Para saber decir Yo te amo, primero
hay que aprender a decir Yo.
Ayn Rand
RELATO
Original de
Ana Mª Ferrin
R.P.I.
- ¡Lo que hay que medir es no
pasarse! ¡Ay! ¡Miseria y desgracia
sobre mí!
Con estas palabras dichas a gritos zanjó Sura la conversación con su hija, dando unos últimos pasos vacilantes hasta llegar al centro de la alcoba, ante el balcón. El balde de cinc contenía unos veinte litros de agua templada y el peso que soportaban las dos asas, llevadas con ayuda de su hija Jamaii, hacía vacilar a las mujeres hasta trastabillarse. Bamboleantes, depositaron el recipiente sobre la manta que protegía el parqué, derramando parte de su contenido humeante.
La papada de Sura sobresale por encima del nudo del pañuelo gris con el que cubre su cabeza. Siempre que chilla a la niña, se le amorata el rostro y la garganta se le inflama como si estuviera a punto de reventar. Su temperamento sanguíneo la lleva a excitarse por lo más mínimo y al correr de los años –Jamaii ha cumplido quince-, su hija ha ido instalándose en el silencio con el alma encogida, esperando siempre el grito que azuza marcándole un ritmo de trabajo superior a sus fuerzas. Ausente, rebujada en el nido interior que potencia su naturaleza poco habladora.
La madre se seca las manos frotándolas, derecho y revés, por la gruesa tela floreada de la túnica, el bubu, a la altura de sus fuertes caderas y descorre las cortinas del balcón hasta recogerlas detrás de las estanterías, donde reposa una colección de cupidos y angelotes de porcelana. Por los cristales del balcón se ven los campanarios del templo de la Sagrada Familia con un despliegue de grúas y empleados, todos atentos a la imagen cobriza que baja pendiente de un cable por la fachada de La Pasión.
Al recibir el impacto de la viga de sol que parte en dos la estancia en penumbra, Sura mete la mano en una abertura lateral de la falda sacando un pañuelo azul que desliza por su cuello, recorriendo con él la estrecha franja de piel sudorosa que se ve libre entre el traje y la pañoleta.
- ¡Tú! –dice dirigiéndose a Jamaii, que fija en ella sus grandes ojos color de kiwi pelado-: Me voy al mercado y después iré a encargar que le suban a Mame Burlet el árbol de Navidad. Tardaré una hora o así. ¡Ve rezando al Profeta para que no rompas ninguna figura! Ya te he explicado que las has de coger así -tomó una de las piezas por la cabeza y se la mostró-. ¡Así! ¿Lo ves? De una en una. La sostienes así dentro del balde, la frotas suave con la esponja, la secas y la vuelves a colocar en la estantería. ¡De una en una! ¡No vayas a echarlas todas a la vez dentro del agua y tengamos un disgusto! ¡Sólo unas gotas de gel de baño! ¿Eh? Me voy. ¿Tienes la paz? ¿Tienen tus piernas la paz? ¿Tiene tu cabeza la paz?
Caminando hacia la salida del amplio apartamento de la plaza Sagrada Familia con pasos lentos, recreados, que hacen crujir la saya bajo el bubu, Sura escucha la respuesta de su hija, que a su vez oye la voz de la madre difuminando su retahíla de quejas al compás del carro de la compra , hasta que el golpe de la puerta al cerrarse anuncia su partida.
- Sí madre. Mi cuerpo tiene la paz-, susurra
Jamaii con los ojos bajos.
Scarlet Quezada en una imagen de Hairo Rojas |
LA CUNA DEL ALMA
A Jamaii, delgada ella, muy alta para su edad, sin ser consciente de la respuesta de su organismo ante el sonido metálico de la cerradura despidiendo a su madre, ha enderezado su metro setenta y cinco de estatura al que aprieta la túnica cuyo tejido parece haber encogido. A la manera de un insecto bola, el cuerpo se le ha desenroscado, su espalda se ha puesto recta alejada del peligro de gritos y golpes, de una manera mansa la serenidad ha conseguido que los símbolos que vienen oprimiéndola desde que a los once años tuvo la evidencia de ser una mujer completa, parezcan no existir.
Cae el pañuelo que oculta sus cabellos castaños peinados en cuatro trenzas enroscadas en la nuca formando un moño y se acerca al balcón, levantando el visillo con un dedo y dejando entrar la barra de hielo caliente y lechosa, rayo de sol dela Navidad compuesto por mil partículas que danzan caminando hacia el Sur con una parada en este primer piso de la plaza de la Sagrada Familia.
Cae el pañuelo que oculta sus cabellos castaños peinados en cuatro trenzas enroscadas en la nuca formando un moño y se acerca al balcón, levantando el visillo con un dedo y dejando entrar la barra de hielo caliente y lechosa, rayo de sol de
Jamaii no conoció a su padre, que las abandonó antes de ella nacer y al que su madre jamás nombra. Pero la joven es la prueba evidente de que era europeo, y que quizá el sufrimiento ante el abandono del amante sea el motivo de la férrea rigidez musulmana en la que ha ido cayendo su madre con el tiempo, distanciándose del alegre carácter de la población senegalesa. Y no es cuestión de creencias, pero Jamaii vive en estas fechas navideñas el arañazo de una nostalgia curiosa, con la sensación de ser la continua observadora de una fiesta a la que no ha sido invitada. Añoranzas de mazapán y suspiros de turrones, paladeados por mujeres vestidas con elegancia y sentadas a una mesa resplandeciente, donde suenan las copas del pecador champán, esa bebida dorada con columnas de burbujas que no paran de subir, y subir, y subir.
Son estampas que cada Navidad se repiten en los escaparates de los grandes almacenes y cuelgan de los quioscos de prensa. Su madre no le permite ver la televisión, pero sus escasos zapeos a escondidas y los recuerdos de imágenes descubiertas en revistas y libros del colegio, vuelven. Ya han pasado cuatro años - piensa absorta, deshaciendo sus trenzas en un reflejo mecánico-, desde aquel mes de diciembre en que su madre la obligó a dejar las clases y con las clases a sus queridas amigas. La visión de los puestos navideños de la plaza no hace más que llenarla de tristeza.
Si Sura la descubriera parada ahí, embelesada, al aire los cabellos ante el balcón abierto, la reprendería por ceder a las Fuerzas del Mal, diciéndole: - El pudor de la mujer virgen empieza ante ella misma ¿Me oyes? Ni ante sus padres, ni aún estando a solas, debes descubrirte. El cuerpo y los cabellos jamás han de mostrarse. Cada centímetro de carne que enseñes, cada cabello destapado, es una flecha que se clava en el alma de nuestros mártires, impidiéndonos ir al Paraíso.
¡Las figuras!
¡Ah! Mira...
¡Las figuras!
Ante los ojos de Jamaii la estantería con la colección de la licenciada Mame Burlet parece recordarle que el tiempo pasa y que ella misma está perdiéndolo, divagando en lugar de limpiarlas. El mediodía suma su calor traspasando de luz harinosa los cristales, potenciando el aroma de la alcoba a gardenias y cacao y sumergiéndose en el agua del balde. Vuelve al cristal, a mirar el alegre cortejo de las fiestas contemplando a tantas familias acompañadas de sus hijos que cruzan y descruzan la plaza, aprovechando las horas de comer para comprar unas figuritas para el belén. Y tiras doradas, o verdes, o rojas, o plata para el árbol, o el mismo árbol. Padres afortunados que han puesto la funda al ordenador para no quitarla hasta ya entrado el mes de enero, cuando las campanillas mixtas de los renos de Papa Noel y los camellos de los Reyes Magos hayan dejado de sonar.
Absorta la bella adolescente, Boticelli a la canela, va pasando sus dedos por las guedejas melosas, liberando los cabellos que caen formando horizontes ondulados, soñando con vivir en un entorno de ventanas abiertas, cortinas abiertas, ojos abiertos ante el runrún vivo de la vida occidental donde los días están tan llenos de cosas excitantes para una joven... Un no rotundo al polvoriento mundo de la sabana... Un no al mundo repetitivo y hermético en que se mueven las mujeres subsaharianas que no acceden a la cultura.
¡Ah! Mira...
Por los cristales, Jamaii acaba de divisar al escultor Josep Mª Subirachs sentado en una silla del chiringuito de la plaza, atento a ver como desciende por la fachada una figura modelada por él. Jamaii sabe que se trata del artista porque lo conoce, una vez salió a saludar a los niños de su clase durante una visita del colegio al templo de la Sagrada Familia y ella fue una de las que habló con él. Le preguntó si era verdad que, como les contó una maestra, en la mano que Judas enseña sentado a la mesa de La Ultima Cena , el Apóstol traidor esconde de veras en el puño, treinta monedas de plata. Subirachs se había reído al escuchar la ocurrencia de la niña, acariciándole la cabeza y contestándole: - ¡Por Dios! Sólo me falta que se extienda ese rumor y algún loco le arranque la mano a Judas para comprobar si eso es cierto...
Aquí,
limpiando esta casa, Jamaii es feliz. Hubiera pagado lo que no tiene por poder
pasar esta hora a solas en el grandioso dormitorio de la dueña, un lugar
hechizado lleno de libros del esposo. Novelas, biografías y libros de arte y
viajes que han sido el oculto alimento espiritual de Jamaii durante estos
últimos cuatro años condenada por su madre a no estudiar. La palabra escrita la
salvó de la tristeza. La palabra y la magia.
Porque en lo más
profundo de los cajones, bajo la lencería comprada en París, escondidos
por los bordes del colchón y entre los pliegues de las cortinas, la dueña de la
casa oculta amuletos preciosos donde anidan toda suerte de poderes. La classe
dirigeante de Dakar sabía que la fortuna de la economista
Mame Burlet procedía de las relaciones con sus amantes blancos, los belgas
inversores y propietarios de minas. Y no sólo ellos.
Embajadores
y cónsules europeos y de las dos Américas, habían pasado por
la alcoba de la cortesana ilustrada sin que le regalasen más que un buen
consejo financiero, información que ella había sabido utilizar muy bien.
Una vez
puesta en marcha, la máquina de la murmuración es implacable y esa historia
silenciada a voces, captada al vuelo en las conversaciones de los mayores,
venía a la mente de Jamaii al contemplar el retrato de boda de la propietaria
del piso barcelonés con el rico comerciante mejicano, una boda que fue en su
tiempo la comidilla de los círculos senegaleses donde se cuece el poder.
Dueña del
espacio, Jamaii conectó la cadena musical y nada más escucharse las notas
festivas de Bayé Tissus inundando la estancia a ritmo
de reggae supo que no había hecho bien, porque para sus
planes de futuro, la música africana sureña y pantanosa era un difícil enemigo
a batir.
Tenía dos
cadencias. Si en una ni quería pensar porque tenía el sonido que enviaban los
jergones de hojas de mazorca, cuando las parejas se unían en la
danse horizontale du stylet dans le pot de collyre, la otra
no era mejor. Era el exacto golpeteo alternativo de dos mujeres, dando con un
tronco en el interior de un mortero para moler el mijo. Y ese son contenía todo
lo que la joven odiaba de sus raíces negras.
Desidia,
corrupción e ignorancia, cabían para ella en aquellos acordes acompañados por los
cascabeles y tambores propios de los músicos de una tierra que su mente
rechazaba. Pero al sonar, a la vez y a su pesar, en un punto oculto del
interior de Jamaii comenzaba un foco de calor que extendía ramales por todo su
cuerpo, la sangre batía con fuerza en sus sienes, en sus entrañas, movida por
los ancestros y obligándola a doblarse hacia delante agitando los brazos,
ordenándole que aceptara su verdadera identidad.
Sin dejar
de bailar, Jamaii cogió el marco de plata con la foto de los amos que reposaba
sobre la cómoda. Mame Burlet tenía unos cuarenta años, la misma edad que la
madre de la adolescente, sirvienta en Dakar que acompañada por su hija había
seguido en su periplo a la acaudalada pareja, de Bruselas a París, desde París a México, instalándose finalmente con ellos en Barcelona donde
llevaban ocho años.
En la foto,
la majestad del hombro caoba de Mame Barlet era la muestra de un cuerpo rotundo
envuelto en su bubu amarillo, ciñendo con bordes de encaje
negro un busto poderoso. La espectacular mujer era la viva imagen de cómo la
inteligencia y la cultura eran capaces de aunar religión con tradiciones, dando
un sentido lúdico a la vida. Peinada con un elaborado entretejido de trencitas
simulando pequeñas diademas por toda la cabeza, aparecía el rostro de la novia.
Ovalado y
aristocrático, de pómulos muy marcados. Llamaban la atención dos ojos
orientales muy negros, estrechas almendras con puntos dorados que acentuaban el
mohín acorazonado de una boca roja, perfilada de grana y azul, que aún cerrada
parecía asegurar: - Je suis la loi, con respecto al
hombre que aparecía a su lado, hombre que debía pesar la mitad que su
compañera. Pero aquellos que conocían a la experta africana estaban seguros de
que había encontrado en él a la vez al protector y al amante, y que la aparente
fragilidad del varón era engañosa, porque aquel rostro mejicano, mefistofélico,
con ojos de lobo y barbita triangular, guardaba un gran potencial
concentrado en dos puntos de su anatomía. Y en él –aseguraban los que sabían-, el cerebro era
sólo el segundo elemento.
Continúa...
Ana Mª Ferrin
Un homenaje al mestizaje cultural, a la voluntad de integración, al inevitable contagio que se produce cuando se es algo heterodoxo (heterodoxa, en este caso), una situación muy complicada, nada fácil para quien se resiste de alguna manera a seguir formando parte de un rebaño monolítico y monocolor. Y es que la tentación, el pecado y la ciudad están demasiado patentes, demasiado próximos, con ese balcón tan abierto que invita a participar de la vida...
ResponderEliminarEl relato bien podría formar parte de "Regreso a Gaudí,s Place", si bien a horas menos intempestivas, con La Sagrada Familia como punto de referencia.
Un saludo, Ana María.
Sí que podría encajar.
EliminarBendita tentación y bendito pecado, ese balcón abierto mostrándote un paisaje, al que si es tu voluntad puedas acceder a él sin que nadie ni nada te lo impida.
Saludo con sonido de cascabeles, Cayetano.
Quedamos a la espera de la continuación de la historia de esta adolescente que por pertenecer a dos mundos no pertenece a ninguno. Piezas difíciles de encajar algunas veces, y toda una complicada tarea de autoaceptación hasta encontrar la armonía.
ResponderEliminarFeliz domingo.
Bisous
Si lo pensamos bien, qué complicaciones más tontas nos hacen vivir las normas ¿Por qué no quedarse con los dos mundos? Seguro que ella estaría de acuerdo.
EliminarAbrazos desde la Feria de Belenes, madame.
Hola Ana:
ResponderEliminarMe identificó con este relato, porque siempre he cabalgado entre dos países (Venezuela y España), aunque comparten costumbres y cultura, son diferentes y diversas. Desde la colonia el mestizaje cultural ha hecho "mías" tradiciones, "tuyas" y al revés, para hacerlas "nuestras". No siempre se puede hacer...Cambiar o desaparecer...
Besos
O una tercera vía.
EliminarComo dice la protagonista del relato, hay que intentar ser ambicioso y quererlo todo (Para bajar el listón siempre estamos a tiempo).
ResponderEliminarUna edad mala la adolescencia, sobre todo por el sometimiento al que se ve sometida por creencias y perjuicios de su madre,, una mujer amargada.Soñar es lo único que la ayuda a sobrellevar esa fustración de verse apartada de sus amigos y sobre todo es consciente que sin tener una formación, su vida dependerá siempre del sometimiento al barón...Es que la mujer si no tiene una independencia económica, sea de la casta que sea, lo tiene peliagudo...
-Esperando la cntinuación...
¡Que pases una Felices Fiestas estimada Ana Mª!
Un abrazo.
Querida Bertha, deseo que el hecho de no colgar trabajos sea por algo bueno, porque estás metida en algo que te interesa más. Siempre hay que esperar lo mejor.
EliminarLa segunda parte del relato te da la razón.
Gracias por la visita. Cariños y un abrazo.
Definitivamente el fanatismo religioso solamente causa penas a quienes, aunque no lo quieran, tienen que vivir bajo el yugo del sometimiento.
ResponderEliminarAbrazos.
Tú lo has dicho. Allá cada adulto con sus aficiones y creencias.
EliminarLo triste es que tú no quieras vivir así y si prefieres vivir de otra manera te estás jugando la vida.
Se acerca la Navidad.
Beautiful lady in a lovely potrait.
ResponderEliminarEs un primer plano exquisito
EliminarCon lo bueno que resulta para las civilizaciones el mestizaje de culturas, lenguas, razas, colores... El enriquecimiento es total. ¿Purismo? ¿Y eso qué es en los tiempos que corren de internacionalización?
ResponderEliminarUn beso
El hecho cultural es mucho más conflictivo que el racial.
EliminarY sobre todo en la mujer, a la que la mayoría de creencias se empecinan en someter.
Petonets
El mundo occidental y su oropel ejerce una atracción inevitable, pero es mucho más que superficialidad. ¿Veremos que descubrimientos hace la adolescente Jamaii en el futuro?
ResponderEliminarMire que no me sorprende en absoluto que Josep María Subirachs interpretara un papel en este relato. Más aun, ha sido leer el nombre de la plaza de la Sagrada Familia y pensar “El señor Subirachs estará por ahí” No podía ser de otra forma.
Un abrazo, amiga Ana María.
Es así. Gaudí y Subirachs estarán para siempre en ese rincón de Barcelona, espero.
EliminarA ver si la segunda parte le parece interesante, señor DLT.
¡Lástima que muchas creencias anulen la voluntad de muchas mujeres y las tengan sometidas!
ResponderEliminarMenos mal que Scarlet Quezada ha logrado cumplir lo que siempre había soñado: ser modelo.
Una bellísima mulata de piel bronceada.
Te dejo mis cariños en un fuerte abrazo.
Kasioles
Las tradiciones son un tesoro, pero por encima está la persona.
EliminarSiempre me pongo en el lugar de estas jóvenes y las comprendo. Sé que yo hubiera huido.
Un abrazo. Tus letras siempre me traen el aroma de la buena compañía
Ana,
ResponderEliminarGostei muito desta sua narrativa que tem por tema o Natal, que foi criado por você com admirável técnica e bom gosto.
Também gostei muito de "Scarlet Quezada", de Hairo Rojas.
Aproveito o ensejo para desejar a você um feliz Ntal e um ano de 2016 com muita paz, saúde e bons amigos.
Abraços.
Amigo Pedro. Celebro que le guste el relato. Y la imagen.
EliminarEspero que pase lo mismo con la segunda parte.
Vá por você e os seus, meus melhores desejos nestes festas de Natal. Embora meu português é elementar, está em minhas raízes familiares do Porto. Saudações e felicidade.