Tres recuerdos. El primero, una zarzuela de magra de cerdo con almejas, lo descubrí en la muy cantada Lisboa. Falta una foto digna de Berlanga, pues aquella comida la compartimos vendados y renqueantes mi compañía y yo poco después de sufrir un accidente de moto con reconocimiento hospitalario incluido. Fue la primera vez que levanté la tapa a esa caja china de sorpresas que forma el pueblo portugués en las ciudades.
Lisboa. Praça Dom Pedro |
Tres recuerdos gastronómicos me traje de otras tantas visitas a Portugal
Un conjunto de represiones y explosiones con la máscara propia de los pueblos superpoblados, que optan por un correcto distanciamiento social y así poder defender su intimidad. Entrar en un café luso y no oir el vuelo de una mosca que importune la lectura del periódico es una constancia.
LISBOA
Estas gentes gentiles y calladas se han pasado la historia luchando contra los mismos invasores que nosotros y además contra nosotros, pues no hace tanto tiempo que se desgajaron totalmente de nuestro destino. Tienen en común con Cataluña el formar la otra corteza del sándwich ibérico y el haber sido punto de choque filtrando culturas marítimas desde su larga costa al interior peninsular. Decir sólo que Lisboa es señorial, amplia de avenidas, surtida y barata para compras artesanales y con total catálogo de diversiones, permitirá que pasemos a otros puntos más desconocidos del país.
Ahora, imagine que circula por una carretera interior y al salir de una curva se encuentra de bruces con una catedral de Barcelona triplicada en medio de una explanada. Ha llegado al Monasterio de Batalha y no habrá más remedio que parar, visitar este faraónico monumento que la UNESCO ha declarado de interés mundial y que nunca se hubiese construido de no perder España y ganar Portugal la batalla de Aljubarrota.
COIMBRA
Coimbra es una debilidad personal, lo reconozco. Un choque entre la vivacidad de los estudiantes de su Universidad, reciente premio Príncipe de Asturias 1987, contra una riqueza arquitectónica que abarca desde el mozárabe al gótico manuelino, ese estilo que consiste en aplicar símbolos marineros al encaje de sus piedras. Suspendida entre frescos bosques sobre un rio, con la lejanía azulada de la sierra y el mar, conserva esa belleza decadente que hace apreciar el arte y opinar cínicamente, que los tiempos feudales con sus grandes miserias sociales dejaron en cambio un patrimonio de belleza nada despreciable.
En su elegante restaurante Don Pedro conocí el equivalente a nuestro carajillo que ellos llaman Pegaço, añadiendo al café una copa de aguardiente muy capaz de saltarte las bisagras, atención simpática de un camarero que conocía Barcelona y pasó por alto el encopetado ambiente del comedor, adornado con surtidores y un alambique de cristal a la vista de los clientes como epatante cafetera, para servirles a los visitantes una bebida portuaria.
OPORTO
De Oporto destacaría su puente Eiffel y la particularidad de tener instalado el camping en un antiguo parque aristocrático, donde un romántico lago con un torreón en el centro es lugar muy apto para jurarse todo aquello que se suele a la luz de la luna. Según creo, hoy ya se ha subsanado un pequeño problema que observé hace seis años, y era que junto a la hoja de inscripción les faltaba entregarte un carnet de donante voluntario de sangre, tal era la voracidad de los mosquitos portugueses en aquel lago.
Y en el caso de que llegar a eso que llaman matrimonio sea su deseo oculto, le recuerdo que hay un santo, Sao Gonçalo, con fama de conseguirlo. En su nombre, se venden en las dulcerías golosinas de eróticas formas y en romería hacia su iglesia se dirigen multitud de fieles. El pueblo se llama Amarante y está a 70 kilómetros de Oporto.
Ana Mª Ferrin
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