del Nacimiento... A la derecha entre los árboles, el dolmen...(2) |
PASADIZO HACIA LA GLORIA (*)
Publicado en Gaudí y Más. 25 de junio de 2016
-¡Madre
mía! Quien me lo iba a decir a mí...-, se dijo María, la poetisa, acomodándose en un banco
frente al templo. Cruzando las piernas y buscando en el bolso tabaco y
encendedor, repitió-: A mí, que siempre
había creído que esa clase de atracción no existía...
Abrió el neceser.
Mirando con aprobación en el espejito el óvalo de un rostro donde brillaban dos ojos color uva, enmarcados por unos cabellos cortos muy rubios,
hubo de reconocer que estaba equivocada en cuanto al potencial de la pasión. ¡Y
tanto que existía! Si su cuerpo se fundía con cada frase de Kenzo...
Yo, rescatada cuando apenas yo, era yo… A la derecha de donde se había sentado, un jardinero regaba el macizo de adelfas aún capullos, rodeadas de pájaros e insectos. Aquellas flores eran la metáfora del azar. Sólo unas pocas, las elegidas, lograrían hurtarse a los voraces enemigos y florecer en plenitud. Un pino parasol colgaba en el tramo del jardín que bajaba hacia el lago. Observando la peculiaridad de silbar su aliento después de un riego, María vio ascender un velo líquido desde las piedras calientes empapando hojas y flores, hasta transformar la visión del templo entre el sol y el vapor.
Más tarde, velada por la nebulosa y tendida sobre las sábanas revueltas, viendo secar en su vientre el rastro del deseo, dejó vagar las manos palpando el cabecero metálico de la cama a la caza de algo sólido, frío, cuyo contacto la ayudara en su afán de volver a la realidad aplacando la excitación convulsa entre su cuerpo y su espíritu, tras el huracán de caricias.
Ana Mª Ferrin
(*) Texto base para el capítulo 10,00 h. del libro Regreso a Gaudí's Place, A.Mª.Ferrin, 2005:
Hacia
las estrellas. De noche o a pleno día se veía lanzada
en pos de las estrellas, proyectada hacia un cielo transformado en mar donde
invisibles pescadores izaban sus redes repletas de las que escapaban escamas de luz, salpicaduras de luna.
Camino de su trabajo, María siempre daba un rodeo para contemplar la
fachada del Nacimiento de la Sagrada Familia reflejada en el agua. Y aunque no
se distinguieran en la distancia, la dirección de su mirada iba también hacia
las constelaciones del Zodiaco que Gaudí había colocado envolviendo el
grupo escultórico de la Encarnación, sobre el Nacimiento, con Aries y Virgo enmarcando el Portal.
Esos eran ellos dos como le había hecho notar Kenzo, médico en el cercano Hospital, un japonés venido de Miyagi enamorado del templo de la Sagrada
Familia. Sus dos signos orlando un dintel dedicado precisamente
al AMOR. Así, con
mayúsculas. Desde la terraza del menudo apartamento que acogía sus
encuentros podían admirar juntos a placer la estampa privilegiada de aquel sueño de
piedra. En las dulces siestas, para dorar su relación a fuego. Y cuando sus
horarios coincidían y podían abandonarse juntos en
brazos de la noche, ella sentía que la alcanzaba un fogonazo, que algo muy
dentro suyo la rasgaba de arriba abajo, como al árbol desgajado por una fuerza
salvaje.
Yo, rescatada cuando apenas yo, era yo… A la derecha de donde se había sentado, un jardinero regaba el macizo de adelfas aún capullos, rodeadas de pájaros e insectos. Aquellas flores eran la metáfora del azar. Sólo unas pocas, las elegidas, lograrían hurtarse a los voraces enemigos y florecer en plenitud. Un pino parasol colgaba en el tramo del jardín que bajaba hacia el lago. Observando la peculiaridad de silbar su aliento después de un riego, María vio ascender un velo líquido desde las piedras calientes empapando hojas y flores, hasta transformar la visión del templo entre el sol y el vapor.
A intervalos, más
hacia las torres camino de los árboles, se disparaba el surtidor automático soltando en el hueco del dolmen la pequeña cascada renovadora del
agua del estanque, acompañando los susurros de una pareja quinceañera sentada
en la losa superior. Un entrecruce de camisetas y zapatillas deportivas.
Libros, secretos, chicles, caricias, rico tiempo el de las golosinas. Toda la explosión del verano brillando a pleno día en el escondite de ramas donde una acacia telonea las piedras. Toda la ilusión filtrándose de piel a piel a través del mimo adolescente. Ante esa visión, el amante volvía a su pensamiento y María no podía apartar de sí al fogoso compañero cuyas largas piernas sabían apresar tan violentamente las suyas. La suavidad de su boca, húmeda y caliente, repitiendo a cada momento, Vámonos juntos. Vente conmigo. Vente conmigo… Vámonos… Su lengua inquieta y áspera, ondulante, como algas de un tibio mar de coral. Sus manos ardiendo...
Libros, secretos, chicles, caricias, rico tiempo el de las golosinas. Toda la explosión del verano brillando a pleno día en el escondite de ramas donde una acacia telonea las piedras. Toda la ilusión filtrándose de piel a piel a través del mimo adolescente. Ante esa visión, el amante volvía a su pensamiento y María no podía apartar de sí al fogoso compañero cuyas largas piernas sabían apresar tan violentamente las suyas. La suavidad de su boca, húmeda y caliente, repitiendo a cada momento, Vámonos juntos. Vente conmigo. Vente conmigo… Vámonos… Su lengua inquieta y áspera, ondulante, como algas de un tibio mar de coral. Sus manos ardiendo...
No, no volverá
a existir otro día igual a éste...- pensaba ella tras cada nueva unión. En el estado en que se encontraba, parar unos minutos en
la plaza Gaudí antes de entrar en su casa de la calle Marina era lo único
sensato que había hecho en una semana enloquecida. Si, ocho días llevaba
viviendo sin timón, con aquella alegría desmedida. Diríase que galopaba montada
sobre un caballo desbocado al que azuzara un látigo de espino. Cada
encuentro creyendo que sería el último, que después sólo podía llegar la
muerte... Pero sobre todo, los dos atados, con sus familias... ¿hacia dónde se
dirigían?
Aunque María era del
barrio, no sabía mucho de Antonio Gaudí, sólo conocía su lucha por sacar
adelante un sueño al que había sacrificado su vida. Ahora ella lo
entendía muy bien. Formaba parte de un grupo privilegiado, experimentando ese sentimiento límite por el que uno sería capaz de traicionar
a Dios, a la Patria, incluso a la mismísima madre si se le pusiera por delante.
Conocía la furia arrasadora de vivir quemándose el alma como una vela encendida
por los dos extremos, de subir al firmamento en vertical, rauda, directa, ¡como
un cohete camino de la explosión! Para después desintegrar el color de sus
sentidos, difuminándolos por el cielo hasta no dejar ni rastro...
Al
llegar a ese punto de sus pensamientos recordó la última noche con su espalda
apoyada en los hierros de la baranda y las manos echadas hacia atrás
apretando los barrotes helados, hasta que cobraron vida y calor contra
sus caderas al ritmo marcado por Kenzo. La fuerza del hombre traspasada a su
cuerpo, mientras las uñas rojas de ella arañaban los hierros arrancando briznas de
pintura.
Más tarde, velada por la nebulosa y tendida sobre las sábanas revueltas, viendo secar en su vientre el rastro del deseo, dejó vagar las manos palpando el cabecero metálico de la cama a la caza de algo sólido, frío, cuyo contacto la ayudara en su afán de volver a la realidad aplacando la excitación convulsa entre su cuerpo y su espíritu, tras el huracán de caricias.
Buscaba la
calma después de la locura, cuando
lo vio de pie, apoyado en la forja que lo separaba del vacío, su cuerpo sólo
vestido por la luna con el fondo del templo. Junto a la cama asomaba la
cazadora arrojada con furia al suelo horas antes, y sobre ella, la
camiseta azul y el pantalón vaquero liberado de su cinturón con hebilla
de plata. La ropa interior embarullada y revuelta contrastaba su blancura con
los zapatos de ante, tirados descuidadamente sobre el montón con los cordones
atados. Recordando y recordando, junto con la imagen
desnuda de la noche anterior, asaltó a María un repentino ataque de felicidad
que la llevó a levantarse del asiento.
Estaba decidida y tenía
que aprovechar el momento. Era consciente de lo efímero de la aventura, de que
estaba viviendo una de esas ocasiones insólitas en que se dan todos los
requisitos para la felicidad y debía agarrarse a cualquier medio humano y
divino para prolongarla.
Dejó el asiento cruzando la calzada camino de la hucha instalada en la pared del templo. Y como
uno cualquiera de los millones de turistas que llevan más de un siglo
haciéndolo, abrió el monedero y echó una limosna en la ranura. Para que al
menos, el golpe de cincel de un detalle cualquiera, en una piedra cualquiera,
llevara escrito para la Eternidad el nombre de los dos amantes en las entrañas
del templo.
El chorro de agua que
el jardinero seguía dirigiendo por el aire cayó entonces sobre el muro de piedra, salpicando otra nube de polvo y vaho que obligó a los viandantes a bajarse de la acera y aventurarse, andando entre los coches durante un largo tramo.
Ana Mª Ferrin
(*) Texto base para el capítulo 10,00 h. del libro Regreso a Gaudí's Place, A.Mª.Ferrin, 2005:
Ya decía yo que me sonaba: María Doménech, la poetisa. Falta la "compañera" ocasional del banco donde estaba sentada, quien le ofrece un trago del cartón de vino pelón como contrapartida del cigarrillo ofrecido.
ResponderEliminarSaludos, Ana María.
Hace tiempo que no veo a la compañera peleona, precisamente estuve ayer en la plaza y tampoco estaban ni ella ni la señora que alimentaba a las palomas, aunque sí otros habituales. La vida sigue su curso y espero que sean ausencias casuales.
EliminarSaludos.
-Bien dice María, que esos momentos donde se llega a rozar el cielo y se baja en un cerrar de ojos ,pero que dejan una huella y sobre todo una sensación casi Divina...
ResponderEliminar-Me he reído con tu comentario:es verdad, que llevamos muchos siglos queriendo destruirla jajaja...
Besos y ahora que sea lo que tenga que ser:)
Querida Bertha. Deseo que te sientas MUY Divina y muchas veces.
EliminarBueno, ahora ya sabemos por dónde navegamos. O no. O vete tú a saber... Quién sabe... Cuánta indecisión, Dios.
Realmente es un sueño de piedra único. Besetes.
ResponderEliminarSi, un sueño donde soñar cosas buenas con quienes queremos, siempre presentes..
EliminarPetonets
This Caudi Castle is amazing. Your photos are lovely, specially the first one.
ResponderEliminarHugs
Hola.
EliminarSupongo que te refieres a la entrada anterior. Como puedes ver, esa pertenece a la nueva web oficial de El Capricho:
http://www.elcaprichodegaudi.com/2014/06/09/estrenamos-nueva-web/
Bien que es un pasadillo hacia la gloria, ya que el relato te lleva a ella.
ResponderEliminarUn feliz domingo.
Parece que el pasadizo que la llevaba a esa Gloria no está nada mal.
EliminarUn abrazo
Qué tierna y hermosa historia, Ana María. Creo que el fogonazo que la alcanzaba, la mantendrá iluminada el resto de sus días.
ResponderEliminarUna historia tan intensa marca a quien la vive, de eso no hay duda. Esta es real, duró cinco años y la protagonista me permitió contarla con su imagen en el capítulo de un libro de reportajes sobre la Sagrada Familia.
EliminarDesde Barcelona, saludos
Bueno, Ana María, es que ese templo sé bien cuanto la inspira en todos los sentidos. Y este relato es uno más, como otros que recuerdo de tantos personajes, a cual más variado, asomados a ventanas, balcones o terrazas, con la Sagrada Familia de fondo.
ResponderEliminarUn saludo.
O pasando las horas muertas tumbados en el césped, mirándolo con su fondo de nubes, como he visto hace unos días a una familia completa de ingleses. Estaban desde un bebé a los abuelos o bisabuelos. Sí es una estampa inspiradora.
EliminarSaludos.
Ana Mª,
ResponderEliminarComeço por dizer que é um belo texto este que acabo de ler. Mas algumas dúvidas ficaram, que você pode esclarecer para mim:
a) qualifiquei o seu texto como sendo uma crônica envolvendo a famosa igreja de Gaudí (Camino de su trabajo, María siempre daba un rodeo para contemplar la fachada del Nacimiento de la Sagrada Familia reflejada en el agua”), até porque aí estão as belas imagens da Igreja,Tauro, Géminis, La estrella;
b) ou não sendo crônica, pode ser um texto de cunho histórico (“Aunque María era del barrio, no sabía mucho de Antonio Gaudí, sólo conocía su lucha por sacar adelante un sueño al que había sacrificado su vida”), que não pude ver?
Justifico, Ana, minhas dúvidas, não apenas pela sua língua pátria, que penso compreender, mas também por tudo que envolve Gaudí e sua obra, com as dificuldades próprias para iniciaantes.
Resta-me reafirmar que achei um texto excelente, Ana Mª Ferrin, e aguardar a sua resposta.
Abraço.
Pedro.
EL texto es el germen de una historia real convertida en relato. Forma parte del libro de reportajes novelados que publiqué sobre la Sagrada Familia, “Regreso a Gaudí’s Place”. Allí aparece el episodio completo con la imagen de la protagonista, una amiga poeta de Barcelona.
EliminarSaludos, Pedro
Olá Ana Mª.
EliminarMinha dúvida ficou esclarecida. Trata-se de um relato, como você diz nesta sua resposta. Gracias.
Abraço.
Sin duda es un espacio en el que debe ser facil dejar volar la imaginacion, y soñar...
ResponderEliminarUn abrazo
Dicho por un conocedor de la Mezquita es todo un halago.
EliminarUn cordial saludo