Jaume Ribó Batalla decidió explicar al mundo cómo es la vida con un cuerpo inmóvil y ganó hace treinta años el Premio Ondas de Literatura por su obra. Un ataque reumático y unas fiebres tifoideas le obligaron a vivir postrado desde entonces. Unos amigos le fabricaron una camilla elevable, con la que puede salir incluso a la montaña y recuperar la visión vertical que tiene todo cuerpo humano.
EL ESCRITOR HA SOBREVIVIDO A INNUMERABLES DESGRACIAS
Publicado en Sant Andreu Expréss. Febrero de 1989
El ejecutivo vestido de Fiorucci atraviesa la calle Servet a la altura de la avenida Meridiana. Se estira hinchando el peso al cruzarse con una jovencita que le ha enviado una sugerente mirada. Gira levemente el cuello para apurar la gentil figura y en ese preciso instante, tropieza, y se queda desparramado en la estrecha calzada. Aún en el suelo, ladea urgentemente la cabeza, pero se tranquiliza mucho viendo que la muchacha no ha llegado a verle en tan desairada pose. Más tranquilo, se incorpora a cuatro patas sacudiéndose la negra ropa y retoma el camino con la seguridad de que nadie ha sido testigo del percance. Pero se equivoca. Todo el número ha sido filmado por unos ojos que han convertido esa bocacalle en parte de su vida desde que se inauguró la finca en 1975. Jaume Ribó Batalla, hoy ya con sesenta y cinco años, comparte ese ángulo vial añadiéndole su porción de cielo y montaña, con el trabajo de Control Publicitario de Televisión, medio de vida para él y su esposa Mª Dalia.
PREMIO ONDAS
Hace ahora treinta años fue famoso, casi una celebridad, al conseguir el más importante galardón literario de la época, el premio Ondas de Literatura con su libro Mi cuerpo inmóvil. Una especie de biblia para los que estando en una misma situación de forzada quietud han conseguido esta obra agotada e inencontrable, que buscan como regalo precioso todos los que tienen algún ser querido en esas condiciones.
Su primera historia podría despacharse en cuatro líneas. Nacido en Antequera, Málaga, hijo de catalanes, que ya de por sí es curioso. Su padre fue uno de aquellos cotizados químicos tintoreros del Ram de l'aigua (1), que contrataban empresas de otros lugares para que pusieran en marcha sus textiles con eficacia catalana. Después de diez años, ya de vuelta en Barcelona, la familia se establece en la calle Servet y Jaume empieza la escuela con las Madres Josefinas. A los quince años entra como aprendiz en una empresa curtidora de Horta, y ahí un previsible camino artesanal empieza a torcerse por los dolores que van atenazando sus piernas, imprimiéndole una torpeza a sus movimientos que dificulta su afición al fútbol. Más tarde, el problema es como subir una escalera, finalmente un suplicio el sólo ensayar cuatro pasos. Y con sólo diecisiete años, vivió el fin de una guerra y el caos organizativo de una posguerra, culpable con sus escaseces de alimentos de tantas carencias de adolescentes en pleno desarrollo que escondían una anemia en cada esquina.
Al ataque reumático seguirían unas altísimas fiebres tifoideas que le obligarían a una larga postración. Y cuando la familia quiere darse cuenta, aquellos miembros siempre doloridos eran ya un haz de huesos y tendones agarrotados que no soportaban encima ni el leve peso de la ropa.
Ingresó en el Hospital de San Pablo y más tarde en el Instituto Neurológico. De los dos años pasados allí recuerda el terror diario de que en su visita a la sala, el médico se detuviese ante la cama y le realizara ejercicios de rehabilitación. El dolor inhumano lo soportaba mordiendo una toalla para ahogar los gritos, aunque no siempre le era posible. Allí estaba Jaime inmovilizado y sufriendo, cuando se atrevió a proponerle al médico una variación en el tratamiento:
- Le dije que aquella práctica podía realizarse con anestesia. Me empezó a gritar: ¡Anestesia, anestesia, eso no se hace ni con los de pago, y usted que viene por lo pobre me pide anestesia. No se meta en lo que no conoce! Pero se ve que luego, a solas, el hombre debió meditar y pensó que yo tenía algo de razón. Así que me lo hicieron dos veces. La primera fue bien. La segunda vez, al despertarme, vieron que me habían fracturado el fémur.
Así que, para abreviar la historia, se ve devuelto a casa porque en el Hospital, según le dicen: no sabían hacerle nada más, y además el percance de la rotura había enfrentado a dos médicos y Jaime, aunque sin culpa y víctima del caso, se había convertido en un elemento de discordia entre ellos. De nuevo en la habitación de su casa, miraba el techo de los desconchados de pintura que podían convertirse en una u otra figura según el sol proyectara diversas sombras. Un enfermo de estas características saca valor de todos los que le rodean. No sólo de su esposa, antes fue su madre atendiéndole, arrastrando los pies llenos de dolores, la hermana trabajando en Fabra y Coats (2) todas las horas posibles para el sostenimiento de aquella casa, y el padre, catalanista vencido, acompañando a su hijo durante años, animándolo, hablándole del futuro fin del régimen franquista porque, según él, iba a ser cosa de cuatro días, -Això no por durar, ja ho veuràs (3).
Van pasando por sus manos Shakespeare, Cervantes y novelas vulgares. Lo máximo y lo mínimo sirven para dar alas a su imaginación junto a la correspondencia. Y unos increíbles viajes a Lourdes que organiza una obra desconocida a nivel popular, pero impagable para sus beneficiarios, Fraternidad con los enfermos, de la calle Ciudad de Mallorca. Conozcamos algunos de los diez que consiguió realizar.
- No sé por donde empezar a contarlos. Ya los viajes en sí eran una aventura. Al estar completamente rígido -ya ves que no puedo ni girar el cuello- mi camilla no podía introducirse por puertas ni ventanas, así que me instalaban en un vagón de carga, ingeniándose para sujetarme, porque esos vagones no llevan suspensión y hacía todo el viaje saltando como en una batidora. Menos mal que las puertas estaban corridas que si no, hubiera salido despedido. Pero todo se hacía con un buen humor estupendo, éramos conscientes del gran esfuerzo que hacían los acompañantes. Mira si lo eran, que en una ocasión nos llevaron a tres compañeros a visitar París. Nos pasearon por la parte antigua, y yo, que había leído a Zola y Víctor Hugo, estaba emocionadísimo leyendo los rótulos de las calles. Y ya el colmo fue la visita al Museo del Louvre, una experiencia que en nuestras condiciones puede bastar para recordarla toda una vida.
Ya sabemos que la burocracia es una madre que va dejando hijos clónicos por el mundo. Uno de ellos era el portero del Louvre. Se negó a que las ruedas de estos enfermos mancillaran el ascensor. -Está reservado a las autoridades. Lo dicen las ordenanzas. Pero se encontró con un cuidador al frente del grupo, dispuesto a llegar hasta el final de un derecho a la cultura que, precisamente en sus artículos 26 y 27, había quedado inmortalizado en «La Declaración de los Derechos del Hombre». -De acuerdo, páseme con su superior. El superior también se negó.
Pero grado por grado, galón por galón, éste magnífico gestor se plantó en el despacho del Director del Louvre, quien con auténtico «savoir faire» bajó y se puso a su disposición, ordenando a los empleados: -A ver, ustedes acompañen a estos señores visitantes en el ascensor para que admiren todo lo que deseen, con calma, sin ninguna prisa, si es preciso que salgan ustedes más tarde, salen más tarde.
En otro de los viajes les sorprendió la lluvia al final de un servicio religioso. Por mucha prisa que se dieron en ponerlos a cubierto, eran tantos y tan difícil su acomodo que no hubo más remedio que cubrirlos con lonas. Pero el aguacero era avasallador y Jaime pudo disfrutar el goce de las salpicaduras que se colaban alcanzando su cara, deslizándose por su cuerpo, una experiencia deliciosa, sentir como las terminales nerviosas adormecidas se le encabritaban con aquellas hileras de vida corriendo por su piel.
En pleno recorrido, un compañero de peregrinación le comunicó: -Yo colecciono libros autografiados, es muy interesante, ¿por qué no haces lo mismo?. Él le proporcionó las primeras direcciones para que se dirigiera a los autores, solicitándoles un libro firmado. De entre aquellos a los que escribió, José Mª Gironella fue el primer corresponsal famoso que lo visitó. El autor de Los cipreses creen en Dios sacudía los cimientos de nuestra sociedad, con el primer testimonio que se publicaba en España de la guerra contada desde la óptica del bando perdedor. Así recuerda José Mª Gironella al Jaime de aquellos días:
- Han pasado muchos años desde que nos vimos, aunque nos escribimos bastante tiempo, pero no olvido la impresión tan profunda que me causó conocerlo.
De Gironella a Tomás Salvador, visitante asiduo, conversador que fue descubriendo en Jaume Ribó una rica sensibilidad hacia lo que le rodea. Él, que ideológicamente tiene poco que ver con Ribó, aprecia su forma de ver la vida y le empujó a escribir sus sensaciones. Jaime no se decidía y entonces Tomás Salvador aprovechó un espacio que publicaba en El Correo Catalán para dedicarle una “Carta a Jaime Ribó”. En ella le preguntó: -Dime Jaime, ¿qué sientes al escuchar la lluvia en tu ventana? ¿Y al ver reflejarse el sol y no poder atraparlo con tus manos? Decídete Jaime, nadie antes que tú ha descrito la vida como tú la vives, horizontalmente.
Jaume Ribó con la máquina instalada por sus amigos |
Recordando aquellas conversaciones y empujado por el artículo, intentó el relato de sensaciones que atrapa de la vida para su «cuerpo inmóvil». Agarró la máquina, ingeniosamente sujeta a la cama, y con el pánico al folio en blanco que todo escritor conoce, fue construyendo un cuento inquietante, El chivo blanco, siguiendo el hilo de un imaginario viejo de largas barbas que habitaba en la Torre del Baró (4) . Cuando se lo entregó a Tomás Salvador, este se quedó mirándole y arremetió contra él. -Con todo lo que llevas dentro y se te ocurre inventarte un cuento. Escribe de lo que conoces, esa es la primera regla, hombre, ¡atrévete de una vez!.
Jaime siguió tonteando con la pluma, rodeando el tema sin llegar a abordarlo. Y llegó una noche en la que no conseguía dormir. ¡Claro que tiene material para escribir!. Pero, ¿cómo va a desnudar su alma así, para los extraños?. Desde los diecisiete años postrado en una cama. Ante sus ojos y oídos ha ido pasando inaprensible la juventud, y ahora, a los treinta y seis años, camino de la madurez ¿no va a tener sentimientos para transmitir?. Claro que los tiene, pero es tan duro...Pasó la noche en vela y agotado llegó al amanecer. Sin apenas luz tomó una cuartilla y empezó una oración hacia las alturas, sin rencores ni reproches. Le salió un capítulo increíblemente bello sobre la fe, que conmueve desde Gironella hasta Manuel del Arco. De ahí en adelante todas las sensaciones fueron encontrando su espacio.
Algunos médicos me observaban como a un objeto inanimado
En su momento, él no lo adivinó porque su objetivo testimonial era otro, pero Mi cuerpo inmóvil resulta hoy una completa crónica de un arrabal de la ciudad. El vendedor de hielo, el drapaire (5), y todos los sonidos vitales de una época, grabados capítulo tras capítulo:
-Después de cenar, los mayores toman una silla y salen al portal, al tiempo que aprovechan unas horas de frescor charlan con otros vecinos animadamente, se refuerzan lazos de vecindad.
-Después de cenar, los mayores toman una silla y salen al portal, al tiempo que aprovechan unas horas de frescor charlan con otros vecinos animadamente, se refuerzan lazos de vecindad.
-Calor, sudor. Ir tras las brisas, andar por cualquier sitio, huir por huir, como los pájaros al escapar de la jaula, echándome agua por la cara, por la espalda, por todas partes donde cubre la sábana ardorosa. En el cuerpo bulle el calor, flojeando lascivamente la carne sedienta. Hay sed, mucha sed de agua, de aire, de carne... Es el calor, ese fuego que hace hervir la sangre con deseos imperiosos, materialistas, acallando el espíritu lastrado. La mente, calenturienta, recorre las horas negras con deseos excitantes de penetrar las incógnitas por descifrar... Señor, ¿por qué envías tanto calor?.
Emerge su intimidad subvalorada, carne de Hospital.
- Cuando llegaba a mi lecho un médico desconocido, sin relación alguna con mi persona, atraído sólo por “el caso”, descubría mi cuerpo sin previo aviso ni permiso, me destapaba llevando mi ropa hacia los pies, donde no llegaban mis manos. Una vez complacido se marchaba sin volver a taparme. Me daba la impresión de haber sido observado como un objeto inanimado, sin valor, como si el solo hecho de estar hospitalizado hiciera que mi cuerpo perdiera la consideración que todos nos debemos como personas.
Emerge su intimidad subvalorada, carne de Hospital.
- Cuando llegaba a mi lecho un médico desconocido, sin relación alguna con mi persona, atraído sólo por “el caso”, descubría mi cuerpo sin previo aviso ni permiso, me destapaba llevando mi ropa hacia los pies, donde no llegaban mis manos. Una vez complacido se marchaba sin volver a taparme. Me daba la impresión de haber sido observado como un objeto inanimado, sin valor, como si el solo hecho de estar hospitalizado hiciera que mi cuerpo perdiera la consideración que todos nos debemos como personas.
Le visitó Manuel del Arco para hacerle la que sería primera entrevista para Jaime. El periodista creía en él y se arriesgó a publicarla aún antes de que se fallara el Premio al que había presentado la obra. En prensa, radio y televisión, Enrique Rubio descubrió la personalidad del autor por todos los rincones del país. Ganó el certamen y entre la dotación económica y unas colaboraciones periodísticas que contrató, le permitieron plantearse el matrimonio con su gran amiga de Badalona, Mª Dalia. Se casaron y decidieron vivir desde el anonimato todas las sensaciones posibles. Su aventura literaria podría haber sido tan sólo un breve entreacto luminoso entre la nada y la nada, pero tras su unión emprendieron un replanteamiento diario, una lucha por intentar un nuevo estilo de vida.
Con la furgoneta que aportaron unos amigos, Mª Dalia lo trasladó a las playas de su infancia, y allí lo bañó sobre un colchón inflable. El Dr. Minguella del Hospital de San Juan de Dios les orientó sobre una camilla norteamericana elevable, que permite al paciente una posición oblicua más cercana a la normal verticalidad. El original no estaba a su alcance económico, pero dos amigos, un ingeniero de Sabadell y un mecánico, convirtieron el proyecto de ángulo de hierro en una realidad. Con el nuevo soporte subieron a la montaña, y Jaime pudo de nuevo alargar las manos y coger cerezas o arrancar el pasto y oler a tierra mojada. Siguiendo con su idea, habló con los responsables del cine Victoria, y hasta allí empujó las ruedas de su camilla, retomando como peatones el sentido visual de la vida.
- Y aunque ya no tan a menudo, aún seguimos las nuevas realizaciones que se llevan a cabo en Barcelona, y cuando tenemos posibilidad de transporte, nos acercamos a verlas».
- Y aunque ya no tan a menudo, aún seguimos las nuevas realizaciones que se llevan a cabo en Barcelona, y cuando tenemos posibilidad de transporte, nos acercamos a verlas».
Como muchas otras que se esconden entre cuatro paredes, esta historia podía haber quedado en anónima de no ser porque este hombre se reveló contra un destino que le condenaba al único ejercicio de su cerebro, y como tantos otros compañeros de dificultad, quiso ser útil ayudando y trasmitiendo. Esta determinación queda reflejada claramente en un solidario párrafo de su libro:
- Tú, el de la médula averiada, sin sensibilidad de cintura para abajo, que estando en tu silla de ruedas enseñaste a leer y escribir a otros... tú, también con la médula quebrantada, que aprendiste a construir receptores de radio para ayudar a los tuyos... Tú, que te empeñaste en bordar teniendo un sólo brazo útil; y tú, y tú, esforzados trabajadores que luchásteis lastrados por vuestros achaques, haciendo poco, que era cuanto podíais. Aunque vuestra monotonía laboriosa fuese poco menos que nula para el gran concierto del mundo, no fue baldía. Pasad a este lado, donde moran los que cumplieron con su deber.
Ana Mª Ferrin
Ana Mª Ferrin
(1) (Ramo del agua) Nombre dado a las fábricas dedicadas a los tintes, aprestos y acabados de prendas textiles tejidas. Atención: En sentido figurado, Ser del ramo del agua equivale a ser homosexual.
(2) Empresa de hilaturas
(2) Empresa de hilaturas
(3) -Esto no puede durar, ya lo verás
(4) Torre del Baró: Construcción inacabada en un montículo cercano a la Vía Favencia de Barcelona. Se corresponde con una torre mansión edificada a principios el año 1904 por, según se cuenta, Manuel Mª de Sivatte y Llopart,(1866-1931) para su hijo Manuel María, enfermo de difteria. Según lo médicos los aires puros de la sierra entonces conocida como de Pinós, podían salvarlo, por lo que emprendió la construcción de la mansión. Al parecer, el hijo sanó y la obra no se terminó. En origen parece que la finca se la había comprado el padre de Sivatte al Barón de Pinós para construir una urbanización, de ahí el nombre con que es conocida.
(5) Trapero
Entrevista muy interesante .Siendo un tema dificil en su tratamiento ,la autora consigue hacernos sentir la realidad en la que vive el Sr Ribò.Todo resuelto por parte de Ana Maria con humanidad y brillantez.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho encontrar este artículo. En casa conocimos y tratamos mucho al matrimonio, pues eran amigos de juventud de mi padre, que fue uno de los artífices en su taller de metalurgia de la famosa camilla elevable. Recuerdo haber estado en su casa de niña, y las visitas de su esposa, una vez viuda, a la nuestra.
ResponderEliminarEstamos haciendo un blog sobre nuestro padre, de momento en catalán, que se puede visitar:
www.carrermalats.blogspot.com
Un saludo.
Reciban mi felicitación. Así que su padre era Josep Giribets i Torrent, el mecánico que junto a un ingeniero de Sabadell construyó la célebre camilla elevable que tan feliz hizo a Jaume Ribó. Antes de hacer la entrevista, Enrique Rubio ya me había hablado de su funcionamiento y de que no sólo copiaron la camilla norteamericana, sino que la habían mejorado y que el padre de ustedes se había comportado como un verdadero amigo.
EliminarDespués de ese trabajo no volví a tener contacto con el matrimonio Ribó pero los dos fueron de esos personajes que nunca se olvidan. He visitado el blog de ustedes y no será la última vez. Bienvenidos a Gaudí Y Mas.
Me ha gustado mucho encontrar este articulo pues mi abuela era su hermana - vecina (vivian en el piso de arriba 3a puerta- y tambien cuidadora...cuando visitava a mis abuelos siempre bajava a ver-le...murió 2 semanas antes que yo me fuera a la mili...dejó un vacio muy grande...siempre que paso por la calle servet, miro a la ventana donde él siempre estava....gracias por artículo :)
ResponderEliminarpor cierto..me llamo Jaume Assens Pou Sans Ribó
ResponderEliminarHola, Jaume. Mil gracias por haberse detenido a enviar este mensaje. No me extraña que a usted le impactara su tío, tanto el fotógrafo como el periodista que me informó de su existencia y su libro, el gran Enrique Rubio, que además me acompañó aquel día, ya lo conocían como autor, quedaron tan encantados con él como yo misma. Descanse en paz. Seguro que de haber vivido otras circunstancias, habría publicado muchas obras interesantes. Saludos y Buen 2023.
ResponderEliminarEsta respuesta la he reproducido también en los comentarios de mi última entrada de este blog, titulada "Julio Cortázar y Antonio Gaudí"